Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos
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Y finalmente al anochecer presentamos el libro en las instalaciones del Club Náutico. Igual que en Bilbao, al finalizar algunos navegantes se acercaron a ver el barquito que había sido capaz de dar la vuelta a España midiendo menos de siete metros, y a nosotros nos llenó de orgullo. El remanente de libros me hicieron el favor de guardármelos en el Club Náutico hasta la vuelta, tres meses después, lo que me evitó ir cargando con el paquete a bordo todo el verano.
El sábado y el domingo nos quedamos también en Hondarribia pues Alicia se incorporaba a la tripulación el domingo. Aprovechamos el sábado para visitar el mercado medieval que estaba instalado en la parte antigua del pueblo. Era muy parecido, por no decir el mismo, al que se instala en Santander, aunque el emplazamiento mucho más bonito puesto que era en pleno casco viejo. Había muchos puestos de comida y de artesanía, y como más curioso la simulación en vivo de profesiones medievales, como herreros, torneadores de madera, trabajadores del cuero, cetrería, etc. Por la tarde, y ya bajo una lluvia torrencial, estuvimos curioseando el ambiente del Campeonato de España de Pesca que se celebraba en el puerto. Al parecer los participantes se embarcan en motoras puestas a disposición por voluntarios locales, se dirigen todos a la misma zona, y luego se pesan y catalogan las capturas. Tras este proceso, todos los peces pescados se regalan a quien quiera llevárselos. Pedro Sánchez, un navegante de Hondarribia al que conocimos en la presentación del libro, estaba esos días trabajando en la reparación del eje de la hélice de su motor dañado en una varada, y nos sorprendió por su generosa hospitalidad. Había recogido algunos de los peces del campeonato y nos preparó un menú sorpresa que disfrutamos en el comedor del Club Náutico de maravilla. El domingo por el contrario amaneció un día espectacular de sol, y nuestro amigo Fernando Andua nos acompañó a una excursión por el Cabo Higuer. Fernando es otro navegante de Hondarribia que con su velerito, el “Siracusa”, de cinco metros y pico, se desplaza habitualmente por la costa vasca y vascofrancesa habiendo llegado hasta Bayona, ¡y con las bicis a bordo! Otro ejemplo de que el que no navega es porque no quiere y pone la excusa de la eslora. Fernando estaba viviendo una desgracia familiar muy cercana y pese a ello nos dedicó una parte de su tiempo, y sospechamos que parte de la responsabilidad de la buena acogida que nos dieron en el Club Náutico fue por intervención suya, aunque no nos lo dijera. El camino al faro Higuer es todo precioso, pasamos por dos calas muy coquetas y las orillas del sendero estaban plagadas de fresas salvajes. Una de las calas es de acceso tan difícil y resbaladizo que tiene una soga con nudos para ayudarse en el descenso. Desde la altura del faro vimos la desembocadura del Bidasoa y a la patrullera francesa en el lado “español” que comenté antes. También por la mañana estuvimos recorriendo un mercadillo de antigüedades y cosas de viejo que se sitúa sobre el muelle, de esos en que te comprarías todo si tuvieras sitio en casa donde ponerlo. Un regalo para la vista y para la nostalgia. Y por fin el domingo llegó la hora de las despedidas, porque Ana se volvía a Santander y no nos veríamos hasta tres o cuatro semanas después en Bretaña. Eso si conseguíamos llegar, lo que entonces no estaba nada claro porque el lunes empezaría nuestro necesario Purgatorio, la subida de Las Landas, que contaré en el siguiente capítulo.
