Los chicos siguen bailando. Jake Shears

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Los chicos siguen bailando - Jake Shears

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hasta convertirse en un problema?». Respondí que, obviamente, no le gustaba a ese crío porque era gay.

      «¿Cómo puedes saberlo?», preguntó. ¿Por qué se me estaba interrogando a mí, mientras ese imbécil estaba sentado a mi lado, sonriéndome? El director suspiró. «Todos tenemos nuestras diferencias, nuestros distintos puntos de vista, etcétera». Blablablá… «Hay gente de todo tipo en el mundo. Pero párate a pensar por un minuto, ¿estaría ocurriendo esto si dejaras todas esas cosas en casa? —Miró fijamente mi ropa—. Si mantuvieras tu vida privada para ti mismo, ¿se producirían estos incidentes?».

      «Veo a chicos y chicas aquí cogiéndose de la mano todo el día. ¿Qué me dice de eso? —Tenía un nudo en la garganta—. ¿Es eso su vida privada?». «Ese es el mundo en el que vivimos, Jason», concluyó, dándome una palmada en la espalda e invitándome a que me levantara. La discusión había acabado. Había cometido un tremendo error al salir del armario. Fue un desvergonzado error de cálculo en una oferta por la libertad y la atención, un movimiento irrevocable. No había tenido tacto, había salido del armario para darme la vuelta y ver que la puerta había desaparecido. Ya no había modo de ocultarse a la luz del día.

      [13] Estilo musical que se popularizó entre la comunidad LGTB en los años ochenta. (N. del T.)

      [14] Tipo de baile realizado en las discotecas, en el que dos chicos se acercaban a dos chicas (o dos chicos) que estuvieran bailando juntos y se ponían a bailar detrás, creando así un sándwich. (N. del T.)

      [15] “Tiritas”, en inglés Band-Aid. “Ayuda para el amigo”, Bud-Aid. (N. del T.)

      7

      The Edge era una línea telefónica para la gente solitaria y aburrida de todo Phoenix, y el número me lo pasó Atticus, que supuestamente iba a mi instituto, pero a quien nunca había visto por allí. Se identificaba como bisexual y yo no lo conocía demasiado, pero él, Josh y yo nos montamos un trío patoso una noche en el sótano de la casa de Josh, que resultó ser dulce y abúlico. Atticus siempre estaba hablando de The Edge. «Creo que te gustará», me dijo mientras garabateaba el número memorizado en un trozo de papel.

      Era una especie de sala de chat prehistórica, donde todo tipo de personas se dejaban mensajes las unas a las otras. La opción del menú principal era una zona de discusión general donde podías preguntarle a la gente acerca de su opinión, tener discusiones, insultar a las demás personas que llamaban o simplemente divagar. Todos los días escuchabas los mensajes almacenados el día anterior, y entonces tenías la posibilidad de responder a lo que acababas de escuchar o empezar una nueva conversación.

      A veces los mensajes sonaban más o menos así:

      «Hey, soy Mama Ho. Y solo quiero saludar a todas mis putas esta noche. Especialmente al Dr. Lou, que quería saber por qué los hombres tenían pezones. Bueno, no soy un hombre, pero ¿aún no te han chupado los pezones?».

      BEEP.

      «¿Qué pasa, tíos? Soy Pay Phone Goddess y solo quiero decirle a Shy Girl que se calle la jodida boca. ¿Qué coño tienes que decir tú, zorra? Atrévete conmigo, ven y dímelo a la cara. De lo contrario, cierra ese maldito agujero, puta estúpida».

      BEEP.

      «Hey, soy Deja. Simplemente me estoy relajando después de un largo día, viendo a Sally Jessy Raphael. Necesito hablar sobre su pelo, aunque sea solo un momento ¿No se ha fijado nadie en que no se ha movido desde 1985? Además, ¿es cosa mía o de repente Jessy Jones se está intentando parecer a Björk? ¿Qué opináis?»

