La Orden de Caín. Lena Valenti
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Читать онлайн книгу La Orden de Caín - Lena Valenti страница 9
—Nuestra hermana está ahí. —Lloraba tanto que le costaba comprenderla—. ¡Le he dicho que está ahí!
—Están barriendo toda la zona, señorita. No han encontrado su cuerpo —contestaba el agente que les tomaba declaración—. Cuando tengamos más noticias se lo haremos saber.
—¡Y una mierda! —gritó otra más vehemente—. ¡Puede que esté con vida! ¡No hable de ella como si estuviese muerta!
—Me han dicho que estaba en el baño cuando pasó todo. Y en el baño no hay nadie y es lo único que se mantiene en pie de toda la estación.
—¡Claro que estaba ahí! Cami, ven —pareció ordenar a alguien—. Deja de llorar cariño. ¿No tienen un tranquilizante para ella?
—Voy a vomitar, Alba —susurró entre hipidos.
—Tranquila… —la calmó.
—Ahora se lo traerán. Disculpe —contestó él manteniendo la calma—. Seguiremos buscando a su hermana, se lo aseguro. ¿Tenía algo de valor con ella?
—Solo entró con su maleta. Solo con eso. Se lo ruego —suplicó desesperada—… No puede haber desaparecido. Es imposible. Estábamos aquí esperándola cuando empezaron las dos explosiones.
—¿Y ustedes dónde estaban para no resultar heridas?
—¡Mire nuestras caras, miope! ¿Le parece que no hemos salido heridas?
—Alba, está bien.
—No, Astrid. ¡Es que parece mentira! ¡Hay cuerpos deshechos de los trabajadores de este lugar y ni rastro de Erin! ¡¿Cómo es posible?! ¡Y encima nos trata como si nos estuviéramos inventando que Erin estaba aquí… !
—De acuerdo. De acuerdo, te entiendo. Estamos todas igual. Pero no vamos a solucionar nada hablándole mal. Agente —la tercera chica llamada Astrid inhaló profundamente—. Estábamos parapetadas detrás del coche que nos ha venido a buscar. Esto nos ha salvado. Los cristales nos han dañado y el golpe contra el suelo también, pero no es nada grave. Hay gente que ha perdido la vida aquí.
—Solo hay un superviviente, señorita. Hay una anciana sin cabeza en la estación. Los trabajadores están todos muertos y el único superviviente es un guardia que ha perdido una pierna que afirma que nadie había entrado en el baño. Solo quiero contrastar las informaciones. Hago mi trabajo.
—Le voy a dar los billetes del tren para que vea que éramos cuatro y que ahora somos tres… Mi hermana ha desaparecido en medio de lo que parece haber sido un atentado. Esa es la única verdad. Agradecería que hiciese su trabajo y que dejase de cuestionar nuestras palabras.
Viggo dejó de escuchar las acusaciones de esas mujeres que hablaban inglés con el agente y que no podían ocultar sus ganas de matarlo.
Eran las tres hermanas de Erin. Erin. Así se llamaba la chica que tenía sujeta contra su pecho, y estaba en tan mal estado que hasta dudaba de que su sangre la pudiese sanar.
Sabía que el superviviente, el guardia, estaba manipulado por los acólitos, y que la anciana, para variar, era un títere entregado en sacrificio. La oscuridad tenía sus propios juegos y sus propios rituales y Viggo los conocía todos a la perfección.
Pero entre toda esa información que acababa de recabar, había un detalle que le llamaba la atención poderosamente. Había una maleta que cargaba Erin. Y ya no estaba. Viggo decidió que debía encontrarla antes que nadie. Tal vez allí hallase la respuesta que estaba buscando.
Descendió sin que nadie lo viera con Erin en brazos y, sin soltarla, procedió a buscar la maleta a la velocidad que hacía que no fuese detectado por el ojo humano.
No fue difícil dar con ella. Solo tenía que seguir su olfato. La ropa de su maleta olía a ella y Viggo solo tuvo que rastrearla.
La onda de la explosión la había hecho volar hasta fuera de las inmediaciones de la estación, así que la halló entre los arbustos del campo que rodeaban los raíles desnudos sobre la tierra. Oculta entre matorrales secos y protegidos por una pequeña arboleda, la maleta de Erin, una Samsonite gigante y negra se moría de la risa sola y abandonada. Se había picado por las esquinas, pero continuaba cerrada.
La estudió con sus ojos violetas analíticos. No era normal que el baño no hubiese sufrido daños colaterales ni que la maleta estuviese entera. Pero no iba a averiguar ese acertijo en ese momento. Tenía que salir de ahí sin que los perros rastreadores ni los agentes le vieran.
Viggo no tuvo que hacer ningún esfuerzo para cargar la maleta con un dedo y seguir sujetando a Erin para emprender el vuelo.
Cuando se perdió por las nubes que seguían portando lluvia, pensó que Erin dejaba atrás a tres hermanas que la querían mucho.
Pero por el bien de ellas y de Erin, lo mejor era que no se volvieran a ver nunca más.
No iban a exponerse más de lo necesario.
Capítulo 4
Villa Sherezade
Viggo descendió sobre el imponente balcón de aquella casa que compró décadas atrás. Mientras lo hacía, diseñó un dibujo rúnico con los dedos de su mano derecha, y alrededor del condominio se forjó un círculo de color amarillento que desapareció en un parpadeo. Todo debía protegerse.
Croacia le gustaba, sobre todo Dubrovnik. Y aquella era una de sus muchas mansiones, pero la única con un toque arábico. El edificio era de paredes lisas y blancas, con terrazas en sus diferentes plantas y una cúpula central azulada en la que recaía toda la atención. La rodeaba un jardín pulido y armonioso estucado con palmeras estratégicas moteadas por aquí y por allá. Y estaba justo a unos metros del mar, levantada sobre un muro de piedra para que las tormentas y el oleaje no se colaran en su propiedad. Y nunca lo hacían.
Cuando abrió las puertas de una de las terrazas y entró en una de sus cinco impresionantes suites, se apresuró a dejar a Erin sobre la cama, de estructura sobria, con columnas y cortinas transparentes que evitaban a los mosquitos. En esa casa ya había suficiente con un chupasangres como él, no necesitaba más.
Las hemorragias de la joven habían cesado y podía escuchar cómo los órganos y la carne se cerraban de dentro hacia afuera, pero necesitarían toda la noche para cicatrizar. Y después… lo que vendría después de haberle dado su sangre, ya se vería. Viggo todavía estaba replanteándose de qué manera le afectaría la aparición de esa mujer a él y a los suyos. ¿Para bien o para mal? Lo importante era tenerla cerca para controlarla. Pero en ese momento, solo importaba que ella descansase para que su transfusión hiciese el resto.
La desvistió procurando despegar los trazos de tela que se le habían pegado a las heridas. Al abrirlas, de estas brotaba sangre nuevamente, aunque volvían a cerrarse en respuesta al poder curativo y recuperador hemoglobínico de su propio plasma. Una vez la desnudó, se quedó mirando su cuerpo. Admirándolo, mejor dicho. Erin era una chica muy bonita y su sangre no dejaba de cantarle, como una sirena a un marinero. Le retiró las largas hebras del rostro y apreció sus elegantes facciones, leonadas en los ojos, y terriblemente sensuales de nariz para abajo. Una mujer morena con un aura que exudaba atracción. Mientras pensaba en ello, rodeaba dos de sus dedos en su mechón, como si