Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos
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Llevábamos en el cuerpo 15 horas de navegación agotadora, desembarcamos como si nos movieran desde arriba con hilos como los de las marionetas, y a pesar de eso no encontramos ningún sitio abierto para cenar (estábamos en Francia y eran las 23 h). Aprovechamos el wifi de una cafetería para comunicar con nuestras familias, el cual curiosamente no había cambiado la clave desde mi estancia el año anterior y me seguía valiendo, y volvimos a bordo para ponernos a esa hora a hacer la cena y al final nos acostamos a la una. Cuando volvíamos de la cafetería ya era noche cerrada y vimos en el pantalán a un grandullón con un perrazo que asustaba. Era el vigilante de seguridad haciendo su ronda. Le explicamos nuestra llegada tardía, que nos habíamos quedado allí provisionalmente, y no solo no nos puso pegas sino que nos facilitó el número clave para la ducha, lo que le agradecimos mucho. Ya veréis más adelante que no todos se comportan igual con los que llegamos exhaustos; ellos están frescos al principio de su turno de trabajo en tierra y no saben ponerse en el lugar de los que venimos de navegar 15 horas.
El día siguiente lo dedicamos a descansar, a levantarnos tarde, y a distintos temas de intendencia como hacer los papeles de entrada, la compra, sustituir un sable de la vela mayor que con tanto bamboleo se había perdido, y rellenar los depósitos de gasolina. En las oficinas de la marina se acordaban perfectamente de mí de la navegación del año anterior, que había estado dos semanas deambulando por esta bahía. Nada más verme Julie se acercó a darme los tres besos franceses llamándome por mi nombre, y Michel un abrazo cariñoso, un encuentro emocionante. La noche que acabábamos de pasar en puerto no nos la cobraron, sí la segunda, y me recordaron que la siguiente sería gratis por venir “del Océano”, como comentaré en el siguiente capítulo. Para la sustitución del sable Michel llamó a una velería para darles las medidas del que necesitábamos y el responsable quedó en llevármelo al puerto al mediodía. Se lo agradecí porque no había posibilidad de hacer esa gestión en el mismo puerto y me ahorró uno o dos desplazamientos, aunque finalmente tuvimos que limarlo para adaptar su longitud, pues venía un poco largo. Rellenar los depósitos de gasolina fue especialmente dantesco. En primer lugar el pantalán de la gasolinera está pensado para acceder desde el barco, no desde tierra como hacemos nosotros, con los bidones en la mano. Tenía una valla en todo su perímetro que había que saltar pasando por encima del agua. Y en segundo lugar el surtidor era de los de tarjeta de crédito y empezó a dar problemas. Primero rechazó mi tarjeta, luego la de Mario, y finalmente aceptó la segunda de Mario pero nos dio mala espina porque tampoco emitía los recibos. Unos días más tarde sospechamos que de la mía se había hecho una copia fraudulenta que tuve que denunciar a la policía, como contaré más adelante. Y finalmente sacamos los billetes de tren para Mario, que se volvería a España desde Royan, nuestra siguiente escala. A partir de ahí, y hasta Vannes, en los últimos recodos del Golfo de Morbihan, iríamos Alicia y yo solos.
Capítulo 5
La enorme bahía de Arcachon.
La Isla de los Pájaros
Para contar cómo es esta inmensa bahía voy a retroceder un año, al 2014, cuando vine con Ana desde Santander, también en el Corto Maltés, y pasamos dos semanas recorriéndola hasta sus últimos rincones.
