Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos

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Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros - Álvaro González de Aledo Linos

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necesario llamar a nadie para abarloarse a otro barco. Estábamos ya cerca del pantalán y les ayudamos en la maniobra. Se marcharon a media noche tras la cena.

      El día siguiente era sábado y lo dedicamos Ana y yo a recorrer Bilbao en las bicis. Ya había pasado la ola de calor y volvimos a necesitar el chubasquero y el paraguas como siempre, pues había un incesante chirimiri al que estamos más acostumbrados. Fuimos a comprar una botella de camping gas nueva pues la anterior, en efecto, se agotó. Al pasar por la orilla de la ría nos sorprendió un festival en el que instruían a los niños en las principales tradiciones y deportes vascos. Allí practicaban el levantamiento de piedras, la corta de troncos con hacha y con sierra, el levantamiento de sacos con una soga, el tiro de cuerda, el frontón y la cesta punta, el ajedrez, y además se había introducido una modalidad del famoso toro de rodeo con una tabla de surf. También había una competición de baloncesto en silla de ruedas pero en el que participaban niñas sanas, para que comprendieran lo que se siente en esa situación, que nos emocionó. Lo que más éxito de público tenía era un escenario donde ponían música moderna para que el público bailase en la calle, pero tengo para mí que ese éxito se debía al tipazo de las chicas que marcaban la pauta del baile en el escenario. Comimos en el barrio viejo y por la tarde nos sorprendió una concentración de Vespas y Lambrettas clásicas, una auténtica gozada para la vista para unos forofos de la Vespa como nosotros. Al lado había una exhibición de forzudos (strongest man). No pudo faltar una visita al Museo Guggenheim que como ya dije está a pocos cientos de metros del pantalán.

      En el Museo Marítimo Ría de Bilbao nos enseñaron una exposición temporal sobre la travesía del Montserrat. Era un barco de vela de madera que construyó un grupo de nueve vascos en el franquismo para escapar de la represión, ya que algunos de ellos habían estado condenados a muerte por pertenecer al ejército republicano. Construyeron el barco en secreto en un astillero como si lo hubiera encargado un industrial. Le dotaron de todos los pertrechos incluyendo 1.500 litros de gasolina, ya que el motor era de gasolina heredado del desguace de un viejo camión. Esta reserva de gasolina era tan impresionante porque pensaban hacer una gran parte de la travesía a motor, ya que no sabían navegar a vela. Con el barco construido en secreto y los pertrechos instalados igualmente en secreto, se hicieron al mar el día de la procesión del Carmen saliendo de Santurce. Entre tantos barcos que salen en la procesión nadie se dio cuenta de que mientras todos volvían a tierra ellos siguieron navegando hacia altamar. Fue una opción muy arriesgada porque en la procesión suelen salir también las autoridades de Marina y la Guardia Civil. Les pillaron varios temporales, y de hecho la primera escala fue en el puerto cántabro de Castro Urdiales obligados por un temporal del Oeste. Posteriormente bajaron por Portugal y llegaron hasta Canarias desde donde iniciaron la travesía del Atlántico con dirección a México. A la altura de Canarias se les quemó la dinamo y por lo tanto ya no podían arrancar el motor, con lo que se vieron obligados hacer toda la travesía del Atlántico a vela, aprendiendo sobre la marcha. Pero a vela la duración del viaje se triplicó, y en vez de un mes como habían previsto y para lo que tenían las reservas de agua y de comida, el viaje les duró más de 90 días. Obviamente tuvieron que racionarse tanto el agua como la comida, y aprender a pescar para sobrevivir. Finalmente y después de muchos avatares llegaron al puerto de Veracruz en México, que era su destino. Allí fueron muy bien acogidos por el gobierno mexicano y por los representantes del gobierno republicano en el exilio. Les concedieron la nacionalidad mexicana y solo les pusieron dos condiciones: que no podían aspirar a ser ni Presidente de la República ni taxista. Lo primero lo mandaba la Constitución Mexicana, lo segundo era un acuerdo del sindicato de taxistas que no querían que ocuparan sus puestos de trabajo los inmigrantes. Admitiendo esas dos condiciones la mayoría de los navegantes se instalaron a vivir en México donde formaron una familia y terminaron sus días. Toda la historia está contada en un libro que escribió uno de los tripulantes a partir de las notas que tomó día a día en una agenda de bolsillo del Banco de Bilbao, y que me regalaron en el museo.

