Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros. Álvaro González de Aledo Linos

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Santander-Bretaña-Santander en el Corto Maltés, un velero de 6 metros - Álvaro González de Aledo Linos

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eje de la hélice, prever una bomba automática para achicar el agua que entre por la bocina, etc. Y después de reformar todo eso, volver a pasar una inspección técnica que dé el visto bueno. Algo dudoso de que merezca la pena y también dudoso que quede bien. Yo desde luego preferiría vender el barco y comprar uno, aunque fuera el mismo modelo, con el motor central puesto en fábrica por el astillero. Además el barco había sufrido un naufragio y había estado algunos días en el fondo del mar, lo que le había dejado para el arrastre. Al parecer un día de mucho viento se soltó de la boya y se fue contra la escollera de Getxo, hundiéndose a continuación. Los dueños, con un espíritu y fuerza de voluntad dignos de admiración, consiguieron reflotarlo, pero el interior ha quedado con el revestimiento desprendido, las maderas hinchadas, etc., y tienen trabajo para rato. Aun así su afición a navegar les hacía salir con el barco en precario, al que se habían acostumbrado, porque cuando luego les invitamos a ver el Corto Maltés se quedaron alucinados y no paraban de hacerle fotos. Enhorabuena chicos.

      Al anochecer se reincorporó Luis a la tripulación para seguir hacia el Este. Fue una noche incómoda por los mosquitos, que al parecer eran resistentes a nuestro insecticida y a nuestro repelente (por cierto, dos equipamientos indispensables en los viajes en velero). No es habitual encontrar mosquitos en nuestra costa cantábrica y nos sorprendió, pero se ve que el calor atípico de los días anteriores los había revivido a todos. Por la mañana salimos hacia Bermeo, pero eso ya lo contaré en el siguiente capítulo.

      [2]. “Carpe Diem. Vela solidaria en Santander”, de la editorial ExLibric, y en el blog: http://cortomaltes2012.blogspot.com

      Capítulo 3

       El resto de la costa vasca

       hasta Hondarribia

      El día siguiente era lunes y nos regaló una meteorología espléndida, de auténtico verano, cumpliendo con el pronóstico que teníamos. Salimos tempranito, a eso de las ocho y media, después de una ducha reparadora. En el Abra de Bilbao vimos a un remolcador y el barco de los prácticos echando un buzo a la boya Peña Piloto Dos, que es una de las rojas que marca La Restinga de Algorta. Supusimos que la estaban cambiando de sitio, porque estaba desplazada unos 200 metros al Oeste con relación a su posición en la cartografía. Después supimos por la radio que efectivamente estaba fuera de uso y que la habían retirado. Estos cambios de posición de las boyas son habituales en los temporales del invierno y suponen un peligro para la navegación. Hasta el Islote Villano (43º 26,4’ N; 2º 56,1’ W) fuimos ayudados con el motor. Este islote tiene una silueta característica, lleno de agujas, y unos bajos que desbordan de la costa como grandes dientes. Pero a partir de este islote el rumbo cambiaba al Este y la brisita que venía del Noroeste llena de promesas nos permitió quitar el motor y llegar, primero con la mayor y el espí, y más tarde con el génova y el espí en orejas de burro, de un tirón hasta el Cabo Machichaco (43º 27,5’ N; 2º 45,0’ W). Este cabo marca una inflexión de la costa hacia el Sureste para entrar en la reserva natural de la Ría de Mundaka, y a estribor en el puerto pesquero de Bermeo. En este tramo de costa hay algunos detalles característicos que ya comenté en la Vuelta a España, como la central nuclear abandonada de Lemóniz, la plataforma petrolera Gaviota, la península de San Juan de Gaztelugatxe con una ermita en su cima, o el islote de Ízaro famoso por la entradilla de las películas de la productora Ízaro Films. También en este tramo estuvimos pendientes de una consulta radiomédica (será deformación profesional, pero me gusta escucharlas y siempre se aprende algo) de un tripulante de un pesquero a 40 millas de Gijón que había sufrido un traumatismo craneal con hemorragia. En estos incidentes se consulta por radio al Servicio Radiomédico, donde un médico te va preguntando y aconsejando lo que debes hacer hasta que se decide el traslado o no, y en caso positivo hasta que llega el rescate. En este caso enviaron al pesquero una lancha de Salvamento Marítimo para recoger al accidentado.