Es una bahía enorme con forma triangular, de unos 200 km2 (como comparación la de Santander tiene aproximadamente 20) que se comunica con el mar por un paso de poco más de dos kilómetros de ancho y casi veinte de largo, con muy poco fondo y márgenes de arena, enmarcado a la derecha por la famosa Duna de Pilatos. Antiguamente se la conocía como “el pequeño mar de Buch”, y es la evolución de un estuario, el del río Eyre, que se fue transformando en un delta y posteriormente en una bahía a medida que crecía en longitud la península arenosa del Cap Ferret, debido a los aportes de sedimentos del río. En esta bahía se mezclan las aguas dulces del Eyre con las saladas del mar, creando un hábitat de gran riqueza ecológica cuyos componentes han debido adaptarse a la influencia de la marea, que hace pasar la superficie de agua de los casi 200 km2 citados (en pleamar) a unos 40 km2 en bajamar. Eso supone que cuatro quintas partes de su superficie se secan en bajamar, por lo que allí es imprescindible que el barco esté preparado para varar. Se dedica casi exclusivamente a la ostricultura. Además decenas de miles de aves migratorias reposan o se reproducen en su interior. Tiene una única islita preciosa, la Isla de los Pájaros, con edificaciones construidas sobre pilotes en el mar, y sitios paradisíacos con embarcaderos fluviales entre paisajes campestres a los que se llega tras remontar unos kilómetros alguno de los ríos que desembocan en la bahía. Tiene también 21 pequeños puertos de mar como los del Mar Menor, pero 19 de ellos se secan completamente en bajamar, algunos con fondo de arena y otros de basa blanda donde el barco se hunde hasta la flotación en el chorongal. Hay incluso puertos que tienen pantalanes, pero todo el conjunto se apoya en el fondo en la bajamar y el barco tiene que estar preparado para posarse sin problemas, incluso amarrado a un pantalán. Por eso, para poder disfrutar de la bahía en su totalidad, es por lo que nos hizo falta conseguir los puntales para el Corto Maltés. En resumen, un plano de navegación curioso donde conviven los barcos y los tractores (estos van a los barcos en bajamar a recoger la pesca del día). No es mi caso, pero a los que le gusten las ostras en la bahía de Arcachon hay tantas como para hartarse, y sus conchas se usan para pavimentar el suelo y como elementos de construcción. En fin, un sitio interesante para conocer. Pero igual que en la vuelta a España la recompensa (el Canal de Midi) había que ganársela, la bahía de Arcachon es lo mismo: primero hay que conseguir entrar en ella.
En efecto, el paso de entrada (conocido como “las bocas de Arcachon”: 44º 34,3‘ N; 1º 16,4’ W) es uno de los tres pasos más peligrosos de Europa, claro está que con mal tiempo. Con viento y mar de fondo del Oeste (el predominante en invierno, el mismo que acumula la arena en la Duna de Pilatos) las olas que proceden del Atlántico Norte sin nada que las frene llegan a romper contra las lenguas de arena de los márgenes de la entrada, disimulando el canal y arrastrando a los barcos contra los bajos fondos, donde las olas enseguida los destruyen. El paso queda limitado a ambos lados por olas rompientes y si te sales del canal balizado el barco se convierte en una tabla de surf hasta que choca con la arena. Es un paso malsano que hay que abordar con los cinco sentidos bien despiertos, y el sexto que se te despierta solo al verte allí metido. Además hay una zona de prácticas de tiro del ejército francés a ambos lados de la entrada, como ya relaté.
En la costa, a mitad de la antigua entrada Sur, está la famosa Duna de Pila (o de Pilatos: 44º 35,3’ N; 1º 12,8’ W) formada hace varios miles de años, de tres kilómetros de largo y unos cien metros de altura. Se le ve desde muchas millas de distancia en altamar y sirve de marca de aproximación para encontrar la entrada a Arcachon. La duna está creciendo constantemente por los aportes de arena de los temporales del Oeste (el mismo aporte de arena que está colmatando la entrada) y se está moviendo hacia el interior cinco metros cada año, enterrando un bosque de pinos que tiene detrás e incluso viviendas particulares, sin que nada se pueda hacer para evitarlo. Se usa para parapente y para tirarse por la arena de la duna con esquíes o paipos. Además está adornada con búnkers de la Segunda Guerra Mundial que con el movimiento de la arena se han ido descolgando hacia el mar, quedando algunos en posiciones inverosímiles y cerca de la orilla.