Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos
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eccehomo. Luego salió el sol y con la mayor y el génova navegábamos a cinco nudos. El resto del día fueron alternando los chubascos con los claros y pudimos hacer todo el recorrido a vela. A las 13 horas pasamos frente a Bayona, poco después de las 14 horas avistamos los espigones de Capbreton y a eso de las 15 horas estábamos en el canal de entrada.
El puerto de Capbreton (43º 39,3’ N; 1º 26,9’ W) tiene una entrada peligrosa entre dos espigones que salen perpendiculares a la playa, en los que rompen las olas, con un calado de solo 1,5 metros, una corriente de marea impresionante y la salida del agua de dos ríos y un lago, el Hossegor, que desagua en el puerto a través de un canal. La profundidad mínima ya digo que es de 1,5 metros, pero eso con el mar en calma. Hay que tener en cuenta que la altura de las olas se mide entre el valle (por debajo de la línea del mar) y la cresta (por encima) lo quiere decir que si hay olas de dos metros, un metro corresponde al valle y otro a la cresta, y por lo tanto en el valle de la ola el calado es solo de medio metro. El Corto Maltés cala 1,4 con la orza bajada, y 0,7 con la orza subida, pero al subirla tenemos los problemas de maniobrabilidad (el barco deriva mucho) por lo que no nos gusta entrar en los puertos con ella subida. La guía Imray decía de Capbreton:
“Se forman mares desordenados y olas rompientes con mal tiempo, especialmente junto a los bordes (esto escrito en rojo)... Puede intentarse la entrada en cualquier momento con buenas condiciones, cuando el calado lo permita (profundidad mínima 1,5 metros) pero con olas o mar de fondo, sólo entre pleamar menos 2 horas y pleamar más 1 hora. No se debe entrar si las olas rompen directamente de través... El dique Sur presenta un alargamiento de 30 metros bajo el agua, que queda a flor de agua en la mitad de la marea... Hay que prepararse para encontrar corrientes cruzadas hacia dentro o hacia fuera del Canal de Hossegor, al entrar en la marina”.
Por su parte la revista Voiles et Voiliers advierte de los mismos peligros y recomienda pegarse al dique del Norte para entrar. A pesar de esas descripciones alarmistas, que son reales, hay que decir que en los alrededores de Capbreton es aún peor. En efecto, el relieve submarino frente a Capbreton tiene un fiordo de más de 2.100 metros de profundidad y 150 kilómetros de largo. La gran profundidad muy cerca de la costa hace que aquí las olas rompan menos que en cualquier lugar de los alrededores.
Llegamos a Capbreton en las condiciones idóneas (pleamar y con olas de menos de 1 metro) pero a pesar de ello una parte del paso tenía olas rompientes. Comunicamos por radio con el puerto para solicitar amarre e información de las condiciones de la entrada, asegurándonos que podíamos entrar sin problemas, y pasamos entre sus famosos espigones a primera hora de la tarde, sin comer. La entrada hay que hacerla a toda velocidad para que no te adelanten las olas, que cuando vienen del Oeste se encajonan en el corredor entre los dos espigones de 700 metros de largo, que se abre precisamente hacia el Oeste. Si una ola alcanza y adelanta a un velero por la popa hay muchas probabilidades de que lo atraviese sin remedio, y en esa posición atravesada la siguiente ola lo vuelque. El espigón del Sur (conocido como “La Estacada”) está constituido por una pasarela de madera de casi doscientos metros sobre una base de hormigón y tiene un paseo peatonal por el que se puede llegar hasta el morro, viendo el mar espumeante pasar bajo los pies. Se construyó en el siglo XIX bajo Napoleón. El del Norte es una escollera de piedra y un muro. Ambos estaban abarrotados de pescadores que lanzaban sus plomos hacia la mitad del paso, añadiendo estrés a la maniobra de entrada, ya de por sí delicada. El año anterior las olas de los temporales de invierno habían rebasado la escollera del Norte e inundado y causado desperfectos en las urbanizaciones de la orilla. En mitad del malecón del Norte hay una estatua en piedra de una Virgen, que parece estar allí para desearte suerte en la curva que te espera. En efecto, ya dije que hay que entrar a toda velocidad para que no te adelanten las olas y te atraviesen. Pero al final de los espigones está la boca del puerto a la derecha, y al llegar a ella hay que girar de golpe 90 grados a estribor, lo que podría compararse a tomar con la moto una curva tapizada de pieles de plátano. Por si fuera poco, enseguida dentro del puerto está la prohibición de navegar a más de tres nudos, y como los barcos no tienen frenos es una tarea casi imposible que puede dar lugar a maniobras desesperadas.
