Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos
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Por la tarde dejó de llover y en algunos momentos incluso salió el sol. Lo aprovechamos para recorrer con las bicicletas las calles del pueblo y una senda que circula paralela a la ría con vistas al mar y a la orilla de enfrente. El final de la senda del lado Este se bloqueó por un argayo hace años y no se ha rehabilitado, estando obstruida por el derrumbe. No obstante los escaladores siguen pasando pues en la punta del acantilado hay una zona de escalada en roca que cuando hace buen tiempo está muy concurrida. Todas las calles del pueblo tienen vistas a la ría y es un paisaje sorprendente, pues cuando entra un gran barco parece que va a chocarse con las casas o a meterse por las calles.
Para esa madrugada se habían anunciado vientos del Sur de fuerza 5 con rachas de 6 y nosotros estábamos al lado Sur del pantalán. Nos acostamos pronto preparados para lo peor: unas olas cortas y picudas como las que se forman en la bahía de Santander cuando sopla el Sur, empujándonos y chocándonos contra el pantalán. Habíamos reforzado las amarras y colocado todas las defensas disponibles en el lado del pantalán, y nos habíamos mentalizado para una noche de las de no pegar ojo. Pero al final solo hubo una ola cortita pero mansa que retumbaba en el espejo de popa, y un poco de movimiento a eso de las cinco de la madrugada, que lo único que hizo fue hacernos abrir un ojo ante el meneito, para salir a revisarlo todo y seguir durmiendo. No fue para tanto.
El día siguiente nos esperaba una etapa cortita hasta Hondarribia. Teníamos que recalar allí para un cambio de tripulación y para presentar de nuevo el libro “Carpe Diem. Vela solidaria en Santander” invitados por el Club Náutico. El pronóstico era de vientos del Sur, quizás un poco más fuertes de lo que nos gustaría (hasta fuerza 6) pero que nos permitirían una navegación rápida y a rumbo directo hasta el cabo Higuer, a la vuelta del cual se encuentra Hondarribia y detrás el río Bidasoa, frontera con Francia. Salimos de Pasajes a las nueve y empezamos la ruta con llovizna y viento fuerte del Sur que nos vino fenomenal. Como las montañas desventan la superficie del mar no había olas, y con la mayor y el génova desplegados enteros hacíamos 5-6 nudos con facilidad, levantando perlas por la proa y con el barco muy bien templado. A mitad de la travesía ese viento orgulloso primero convaleció y luego desapareció del todo, debiendo hacer unas millas a motor. Y finalmente reapareció de la dirección diametralmente opuesta, del Norte, lo que nos permitió llegar al Cabo Higuer, el anterior a Hondarribia y a la frontera francesa, ciñendo a toda vela. La etapa era cortita y entramos en el puerto de Hondarribia (43º 22,5’ N; 1º 47,5’ W) antes de comer.
Este puerto, el último de España, se encuentra en la desembocadura del río Bidasoa, cuya barra tiene solo un metro de calado en las bajamares escoradas, tras pasar la playa del lado español (estribor). Es un puerto que se excavó para dar entrada al agua del mar, en lugar de un golfo o bahía que se cierra con espigones para protegerlo, como es lo habitual. En su momento la obra fue muy contestada. Al Este de la gran bahía que separa España de Francia se encuentra un bajo peligroso, Les Briquets (43º 23,6’ N; 1º 45,0’ W) bien cartografiado, y que curiosamente es más peligroso con mar en calma (que pasa desapercibido) que con grandes olas (pues las olas rompen espumeantes y se ven desde lejos). Pero viniendo del Oeste, como veníamos nosotros, quedaba muy lejos y no nos preocupaba. Sería peor a la vuelta, volviendo de Francia, que llegaríamos del Norte y además de noche. La entrada del Bidasoa tiene una curiosa peculiaridad. Antes de hacerse los espigones de encauzamiento el río tenía una salida a la bahía que la dividía en dos mitades, la del Este francesa y la del Oeste española. Al hacerse los espigones de común acuerdo entre los dos países, se les dio un recorrido que corrigiera un poco la salida de las aguas a la bahía y el espigón del Oeste, que sale de tierras españolas, se construyó recurvado hacia el Este, invadiendo el mar territorial francés. Luego en la base del espigón se formó una playa cuya base es española y cuya punta es francesa, pese a estar aparentemente en el lado español, el de estribor al embocar el río. Para que quede claro, la marina francesa suele fondear una de sus patrulleras frente a su trozo de playa, que aparentemente está en la costa española, y hace muy raro verla allí. Además los navegantes de Hondarribia suelen llevar el pabellón de cortesía francés porque, aunque no entren en Hendaya, simplemente por utilizar la boca del Bidasoa para entrar y salir del puerto navegan por aguas francesas. El pabellón de cortesía es la bandera del país por el que se navega cuando no es el tuyo, y se sitúa en el obenque de estribor cerca de la cruceta.
