Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez Gómez
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[17] C. P., p. 5.541. Juan LLONGUERAS había creado un Instituto, en el que ponía especial énfasis para la educación de los niños en el sentido del ritmo. Fruto de su experiencia escribiría El ritmo en la educación y formación general de la infancia, Labor, Barcelona, 1942.
[18] El apelativo familiar venía, muy posiblemente, al hacer en castellano —”abita”— el diminutivo de abuela —”avia”— en catalán. Los hijos de Juan Pablo y Álvaro también se referirían a la abuela María de la misma forma.
[19] Catalipómenos [Original inédito].
[20] «En los años de Santiago, al principio nos entretenía dibujándonos casi siempre lo mismo, quizá porque sabía que los niños exigen que se les cuente siempre el mismo cuento sin variar ningún detalle: un perro echado en el suelo, atento, con las orejas enhiestas y un gran hueso atravesado transversalmente en la boca. Ya en los últimos años cincuenta aquel clásico perro fue alternándose con otros asuntos». Miguel D’ORS, “Mi padre”, Acto académico in memoriam, 26 de marzo de 2004, Rafael DOMINGO (coordinador), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona, 2004, p. 36.
[21] Autoscopia, cit.
[22] Autoscopia, cit.
[23] Con el tiempo, su letra empeoraría más. Así, por ejemplo, ya octogenario, le llevaría a una situación cómica, como la que se desprende de una carta a su amigo Rafael Gibert: Lamento que no entiendas bien mi letra, como tampoco yo bien siempre entiendo la tuya. No tenemos un árbitro en caligrafía que decida quién la hace peor. Epistolario R. G., Pontevedra, 8-IX-2001.
[24] «La nueva nurse se llama Estrella. Totó dice a su hermano, al oído, con aire misterioso: ¿Sabes? Cada noche es su santo». Eugenio D’ORS Gnómica, “Los caprichos y las ciencias” (VI), Astronomía. Col. Euro, Madrid, 1941.
[25] Estando yo repasando gramática latina, me dijo que le preguntara las declinaciones y conjugaciones, y comprobé que las recordaba perfectamente. Notas a M.T.
[26] Álvaro D’ORS, Catalipómenos, cit.
[27] Autoscopia, cit. Álvaro d’Ors se refiere a un poema de Baudelaire, «La voix», que transforma ligeramente al reproducirlo de memoria. «La ceniza latina y el polvo griego me rodeaban…». Baudelaire escribe que «Todo, la ceniza latina y el polvo griego se mezclaban». El original francés, en el que se pueden encontrar otras coincidencias biográficas, dice: «Mon berceau s’adossait a la bibliothèque,/ Babel sombre, où roman, science, fabliau,/ tout, la cendre latine et la poussière grecque,/ se mêlaient. J’étais haut comme un in-folio./ Deux voix me parlaient».
[28] C. P., p. 5.536s. Hay otra referencia a estos días de obligada escolarización: «Estuvimos ocho días juntos en un colegio de Barcelona ¡pero fue un sueño!» Carta de Guillermo Pérez Bofill a Álvaro d’Ors. Barcelona, 27-X-1946.
[29] Le hacía mucha gracia un pasaje escrito por su padre sobre la bisabuela, Eloísa García Silveira: «Otra de mis abuelas (…) se hacía acompañar a misa por su negrito, portador de un silletín y que, en la iglesia, se quedaba respetuosamente unos pasos atrás de su amita. Un día, a poco de empezado el Santo Sacrificio, el negrito se acercó al oído de la señora y, doliente, le deslizó, bajito: “¡Mi amita, Panchito se afoga! ¡Quítate el cuello!”, le aconsejó, con un susurro, ella. Al cabo de unos momentos, aquél volvió a la carga. “¡Quítate el cinturón!”, deslizó la señora a la nueva queja. Por tercera vez, el “¡Panchito se afoga! ¡Pues quítate los zapatos!”. Aún deslizó el pobre una confidencia final. Pero esta era de alivio y satisfacción. “Mi amita, ¡qué bien está Panchito!”» Eugenio D’ORS, Confesiones y recuerdos, cit., p. 33-34.
[30] En alguna ocasión, Álvaro d’Ors refirió una anécdota de su tío Fernando, quien se hacía visitar por un barbero a diario para que lo afeitara y le arreglara el pelo. El barbero era conocido por «Pepito». En un momento, en plena guerra civil, como consecuencia de los bombardeos de la aviación, Pepito tuvo miedo y se marchó a su pueblo. Fue sustituido por otro colega. Pasado un tiempo, con Pepito ya recuperado de los sustos iniciales, el tío Fernando sintió lástima de despedir al suplente, por lo que se dejaba afeitar dos veces al día, por la mañana y por la tarde, por uno y por otro. Pero la situación se hacía insostenible y el cutis del «afeitando» ya no soportaba un régimen tan continuado por lo que decidió nombrar a Pepito como secretario-acompañante para que le llevara los papeles y le hiciera pequeños encargos. También le regalaba sus trajes cuando dejaba de usarlos —que era al muy poco tiempo de estrenarlos—. A base de tanto trato con el hombre de negocios y acudir tantas veces a su domicilio, el nuevo «secretario» terminó por tomarse algunas «confianzas». El tío Fernando tenía a gala cambiar a diario de bastón (poseía un surtido considerable) y una mañana, después del afeitado de rigor al que le había sometido su «ex»-colega, Pepito salió de la casa al mismo tiempo que el dueño. Observó que tomaba un bastón y se decidió a hacer él lo mismo, para encontrarse con el siguiente correctivo: «Pepito, con bastón solo el señor».
[31] Autoscopia, cit. Por lo que se refiere a la «Semana Trágica» (última semana de agosto de 1909), sus causas no fueron estrictamente laborales, sino también políticas y hasta religiosas. El desencadenante fue el decreto de movilización de reservistas para acudir a la Guerra del Rif. El balance de esos siete días de agitación fue el de 3 muertos y 27 heridos por parte del ejército —que salió a la calle para contrarrestar las algaradas derivadas de la huelga general—; 1 muerto y 46 heridos de la Guardia Civil; 82 muertos y 126 heridos de la población civil, y 4 muertos y 18 heridos de la Cruz Roja. Fueron asaltados e incendiados 80 templos y establecimientos religiosos, profanándose los cementerios particulares de algunos conventos. En los días siguientes, alrededor de un millar de personas fueron detenidas, acusadas de participar en estos desmanes o de instigarlos. Como consecuencia de estos acontecimientos, poco después cayó el gobierno de Maura. Para este asunto, vid. Eduardo COMÍN COLOMER, La Semana trágica de Barcelona, Publicaciones Españolas, Madrid, 1959.
[32] La anécdota está recogida en