Capbreton es una ciudad turística, volcada en los balnearios, el surf y el golf. Se originó en la desembocadura del río Adour, que posteriormente fue desviado a Bayona en el siglo XVI. Este desvío provocó, por la falta de arrastre, la colmatación de arena del puerto de Albret, al Norte de Capbreton, que era el principal puerto comercial de la zona y ahora no es más que una lagunita inaccesible. En aquella época de Capbreton partían hacia Terranova e Islandia los balleneros, y se dice que fueron los primeros en descubrir América, antes que Colón. La Isla de Capbreton, en el Norte de Nueva Escocia, podría ser un testimonio de esta hipótesis, con numerosos pueblos con nombres franceses. Posteriormente todo el puerto fue remodelado y urbanizado, y en los años 80 y 90 se construyeron las tres dársenas actuales y los complejos turísticos y balnearios.
Nos situaron en el atraque B30 y además de darnos distintos folletos turísticos, la bolsa de bienvenida incluía una botella de vino y un libro en francés (“Histoires de l’ami Pierrot”, de Pierre Grocq) con anécdotas de la infancia de un autor local, todas ellas relacionadas con la vida en Las Landas y concretamente en los alrededores de Capbreton. Para nosotros nada interesante, la verdad, pero nos vino muy bien para los intercambiadores de libros que hay en algunas marinas. Son lugares donde los navegantes de paso dejan un libro a cambio de otro, sin ningún otro requisito. En los barcos se tiene mucho tiempo para leer pero poco espacio para guardar libros, por lo que es un servicio muy útil en los viajes. El que nos dieron en Capbreton lo cambié más adelante por una completa guía náutica de Francia más actualizada que la que llevaba desde España.
Nada más llegar al puesto de atraque empezaron a merodear por el barco las familias de patitos que viven en el puerto. Algunos han anidado en sitios inverosímiles, como por ejemplo en un velero abandonado en nuestro mismo pantalán que tenía tanto musgo que los patos no habían tenido ni que hacer el nido, ya se lo encontraron hecho. Nosotros dedicamos la tarde a secar todo el equipo y recorrer el pueblo en las bicis y Alicia corriendo a nuestro lado, y especialmente el lago Hossegor, que desemboca en el puerto por un canal. Es un lago artificial de seis kilómetros de perímetro, alargado, cuya agua está retenida por una presa que termina abocando al canal de entrada del puerto. Tiene una pista ciclable todo alrededor, que ese día estaba llena de barro. Pese a su reducido tamaño allí se practican todos los deportes náuticos incluyendo la vela ligera, y tiene una playa artificial muy concurrida, mucho más que las de la ciudad que están abiertas al Atlántico, siempre lamidas por la espuma del oleaje. La calle que une el lago con el pueblo, y que yo recordaba llena de chiringuitos y tenderetes de artesanía, ese día de tiempo invernal estaba desierta, como el propio lago y sus alrededores.
Al anochecer fuimos a concretar los planes para el día siguiente en la capitanía y aquí vino todo lo malo, lo que hace que a veces los navegantes nos replanteemos nuestra afición. Queríamos que ellos llamaran de nuestra parte a Cap Ferret, el faro de la entrada de Arcachon, para que nos informasen de las condiciones del paso los días siguientes y de los ejercicios de tiro. Es preferible que hagan las gestiones ellos, en primer lugar por el idioma (luego nos lo explican con detalle a nosotros) y en segundo lugar porque para nosotros sería una llamada internacional y para ellos local. Curiosamente el primer empleado con el que hablé no tenía ni idea de la existencia del campo de tiro. Supongo que sería nuevo o suplente. Era como si le hablase de extraterrestres. Luego nos atendió una chica más veterana, que por cierto hablaba español, y después de muchas gestiones el panorama que se presentaba era el siguiente:
El área de tiro había que respetarla incluso los días en que no se realizasen ejercicios, a menos que la