      Bajo un sol como el as de oros llegamos a primera hora de la tarde al puerto de Bermeo (43º 25,3’ N; 2º 42,5’ W). Teníamos curiosidad por conocer los pantalanes de cortesía (cuatro fingers con espacio para siete barcos) que acababan de instalar y de los que nos habían informado en Bilbao. Hasta ahora siempre que recalábamos en este puerto nos quedábamos en el primer muro, entrando a estribor, reservado a los barcos en tránsito. Los nuevos pantalanes (43º 25,1’ N; 2º 43,1’ W) estaban sin terminar porque no tenían agua ni luz, pero ni tan siquiera cornamusas o noráis para amarrarse, y tuvimos que hacer firme el barco abrazando con las amarras el suelo del finger. Estaban vacíos. Nos dijeron que los estaba instalando la misma sociedad que gestiona los amarres del puerto deportivo, y que aunque se habían inaugurado oficialmente, estaban sin entregar y por lo tanto sin usar. Fuimos al pueblo a hacer la compra y pedir que nos congelasen los frigolines en un bar del puerto, y hacía tanto calor que aunque el pantalán no tenía electricidad pudimos dejar funcionando la neverita conectada a la batería, porque el panel solar estaba a tope. El atraque resultó muy incómodo porque toda la noche sopló una brisita de Oeste que entraba directo a los pantalanes y generaba una olita desagradable, por el meneo que daba al barco y el ruido que hacía en la popa.

      Salimos de Bermeo a primera hora con rumbo a Ondarroa, pasando entre el Islote de Ízaro y la costa. La meteorología siguió favorable con viento del Noroeste que nos permitió navegar con el spinnaker y la vela mayor casi todo el trayecto. Solamente a la altura del Cabo Ogoño (43º 25,0’ N; 2º 38,2’ W) compuesto por unos acantilados altísimos que modifican enormemente el viento dominante, hubo unos cambios de viento racheado que nos tuvieron tres cuartos de hora probando distintas combinaciones de velas sin éxito. Nos preocupaba que nuestras familias pensasen que nos pasaba algo, porque estaban siguiendo nuestro trak por la baliza y en esos momentos hacíamos un zigzag absurdo e incontrolado. A sotavento de este cabo está el puerto y el pueblecito de Elantxove, uno de nuestros preferidos, asentado en la falda de un acantilado increíble y tan empinado que se sube a la parte alta del pueblo por una escalera. Las vistas desde arriba son espectaculares, y nos encanta ir a ver el sistema de dar la vuelta los autobuses de línea. Las calles son tan estrechas que al entrar en el pueblo no pueden girar, y han construido una plataforma circular y rulante encima de la cual se sitúa el autobús. Con un mando a distancia se gira 180 grados y sale en dirección contraria sin maniobrar. Además a mitad de la travesía tuvimos un incidente con un tronco. Sentimos un fuerte golpe en la quilla y después un frenazo brusco cuando el tronco quedó trabado en el timón. Por suerte pudimos liberarlo levantando el timón y destrabándolo con el bichero, porque era como dos o tres esloras del barco. No hubo vía de agua y finalmente no pasó nada salvo un rayón en la pintura. A primera hora de la tarde entramos en el puerto de Ondarroa (43º 19,4’ N; 2º 24,9’ W).

      Hacía tiempo que teníamos ganas de conocerlo, porque en todas nuestras travesías por la costa de Euskadi solemos pasar de largo intentando llegar a Getaria. Tiene una entrada muy fácil, con los espigones que la protegen muy bien. Es un puerto fundamentalmente pesquero en la desembocadura del río Artibai. La guía Imray advierte:

      “Advertencia: no aconsejable con vientos del Este –(esto en letras rojas). Y más adelante:– es un importante puerto pesquero que no otorga ninguna facilidad para los yates. Pueden admitirlos dentro del puerto en casos de mal tiempo cuando la flota pesquera no está amarrada”.

      En este caso la guía no estaba acertada porque para nosotros todo fueron facilidades. Inicialmente nos dirigimos al muelle de los pescadores, en el muro entrando a babor (lado Este del espigón Este, el más adecuado según la citada guía). Cuando estábamos amarrando al muelle nos dijo el guardia de seguridad que allí no se podía quedar un velero, aunque el puerto estaba completamente vacío. Al parecer no esperaban a los pesqueros hasta el fin de semana y era martes. De todos modos

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