El puerto deportivo de Hondarribia es magnífico, tiene agua y luz en los pantalanes, un edificio de aseos específico y otro en la misma capitanía, justo en la salida a tierra de los pantalanes, lavadora y secadora gratuitas para la ropa, wifi gratuito que llega a los atraques, tiendas y talleres de náutica, etc., y está a dos pasos de la ciudad y con línea de autobuses por si llueve. Todo eso por solo 10 euros al día nuestro barquito de 6 metros, una comparación escandalosa con el sitio de donde veníamos cuya tarifa, en relación a sus servicios, parecía dispuesta por alguien cerrado de mollera. Pero es que además aquí, por venir a presentar el libro, nos consideraron sus invitados y todo fueron atenciones: nos situaron en el atraque B2, justo bajo la capitanía, para tener más cerca los servicios y mejor señal de wifi, no nos cobraron la estancia del barco y nos dieron libre acceso a las instalaciones del Club Náutico, donde hay cocina, frigorífico (donde tuvimos congelando todos nuestros frigolines) mesas, salón de TV, aseos y duchas, wifi, etc. Además habían publicitado la presentación del libro en sus instalaciones y hecho un mailing a todos sus contactos. Más de lo que creíamos merecer y un trato al que no estamos acostumbrados en nuestro deambular por la costa española. Se nos quedaron los ojos como el dos de oros.
Esa tarde y el día siguiente (jueves y viernes) los aprovechamos para distintas gestiones técnicas y de intendencia inevitables. Vino Ana desde Santander para acompañarme en el largo fin de semana y en la presentación de “Carpe Diem”, que al fin y al cabo es el fruto de la labor de nosotros dos, y muchos otros médicos y capitanes, durante 13 años. Una de las principales gestiones era la revisión del fueraborda. Habíamos quedado ya desde Santander con el taller Náutica Hiruarri, del puerto, para su revisión y engrase de cara a llevarlo fuera de toda sospecha para las etapas larguísimas de Las Landas, donde si nos quedáramos sin viento tendríamos que hacer 140 millas a motor (en el mejor de los casos, porque con la deriva y los bordos la distancia se multiplica). Por cierto, la marina de Hondarribia tiene a disposición de los usuarios unos carritos comodísimos para cualquier gestión con material de peso. El taller estaba a unos 500 metros del atraque y si no llega a ser por el carrito hubiéramos tenido que llevar el motor a pulso. Además compramos un bidón de repuesto para sustituir al que se pinchó el día anterior, y el pabellón de cortesía de Francia para toda la navegación por sus costas. Hicimos el lleno de todos los depósitos para la larga etapa de las Landas, y la compra de víveres para las tres personas que seguíamos navegando hacia Bretaña (en Hondarribia desembarcó Luis y se incorporaron mi amigo Mario Soler y mi sobrina Alicia Santos). En efecto, en las etapas de las Landas encontraríamos pocos puertos y además tendríamos que estar pendientes de los horarios de mareas para entrar y salir de algunos de ellos, lo que a lo mejor nos obligaba a llegar tarde y salir de madrugada, con