La Orden de Caín. Lena Valenti
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Читать онлайн книгу La Orden de Caín - Lena Valenti страница 3
—Sé que lo sabes —aseguró resistiéndose a escuchar la respuesta.
—Claro que lo sé —contestó Erin medio sonriendo. Nadie era mejor que ella jugando a los crucigramas.
—Qué asco das —murmuró con tono de humor—. Por eso no juego contigo. Pero espera, no me lo digas aún. Ayúdame con esta, a ver si puedo cuadrar la que tengo aquí arriba y me da otra letra —señaló con el dedo la pantalla de su teléfono—. «Sembrar un terreno».
Cami iba a contestar, pero Alba la detuvo.
—Y no es sembrar —le aclaró satisfecha al ver el modo en que Cami cerraba la boca.
—Es sementar —contestó Erin mirándolas muy entretenida. Las tenía a ambas en frente, y a Astrid a su lado, mirando unos gráficos de venta de su ordenador.
Alba recontó las letras, las escribió con su teclado y apretó el puño.
—Sí. Qué buena soy.
Erin se echó a reír y negó con la cabeza y Cami puso los ojos en blanco.
—No lo has adivinado tú. Ha sido Erin.
—¿Quién lo ha escrito? ¿Yo verdad? Pues eso —le explicó como una niña pequeña—. Ahora, hermana mayor, dime la otra palabra de diez letras.
—Un hallazgo afortunado e inesperado que se produce cuando se está buscando otra cosa distinta es una serendipia. Y es una de mis palabras favoritas. —Erin se pasó los dedos por la parte superior de la melena y se quitó las gafas de ver.
—Es bonito pensar que vas a por una cosa y te traes otra —murmuró Cami mirando por la ventana.
—Eso le pasó una vez a Alba —recordó Astrid cerrando el portátil de golpe y guardándolo en su bolso. Miró a su hermana con una burla mientras se quitaba los AirPods y añadió—: Iba a quedar una noche con un rubio y volvió a casa de madrugada con un negro.
Erin se empezó a reír y Alba dijo entre dientes:
—Reventada.
—Bienvenida a La Tierra, Astrid —la saludó Erin finalmente.
—Gracias —le siguió el juego—. ¿Has ideado algún bestseller en mi ausencia? —Astrid apoyó su cabeza en el hombro de Erin y se abrazó como si quisiera echarse una cabezadita.
—No te has ido tanto tiempo… —murmuró Erin—. Ni se te ocurra dormir ahora —recriminó moviendo su hombro arriba y abajo.
—Solo un ratito —Astrid bostezó.
—No. Has tenido todo el trayecto para hacerlo y queda media hora para que lleguemos. Además, me prometiste que no trabajarías de más y que este viaje sería para las cuatro y para disfrutar del pasado de mamá.
—Sí… —canturreó—. No te preocupes, solo quería dejar preparada una estrategia de venta para cuando volvamos. No haré nada más. Palabrita.
Erin adoraba a su hermana pequeña, pero era una embaucadora nata. Sabía perfectamente que tendría que llamarle la atención en más de una ocasión.
—¿Y tú, rubita mía? —Astrid abrió un ojo y miró a su hermana Cami—. ¿Ya tienes una Estrella Michelín?
—Tiempo al tiempo —Cami sonrió y le guiñó un ojo.
—Yo lanzaré tu negocio —le prometió—. Se te conocerá por tus platos pero serás la chef más buenorra del mundo.
—Cuento con ello —Cami le siguió el juego.
Alba observó a Erin y entornó los ojos. La típica expresión de las hermanas mayores al oír las ocurrencias de las pequeñas.
Aunque no se llevasen casi nada.
—Venga, chicas —las animó Alba acudiendo de nuevo al juego—. Con diez letras. Manifestación de una verdad secreta u oculta.
—Descubrimiento —dijo Astrid sin mucho interés.
—Menos mal que ganas dinero con otras cosas… —la regañó Alba con tono jocoso—. Son diez letras, no catorce.
Astrid bizqueó. Cami alzó un dedo.
—Exposición.
Alba revisó y negó con la cabeza.
Las tres hermanas alargaron la intriga todo lo que pudieron, sin contar con Erin, hasta que al final tuvieron que ceder a la sabiduría de la mayor.
—¿Erin?
Ella apoyó la cabeza sobre la de Astrid, se humedeció los labios y contestó:
—Cuando se devela una verdad secreta u oculta es una revelación.
Alba chequeó y acto seguido murmuró.
—Qué jodidamente buena es. Y pensar que no hay ni un maldito libro con tu autoría —espetó enfadada.
Erin sonrió de oreja a oreja y se encogió de hombros. Esperaba que eso cambiase más pronto que tarde. Y deseaba que ese viaje la ayudase a liberarse y a escribir y contar las historias que realmente anhelaba contar.
Decían que quien lee viaja a todas partes. Erin quería que ese viaje le diera el valor y las ideas suficientes para publicar su primer libro.
Croacia
Dubrovnik
Viggo solía beber el whisky sin hielo. Seco, sin la compañía de otro licores que suavizaran su sabor y sin excesivas florituras. ¿Por qué edulcorar algo que era tan fuerte?
Sentado en la barra de aquella taberna, encorvado sobre su copa, y vestido con ropa oscura, intentaba aislarse de cualquier palabra o conversación que lo envolviera. Su pelo espeso y liso, que le llegaba por los hombros, llamaba la atención por su color plata, una tonalidad que no podía corresponder a un hombre de unos treinta y cinco años, como él tenía. De complexión fuerte y espalda grande, cualquiera que lo viera pensaría que se había teñido por fuerzas mayores como la moda o un estilismo muy personal. Pero siempre lo había tenido así y Viggo podía ser muchas cosas menos un fashion victim. Sus rasgos serios y su expresión severa se pronunciaban más por el color inverosímil de sus ojos, de un matiz magenta y tormentoso, protegidos por unas cejas curvadas y perfectas, en forma de ala de pájaro que combinaban con el excéntrico color de su pelo. Sus labios gruesos y rosados, insuflaban armonía y atraían, a pesar de esa diminuta cicatriz en el labio superior que lo mutilaba con una imperfecta perfección.
Sí. Viggo era un imán de atracción, una escultural anomalía en todo aquel recinto en el que prodigaban hombres que eran copias unos de otros. Pero era un vórtice de oscuridad que nadie podía intuir, y menos las chicas que revoloteaban ante él y meneaban el trasero bailando, solo para que dejara caer su atípica mirada en ellas. Para que las deseara. Para que las oliera.
Viggo alzó la mano y tomó un sorbo lento del whisky mientras miraba a esas hembras