Capítulo 4
El purgatorio de la costa
de Las Landas
El lunes empezábamos las etapas más duras de esta navegación. Nos esperaba la costa Oeste de Francia, conocida como Las Landas, con etapas de unas 80 millas náuticas cada una (en línea recta, ya que con los inevitables bordos sería mucho más) hasta Arcachon y Royan, en la desembocadura del Garona, por donde salimos de la vuelta a España, respectivamente. Es una costa lineal, baja y arenosa, de más de ciento cincuenta millas y sin puertos intermedios, expuesta a los vientos del Oeste y sobre todo a las grandes olas del Océano Atlántico que entran hasta el fondo del golfo de Vizcaya sin ser frenadas por nada. En el interior de la costa hay numerosos estanques o lagos, algunos de los cuales estuvieron comunicados con el mar pero cuya entrada se fue cegando por los aportes de arena y ya no son accesibles para los veleros. La plataforma continental sube abruptamente y el océano pasa de más de 4.000 metros de fondo a 80 metros a pocas millas de la orilla, y allí las olas rompen y se desordenan creando uno de los mares más peligrosos del mundo cuando sopla duro del Oeste. Por otra parte, en los meses de verano es el Noroeste el viento que predomina. Por si fuera poco, el mar es una zona de entrenamiento de tiro del ejército francés, desde la desembocadura del Garona hasta Capbreton, y hasta 35 millas mar adentro. Solo es seguro navegar por una zona de tres millas paralela a la orilla, donde no se dispara, o en las zonas específicamente señaladas por la autoridad militar cuando hay ejercicios. Por eso hay que preguntarlo expresamente y a veces te encuentras sorpresas, como nos pasó a nosotros y comentaré más adelante. Además los puertos que teníamos previstos (Arcachon y Capbreton) a veces no son accesibles porque hay que entrar en unas horas determinadas de marea, sin oleaje y de día.
Salimos de Hondarribia a las 9:25 con intención de llegar al puerto de Capbreton, una primera etapa corta (24 millas náuticas) para que la nueva tripulación se fuera amarinando y no darse la paliza en su primer día de embarque. Solo se puede entrar en pleamar y con olas de menos de un metro, circunstancias que se darían ese día antes de las cuatro y media de la tarde y que tendríamos que conseguir a toda costa, pues si no, tendríamos que continuar hasta Arcachon, 70 millas náuticas más al Norte, pasando la noche en altamar. Para los días sucesivos el pronóstico no era muy favorable porque daban vientos del Norte para toda la semana, lo que nos obligaría a interminables etapas de ceñida y tal vez nos impediría seguir adelante. Al salir de Hondarribia nos encontramos con viento del Norte pero como la ruta hasta Capbreton era sensiblemente nordeste (42º) tuvimos el viento por el través lo que nos permitió llevar izada toda la vela y hacer 5 nudos con facilidad. Incluso durante una hora nos permitimos izar el espí, pero cuando íbamos así tan contentos vimos que el horizonte se ponía negro como la tinta y que por babor se formaban dos trombas de agua, un fenómeno excepcional que yo no había visto al natural en toda mi vida de navegante. Y más excepcional es ver dos a la vez. Son como un tornado encima del mar que absorbe en su remolino el agua salada hacia arriba. Su peligrosidad radica en los fuertes vientos que las acompañan, pero sobre todo en la cantidad de agua que hay en el aire (es agua salada, no dulce como en los chubascos) como una cortina o una cascada que cae sobre el barco y a veces los imbornales no son capaces de evacuar. Estéticamente son muy bonitas, como un embudo oscuro que cuelga de las nubes y a veces como una trompa de elefante que llega a la superficie del mar, donde tiene un remate blanco (por la agitación del agua) que destaca sobre todo el entorno gris del cielo y del mar. Nada más verlas nos cruzamos unas miradas capaces de hacernos trasluchar y nos preparamos para lo peor, arriamos el espí a la desesperada y nos quedamos con el velamen mínimo hasta ver qué pasaba. Poco más se puede hacer, porque las trombas se desplazan mucho más rápido que el velero y su trayecto es errático e impredecible, y que te alcancen o no es una cuestión de pura suerte. En los veleros antiguos cuando una tromba se acercaba mucho se le disparaba con el cañón, con la vana esperanza de que la bala cambiase la dinámica del