¡No valga la redundancia!. Juan Domingo Argüelles

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y que es capaz de “autoconvocarse”, “autopostularse”, “autoexpulsarse”, “autojustificarse”, “autoconmiserarse” y, por supuesto”, “autosuperarse”, cree, también, invariablemente, en la “autoduda”, tontería redundante de “autodudosos” que deberían “autorrevisarse” el coco, pues el palabro “autoduda” pertenece a la psicología o a cierto tipo de psicología “superacional”, que ¡ojalá fuese superracional! Pertenece al mismo ámbito del “autoamor”, otro palabro que se abre paso en nuestro idioma para ocupar el lugar del sustantivo “amor propio”. Analicemos los casos. El sustantivo masculino “amor” (del latín amor, amōris) tiene la siguiente acepción principal en el DRAE: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. Ejemplo: Todo lo que necesitas es amor (John Lennon). En una acepción secundaria, el sustantivo “amor” significa “sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo”. Ejemplo: Le tiene un gran amor a su familia. Entre las acepciones específicas de este sustantivo está el de “amor propio”, cuyo significado, en el diccionario académico, es el siguiente: “Amor que alguien se profesa a sí mismo, y especialmente a su prestigio”. Ejemplo: Tal parece que Fulano cree tan sólo en el amor propio. El término “autoamor” (no recogido, aún, en las páginas del DRAE, y enfatizamos el aún porque sólo hay que esperar un poquito), es neologismo chocante de la superación personal y la autoayuda, ámbito donde, al parecer, ignoran que existe el usual sustantivo “amor propio”. Y, sin embargo, la construcción del neologismo “autoamor” no es censurable porque utiliza, correctamente, el elemento compositivo “auto-” (del griego auto-), que significa “propio” o “por uno mismo”, unido al sustantivo “amor”: literalmente, “amor propio” o “amor por uno mismo”. Aunque hoy es chocante, por cursi, y por innecesario, es bastante probable que, pasado el tiempo, el sustantivo “autoamor” conviva en igualdad de circunstancias con “amor propio”, porque su construcción tiene sentido de equivalencia; a menos, por supuesto, que su uso decaiga. Pero éste no es el caso del neologismo “autoduda”, que constituye una redundancia atroz. Veamos por qué. El verbo transitivo “dudar” (del latín dubitāre) significa “tener duda sobre algo” (DRAE). Ejemplo del diccionario académico: Después de dudarlo mucho, aceptó la oferta. Como intransitivo (y transitivo), “dudar” significa, de acuerdo con el DRAE, “tener dificultad para decidirse por una cosa o por otra”. Ejemplos del diccionario académico: Dudaba entre quedarse en casa o ir al cine; No duden en acudir a mí. En una tercera acepción, del uso intransitivo, significa “desconfiar o recelar de alguien o algo”. Ejemplo del DRAE: Todos dudan de él y de sus promesas. El sustantivo femenino “duda” (de dudar) tiene tres acepciones en el diccionario académico: “Suspensión o indeterminación del ánimo entre dos juicios o dos decisiones, o bien acerca de un hecho o una noticia”, “vacilación del ánimo respecto a las creencias religiosas” y “cuestión que se propone para ventilarla o resolverla”. Ejemplo: Tengo dudas sobre la existencia de Dios; pero ninguna acerca de que tenga interés en nosotros. De ahí el adverbio “dudosamente” (“de manera dudosa” o “difícil o escasamente”). Ejemplo: Dudosamente habrá un libro peor que el suyo. También el adjetivo “dudoso” (“que ofrece duda”, “que tiene duda”, “que es poco probable, que es inseguro o eventual”). Ejemplos: Sus argumentos son dudosos; Estuvo dudoso mucho tiempo, hasta que se decidió; Es dudoso que venga. Si la “duda” se presenta como “vacilación” (“irresolución”) del “ánimo”, indispensable es saber qué es el “ánimo” (del latín anĭmus), sustantivo masculino que significa “actitud, disposición, intención, voluntad, carácter, índole, condición psíquica” y “alma o espíritu, en cuanto principio de la actividad humana” (DRAE). Ejemplo: Se muestra con buen ánimo a pesar de la enfermedad. Dicho y comprendido todo esto, queda claro que la “duda” es propia de cada cual, incluso en el caso de que provenga de fuera, como cuando se dice que alguien le ha “sembrado la duda” a otro. Aun si la “duda” no nace espontáneamente en el ánimo, esto es, en el pensamiento, en el espíritu, de alguien, la acción de “dudar” es propia, puesto que significa, como ya vimos, “tener duda sobre algo” o “tener dificultad para decidirse por una cosa o por otra”. Invariablemente, para la persona “dudosa” o “que tiene duda”, el hecho de “dudar” proviene siempre de algo o de alguien, esto es, que “se despierta la duda” por alguna circunstancia. Siendo así, decir y escribir “autoduda” es sonora y prolongada rebuznancia, a pesar de que todo parece indicar que los términos “autoduda” y “autodudar” quieren entenderlos, quienes los acuñaron y los usan, en el sentido de “duda acerca de sí mismo” y “dudar de sí mismo”, que es muy parecido a como entienden otros, por ejemplo, el “autosuicidio”: “matarse a sí mismo con sus propias manos”. A esto sólo se le puede llamar “autorrebuznancia”, pues bien puede hablarse y escribirse, con corrección, de baja, poca o nula “autoestima” (de auto- y estima), sustantivo femenino cuyo significado es “valoración generalmente positiva de sí mismo” (DRAE). Ejemplos: Tiene una gran autoestima; Tiene muy baja autoestima. Quienes hablan y escriben de la “autoduda” son también quienes hablan y escriben del “autoamor”, pero “autoduda” no tiene sentido de equivalencia con “duda de sí mismo” o “dudar de sí mismo”. El término encierra una anfibología, pues toda duda es propia, esto es, de quien la tiene, ya sea sobre su persona o sobre otra cuestión.

