Ideología y maldad. Antoni Talarn

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Ideología y maldad - Antoni Talarn

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Estos hombres, normales y corrientes, contribuyeron a la deportación de 38 000 judíos y exterminaron a unos 45 000 disparándoles a quemarroma (Di Cesare, 2016).

      Teniendo en cuenta lo dicho hasta aquí, haremos bien en no despreciar el poder de lo sistémico en la determinación de la conducta humana. La psicología social y la historia nos han mostrado, sobrada y tristemente, que muchas personas consideradas normales, por así decirlo, se han comportado como seres malvados al cambiar las coyunturas sociales en las que vivían. La «violencia íntima» (Kalyvas, 2006), entre compañeros, vecinos o conocidos, es un fenómeno bien conocido en todas las guerras civiles, por ejemplo.

      De entre todas las causas sistémicas destacaremos una por encima de todas: el poder de las ideologías. Armengol (2018) argumenta con insistencia que la conducta de los humanos está gobernada por las ideas, creencias o doctrinas adoptadas, antes que por las pasiones de todo tipo. El beneficio o perjuicio causado a los demás, en parte, puede estar determinado por el sentimiento o la pasión, pero las ideas, los productos de la razón o de la sinrazón, acaban dominando el comportamiento humano y se imponen a menudo a los sentimientos, si los hubiera. Escribe, por ejemplo:

      La ideología, lo que creemos, es un producto de la razón y con gran frecuencia tiene el mando supremo de la conciencia moral, arrasa el poder de los sentimientos cuando se oponen a ella. Tan es así que no solo los adormece sino que los modifica en tal grado que podemos dejar de sentir respeto y compasión por las víctimas de los atropellos y podemos llegar a sentirlos por los victimarios. Cuando la ideología doctrinaria que permite el maltrato o el daño se apodera de la mente, el respeto, la piedad, la vergüenza y la conciencia de culpa son barridas por el vendaval de la doctrina, de la creencia. […] Si dejamos de lado a los psicópatas y a los delincuentes cuando los humanos nos entregamos a los mayores atropellos no es que no tengamos conciencia moral sino que la tenemos intoxicada por ideas perniciosas. Los humanos bondadosos y benévolos suelen pensar y decir que la conciencia de los inhumanos está estropeada o maltrecha, pero quienes son impíos e inhumanos no lo piensan así, pueden estar convencidos que obran de acuerdo con el deber, creen que su conciencia es recta y no tienen problemas con ella23.

      Como señalaba Althusser (1970), la ideología siempre trasciende la conciencia y cuando la ideología es extremista la conciencia puede quedar anulada o modificada sustancialmente, ya que toda ideología fanatizada24 acaba sosteniendo dos principios peligrosos: el fin justifica los medios, y lo que se pretende es intrínsecamente bueno. De ahí al mal solo dista un breve salto adelante. Una parte de la población puede, dadas estas condiciones, actuar como «ruedecillas» (Arendt, 1963) en los dispositivos organizados de los poderosos, desdibujando la autoría concreta de unas acciones moralmente inaceptables.

      B. Las causas disposicionales serían aquellas más vinculadas al ámbito particular que al social. Encontraríamos entre las mismas los trastornos de la personalidad, como la psicopatía o los caracteres límites y narcisistas. A su vez, estrechamente relacionados con lo anterior, los desequilibrios psicológicos más severos como las psicosis y las perversiones. También podrían incluirse en este ámbito aquellos males generados por sujetos perturbados, más o menos transitoriamente, por emociones y pasiones que sienten irrefrenables, como serían los maltratadores domésticos, los practicantes del bullying, las pandillas y los hooligans. Muchos de los anteriores actúan más arrastrados por impulsos que por la influencia de una clara y bien definida ideología dominante.

      Tal como adelantamos en la introducción, la primera de estas causas será la que guíe la organización conceptual de nuestro texto, aun siendo muy conscientes de que, en no pocas ocasiones, tal división es un tanto arbitraria. No puede ser de otro modo, puesto que no hay ser humano ni, por tanto, disposición alguna, que quede al margen del sistema o ecosistema social y cultural en el que vive. De tal modo que, las ideologías, las conciencias y las fragilidades o fortalezas individuales se mezclan sin solución de continuidad en eso que hemos convenido en llamar «humanidad» y que se concreta en la subjetividad de cada uno de los sujetos que la formamos.

      Cuando se estudia a un Mr. Hyde, a una persona que ejerce el mal, no se la puede separar del entorno y la sociedad en la que vive. Stevenson y su personaje estaban inmersos en la época victoriana, un período donde las formas externas ocultaban y reprimían las intimidades de todos. Cada Dr. Jekyll y Mr. Hyde tiene su contexto y su ambiente que, a buen seguro, interactúan con su subjetividad. En nuestro recorrido por la maldad nos las habremos con algunos personajes del pasado, pero como se podrá comprobar, los Jekyll y Hyde de la actualidad son muchos y siguen actuando sin freno, abusando, atropellando y asesinando sin solución de continuidad.

      Referencias bibliográficas

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       Cáceres, A. (1991). Los habitantes del pozo. Vida y muerte en una cárcel-manicomio. Alicante: Aguaclara.

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       Kekes, J. (2005). The roots of evil. New York: Cornell University Press. Traducción castellana: Las raíces del mal. Buenos Aires: El

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