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      Hilda pertenecía al Partido Aprista Peruano, obligada a huir de su país por el gobierno usurpador, por haber sido líder estudiantil en la Universidad de San Marcos, más tarde dirigente nacional del APRA y la primera mujer del Comité Ejecutivo Nacional de su partido. En esa posición la mejor alternativa para un exiliado de izquierda en América Latina era Guatemala, con varios años en los que un gobierno emanado de una revolución conducía al país. Los países que no estaban bajo el yugo de una dictadura vivían tiempos convulsos, la paz hemisférica intermitente daba pie a trifulcas y golpes de Estado, y en ese entorno el gobierno de Árbenz la empleó en el Departamento de Estudios Económicos del Instituto de Fomento de la Producción Guatemalteca. Fue ahí en donde conoció a Guevara un día de diciembre de 1953, para seguirlo a México un año más tarde. Gadea relata su experiencia del desfile del primero de mayo de 1955 en México:

      La manifestación era de poca envergadura, aunque había regular número de asistentes, pero se comprendía fácilmente que los obreros no sentían las reivindicaciones de su clase, estaban allí sólo por cumplir una rutina, más con sentido de fiesta que conscientes de la importancia de la fecha y el significado de una concentración proletaria.

      De improviso vi a un personaje conocido, le pasé la voz a Ernesto y a Rojo: “Miren, ahí está Fortuny”. [José Manuel Fortuny, quien fuera Secretario General del Partido Comunista de Guatemala, era casi un protagonista principal de los sucesos últimos cuando el ataque del imperialismo a ese país.]

      Rojo me dijo: “¿Por qué no lo llamas? Vamos a preguntarle algo”.

      Ernesto asintió: “Sí, podemos preguntarle qué pasó en Guatemala, por qué no pelearon”.

      Lo llamé, hice las presentaciones; por fin Ernesto conocía a Fortuny, lo que durante tantos meses habíamos tratado de hacer infructuosamente en Guatemala.

      Después de los saludos usuales, le hicimos la pregunta acordada, la completamos todos por partes. Fortuny nos miró algo sorprendido y, no muy seguro de sí, nos contestó: “Nosotros veíamos la situación muy difícil y pensamos que era mejor dejar el poder, para desde el llano seguir luchando; la lucha continuará y nosotros estamos tratando de continuarla”.

      Nos quedamos estupefactos, no podíamos realmente concebir tal argumento; entonces Ernesto intervino nuevamente: “Bueno, compañero, quizá era mejor pelear; teniendo el poder en la mano, era diferente”.

      “¿Qué quiere decir?”, inquirió Fortuny con un tono casi hostil.

      “Exactamente eso —explicó Ernesto—. Si el presidente Árbenz, dejando la capital, se hubiera dirigido al interior del país con un grupo de verdaderos revolucionarios, otras serían las perspectivas de lucha; además la condición legal de ser presidente lo habría convertido en un símbolo y un gran aliciente moral, entonces las probabilidades de rehacer el gobierno revolucionario habrían sido infinitamente favorables”.

      Fortuny se quedó callado; el argumento había sido contundente; no nos contestó nada. Nos despedimos secamente.

      Luego comentaríamos la burda respuesta de Fortuny; nos parecía absolutamente increíble tal posición.

      La mirada crítica de Gadea contrasta con el optimismo casi ingenuo de Bayo, y el episodio ilustra el cobijo de México a los extranjeros. Aquí se refugian, se juntan, discuten y planean. No es un telón de fondo sino una olla en total ebullición, provocando revoluciones y movimientos populares de exportación.

      Cuando Fidel Castro llega a México en el verano de 1955 lo esperan su hermano Raúl y otro puñado de cubanos que se vieron forzados a exiliarse antes que él, quienes ya habían forjado una amistad con Guevara. Dos mexicanos, Arsacio Kid Vanegas y Avelino Palomo Hernández, alias Dick Medrano, forman parte del grupo porque Medrano está casado con una cubana, pero no tienen nada que ver con la izquierda mexicana sino que forman parte del gremio de la lucha libre.

      Tras salir de la cárcel siguieron con su entrenamiento, se embarcaron en el Granma y poco más de dos años después triunfaba la Revolución. El primero de enero de 1959 pasó más o menos inadvertido en México, con los principales diarios del país divididos, unos celebrando el fin de Batista y otros atacando a los revolucionarios, pero como escribe Jürgen Buchenau:

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