      El domingo descendimos la ría hasta el puerto de Getxo (43º 20,2’ N; 3º 0,9’ W). Salimos al comienzo de la marea vaciante para que la corriente nos ayudara a llegar a Getxo, que está en la desembocadura. Como casi no hacía viento pensábamos hacerlo a motor. Nada más salir del pantalán, en plena maniobra y en mitad de la ría, el motor que estaba frío se paró. Menos mal que la marea estaba bajando, porque si llega a estar subiendo nos hubiera empujado contra el puente de Euskalduna, por debajo del cual el barco no cabe, y nos habríamos quedado atravesados y frenados por el mástil. La navegación fue muy tranquila, y en uno de los primeros recodos del río vimos la fachada de una casa pintada con la palabra “soñar” en letras gigantescas, un buen presagio para los objetivos de este viaje y la incertidumbre de lo que nos esperaba. Más de 1.200 millas náuticas por la proa son mucho para un velerito de seis metros. Volvimos a pasar por debajo del puente colgante y todo el trayecto fuimos rodeados de piragüistas a los que había que ir esquivando para no molestarles con nuestras olas. Como era domingo se aprovechaba para las aficiones náuticas, ya que en la navegación de ida no nos cruzamos con ninguna.

      Llegamos al Club Náutico de Getxo poco antes de comer. Las oficinas estaban cerradas (era domingo y solo se quedaba un vigilante de guardia, que tenía que hacer su ronda) o sea que fuimos directos a la ducha. Más tarde nos situaron en el pantalán J, con la sorpresa de que el barco que teníamos delante era nada menos que el “Pakea Bizkaia”, el velero oceánico de 60 pies con el que el navegante vasco Unai Basurko dio la vuelta al mundo y llegó a la Antártida. En las etapas españolas de nuestra navegación estábamos coincidiendo con las grandes glorias de la vela de España, y más adelante en Francia se repetiría. Como muchos navegantes que han participado en regatas oceánicas, a Unai se le quedó pequeño el mundo de la regata en que solo ves mar picada alrededor, pasando por los puertos sin detenerte. Bernard Moitessier, del que hablaré más adelante, lo expresó claramente en su libro “Cabo de Hornos a la vela” cuando pasaron frente las Islas Malvinas sin hacer escala, aunque les apetecía: “Supimos hasta qué punto resulta estúpido pasar casi tocando el paraíso, que tenemos ante nosotros, sin hacer el menor gesto hacia el ancla y su cadena... Solo por unos días...”. Por eso Unai se decidió a utilizar el barco para otro cometido. Tras más de 80.000 millas navegadas en diversas competiciones se embarcó en un proyecto relacionado con la educación y la navegación: dar a conocer el nexo existente entre la navegación y el respeto al medio ambiente a través de diferentes expediciones fomentando la educación para el desarrollo sostenible, el respeto entre los seres vivos, hacia la biodiversidad, el medio ambiente y los recursos naturales. Las expediciones se realizarían de la manera más sostenible posible, utilizando energías renovables (eólica y solar) y gestionando los residuos reduciéndolos, reutilizándolos y reciclándolos. Además, pensaba recoger por el mundo diferentes experiencias relacionadas con la sostenibilidad. Otros navegantes ex-regatistas con una ilusión parecida y que dedicaron su barco a proyectos similares fueron Peter Blake con el “Seamaster”, Thierry Dubois con “La Lousie”, Philippe Poupon con “Fleur Australe”, etc. Y en nuestro país Cocúa Ripoll con el “Archibald”, con el que tras un pasado de regatista profesional dio una vuelta al mundo tranquila, en cuatro años, y luego llegó a las puertas de la Antártida (la vuelta al mundo narrada en el libro Un paseo por el mundo, un título como para quitarse importancia). Desconozco lo que fue de aquel proyecto de Unai, pero lo que es una pena es que el barco estuviera abandonado, y ser una vieja gloria no le evitaba criar algas y mejillones bajo la línea de flotación como cualquier barco que no se usa. Más que una pasada con la karcher ese casco necesitaba una operación de vegetaciones. Una pena.

      En el pantalán también conocimos a la tripulación de otro Tonic 23, el “Ukelele”, que había amarrado para recoger a parte de sus marinos. Entre los navegantes es habitual establecer conversación con los propietarios de barcos como el tuyo, para conocer los problemas que le ha dado ese modelo concreto, las soluciones que ha encontrado, las chapuzas o mejoras que le ha hecho, etc. Siempre se aprende algo. En este caso era la versión de orza fija y con motor central. En realidad salió del astillero con fueraborda, pero su dueño anterior lo sustituyó por el motor central. Para mí es algo inaudito, se trata de una modificación mayor en la estructura del barco: hay que conseguir meter el

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