      Mi nombre en The Edge era Barbie’s Nightmare, y después de inscribirme obtuve mi propio buzón de voz, donde podía recibir mensajes privados de los otros tipos que llamaban allí. Esperaba impaciente las actualizaciones de cada tarde, antes de que el sistema se cayera. Normalmente tenía que volver a marcar repetidamente el número antes de poder acceder a él, ya que solo podía haber tres personas utilizando la línea al mismo tiempo. Cada noche escuchaba las riñas de la gente, sus fantasías sexuales y sus discursos ex cátedra.

      Cada uno de los usuarios de The Edge tenía su propio timbre de voz y sintaxis; me imaginaba cómo debían de ser a partir de cómo hablaban. Imaginé que Kashka sería una joven y jovial oficinista de los setenta con los cabellos vaporosos y un traje de chaqueta de poliéster. Nightshade relataba fantasías sexuales soft-core y tenía una voz muy profunda que te llegaba a intoxicar. Más tarde descubrí que era parapléjico. Alguien que se hacía llamar Deja —de quien ya he hablado— llamó mi atención. No era tan negativa como los demás usuarios, y me hacía reír. Un día le dejé un poema en su buzón de voz. «Desearía poder encogerte y dejarte sobre una de las estanterías de mi dormitorio», me respondió. Intercambiamos los números de teléfono y empezamos a llamarnos. Su nombre real era Mary Hanlon.

      Mary y yo empezamos a hablar todos los días. Le contaba qué tal me había ido en el instituto y ella me entretenía con sus indiferentes aventuras con sus amigos del instituto, con los que todavía salía por ahí. Sus historias podían ser mundanas, pero las contaba con un lacónico y seco sentido del humor. Tenía veintiún años y no había ido a la universidad, sino que trabajaba en un empleo de nueve a cinco, que solía mantener en secreto. Después de algunas semanas hablando, decidimos conocernos en persona. Ella vivía a una hora de distancia, más o menos, pero arreglamos una especie de cita en un restaurante italiano llamado Fuzi.

      —Hay algo que no te he dicho sobre mí —dijo el día antes de que quedáramos. Parecía nerviosa. —Y, de verdad, si no quieres que quedemos, lo entenderé perfectamente.

      —¿Acabas de salir de la cárcel? —No podía siquiera imaginar de qué me estaba hablando.

      —No. —Dejó de hablar por un instante—. Soy muy, muy grande. Más bien obesa. No dije nada porque no tenía ni idea de que íbamos a hablar tanto o de que acabaríamos quedando en persona. Pero sí. —Su risa estaba llena de dolor—. Soy una gorda.

      Me sorprendió que pensara que me iba a importar. La diferencia de edad entre nosotros era tan grande que yo sencillamente me sentía halagado de poder estar hablando con ella. Era una mujer adulta e inteligente que había querido quedar conmigo. Mi favorita.

      Íbamos al cine y de restaurantes cada fin de semana, conducíamos por los descampados de las afueras y escuchábamos música alternativa en su coche. A veces, le ponía nerviosa el hecho de salir de casa y de que se burlaran de ella. En las tiendas, en el centro comercial, podía percibir lo incómoda que se sentía en público. Todo el mundo se la quedaba mirando. Las camareras eran maleducadas, los dependientes en las tiendas no nos tomaban en serio —siempre que no nos ignoraran por completo—. Presencié en primera persona lo horrible que podía llegar a ser la gente, y no la culpé por no querer abandonar la seguridad de su hogar.

      Empezamos a asistir a las quedadas donde la gente de The Edge se solía reunir y conocer en persona, en un parque o en la casa de Randy, el que operaba el sistema. Mary y yo sabíamos que éramos tan raros como cualquier otro, pero estábamos asombrados de la extraña combinación de gente que The Edge atraía. Había mujeres sexis, introvertidos antihigiénicos, amas de casa aburridas, maricas adolescentes, fumetas, prostitutas y músicos.

      Randy, que lo llevaba todo desde una sobria habitación, tenía una

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