      Esta redundancia pertenece, como ya advertimos, al ámbito de la autoayuda, pero también ha sido adoptada por escritores pretenciosos, psicólogos y pedagogos que quieren estar a la moda y se “autosuicidan” “autodudando”. Está lo mismo en publicaciones impresas que en internet y, por cierto, en muchos libros, lo cual releva la “autoseguridad” de quienes la “autousan” con tanta “autoautoridad” (¡vaya que son valientes!). En la cuarta edición de la versión española del libro Guía de películas para el despertar, de David Hoffmeister, leemos lo siguiente:

       “Cuando se limpian de la mente los últimos vestigios de autoduda, se trasciende el mundo”.

      ¡Uy, qué profundo! Pero más allá de esta chabacanería, lo correcto es decir y escribir:

       Cuando se limpia la mente de dudas, se trasciende.

       Van algunos ejemplos de esta barbaridad redundante, de gente que se asume como cultísima: “¿Qué hacer frente a la autoduda?” (¡consultar el diccionario!), “gánale a la audoduda”, “la autoduda lleva la mayoría de las veces a vivir un proceso destructivo”, “la autoduda refleja un proceso autodestructivo” (sí, la gente se autodestruye a causa de no consultar el diccionario), “lo he perdido todo gracias a un abismo de autoduda”, “la autoduda es un proceso autodestructivo que aparece en personas que se juzgan muy duramente”, “a veces, los momentos de autoduda te atacan sin previo aviso”, “autoduda y libre albedrío”, “de la autoduda a la seguridad”, “para los días inevitables en los que crece la autoduda, tenemos exactamente la verdad interior que necesitas” (los vendedores de humo, listos siempre a desplumar incautos), “animarlos a que pasen por la audoduda y a dar pasos hacia una mayor confianza en sí mismos”, “te entregas al escapismo, a la autoduda”, “la autoduda es muy intensa y está haciendo que este gran sueño por el que he trabajado tanto sea demasiado estresante como para disfrutarlo”, “lo ideal es romper con el círculo de autoduda”, “las autodudas se generan cuando juzgamos a nuestras habilidades como inadecuadas”, “las autodudas, junto con la baja tolerancia a la tensión, son las raíces de las conductas de postergación y evitación”, “el TC no está para autodudar frente a los poderes del Estado”, “autodudar de tus capacidades según todas las cosas que te dijeron”, “yo lo puedo autodudar pero los demás no”. ¡Y basta!

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