Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez Gómez
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Hasta este momento, da la sensación de que sus intereses de cara al futuro giran en torno a la Filología Inglesa. Pero es en estas circunstancias, alojado en esa pensión de Philbeach Gardens, donde su vida sufre lo que los guionistas de teatro y cine ingleses llaman un plot point; un punto de giro, a partir del cual cambian las circunstancias de la trama porque se ha roto el equilibrio de lo que venía sucediendo hasta entonces: como hemos visto en su propia narración, en los ratos libres que le dejan sus clases de inglés, Álvaro d’Ors se aficiona a ir al Museo Británico, donde le llaman la atención algunos objetos de la Grecia antigua que hay expuestos. Su interés por ellos es tan grande que, a pesar de sus 16 años, consigue que le permitan la utilización de las instalaciones como si se tratara de un «investigador» al uso.
Visitaba ávidamente la ciudad, pero sobre todo el Museo Británico, al que acudía casi todos los días. Allí tuvo lugar mi «conversión» al mundo clásico, y empezando precisamente por el estudio de las figurillas de Tanagra y similares. Mi interés por esa manifestación menor del arte griego fue tal, que, a los pocos días, me encontré con que, a pesar de mi corta edad, me habían confiado las llaves de las vitrinas para poder estudiar esas figurillas con mayor comodidad. Naturalmente, de ese estudio no quedó nada utilizable, pero esa fue la ocasión de que yo me llegara a sentir, es claro que pedantemente, un estudioso del mundo clásico[105].
Estas visitas al Museo Británico van calando en el espíritu del joven estudiante, que encuentra un punto de conexión entre los poetas románticos ingleses y el nuevo mundo en el que se está adentrando. Este enlace lo halla en la famosa poesía de Keats Oda a una urna griega, en la que nuestro protagonista dice que basó su conversión de la poesía inglesa al mundo clásico[106]. Al final de ese poema, Keats identifica la Belleza con la Verdad, lo que confiere a estos versos una especial significación teológica, que muy posiblemente estuviera lejos del pensamiento del poeta romántico, y también del joven estudiante de 1931, pero que no se le pasaría por alto años más tarde:
Me queda la duda de si la identificación de Belleza y Verdad —un concepto de Verdad que, naturalmente, no es el mío, que es el de Verdad revelada— nos la da Keats o se lo hace decir a la urna (...) Si yo fuera el autor de esa oda, suprimiría el entrecomillado: sería yo quien afirmara —como poeta romántico— la identidad de Verdad y Belleza, y diría que eso es lo único que nosotros («we») sabemos y lo único que los lectores («ye») deben saber. Pero no soy el autor de esta poesía preferida por mí, ni mucho menos un romántico[107].
Cuando termina el verano y vuelve a Madrid, lo hace con un firme propósito: quiere dedicarse a trabajar en ese mundo que ha descubierto y que le atrae, de tal manera que el curso 1931-1932, el último de su educación secundaria, lo dedicará casi en exclusiva a estudiar latín y griego. Los románticos ingleses —escribe— quedaron, no olvidados, pero sí postergados[108].
Este cambio en su orientación vital lo percibió claramente su amigo Juan Torroba, quien afirma que «en 1932 terminó el bachillerato de letras, apuntando ya una marcada vocación por la cultura clásica e, incluso, un interés especial por el Derecho Romano»[109].
Los alumnos del Instituto-Escuela que concluían el bachillerato aquel año se hicieron una fotografía de fin de curso en la puerta del centro. La imagen fue tomada el 18 de junio de 1932 y puede verse, en tercera fila, a Álvaro d’Ors, junto a sus compañeros de letras y de ciencias[110].
El fin del bachillerato coincidió con la caída de la Monarquía. Los tiempos que se avecinaban, con las tensiones sociales, políticas y religiosas que se iban a vivir en los años siguientes, no serían los más adecuados para el desarrollo integral de un joven estudiante. Pero también, precisamente por la misma zozobra que impregnaba todo, servirían para dotarle a él (y también a su generación) de una madurez anticipada.
Aunque no fue nunca propenso a hablar de cuestiones relativas a su intimidad espiritual, casi al final de su vida Álvaro hizo una referencia a este asunto, dando cuenta de su estado precisamente en este verano de 1931:
Tenía dieciséis años, y era yo por entonces un muchacho muy estudioso y poco piadoso —que llevaba en el bolsillo su rosario de la primera comunión de hacía ocho años, pero no lo rezaba—, aunque, por la gracia de Dios, ni entonces ni nunca tuve la menor duda de fe, ni me faltó el debido respeto al clero, cuya férula no había sufrido en mi educación[111].
1932. UNIVERSIDAD
El caserón de la calle de San Bernardo de Madrid era la sede de la Universidad Central, “la Central”, como se la conocía en los ambientes universitarios. El mismo edificio albergaba la Facultad de Derecho, en la que Álvaro d’Ors se matriculó para hacer su primer curso en octubre de 1932.
Como tenía aptitudes suficientes y motivaciones para ello, también se inscribiría un año más tarde en la Facultad de Filosofía y Letras, de manera que en el curso de 1933-1934 hizo 2.º de Derecho y 1.º de Filosofía. El hecho de estudiar dos carreras a la vez no pasó desapercibido para algunos compañeros[112].
Ese mismo año se estrenaba el edificio de Filosofía y Letras, en la naciente Ciudad Universitaria, situada entonces «muy alejada del centro», por decisión de Alfonso XIII, a quien el Marqués de Casa Aguilar, su dentista, había aconsejado que se construyera en el extrarradio a fin de que los inevitables conflictos estudiantiles que habrían de producirse afectaran lo menos posible a la vida de la capital. Para ingresar en esta Facultad hubo de hacer el examen oportuno ante el filósofo Manuel García Morente, entonces Decano[113].
El contacto con el mundo del Derecho, y especialmente con quien se convertiría en su maestro, José Castillejo, resultará determinante en su formación:
Empecé la carrera de Derecho en la Central, en 1932, bajo la dirección de Don José Castillejo, un conocido «institucionista», que me encaminó por el Derecho Romano. Mi preferencia por el Latín y el Griego (éste se estudiaba ya en el Instituto-Escuela cuando no figuraba en los planes oficiales) me predisponía para esa opción de estudio. De manera muy libre seguí también los cursos de Filología Clásica en la Facultad de Filosofía y Letras, instalada en la Ciudad Universitaria[114].
De esta forma resume Álvaro d’Ors su paso por la Universidad como estudiante, si bien esta época de su vida no es en absoluto la de un alumno normal: además de seguir las clases y trabajos de las dos facultades en las que estaba matriculado, comenzó a asistir también a seminarios y cursos monográficos que se desarrollaban en el Centro de Estudios Históricos (situado en la calle Duque de Medinaceli 4, igual que en la actualidad), que dirigía Ramón Menéndez Pidal[115]. Al mismo tiempo se interesaba por las lecturas que le recomendaba su maestro Castillejo para ir familiarizándose con el Derecho Romano:
Me tocó hacer la carrera en los años irregulares de la República, cuando, sobre todo desde la revolución de 1934, las incidencias callejeras perturbaban las clases (en el 1935-36 no hubo prácticamente clases en la Facultad de Derecho de Madrid). Tampoco todos los profesores del claustro eran de la misma calidad y eficiencia (…) únicamente debo mencionar aquí al que me encauzó en la especialidad, don José Castillejo y Duarte, pedagogo de temperamento, del que reconozco haber heredado el gusto por los casos prácticos, no, en cambio, su admirable costumbre de escribir en el encerado un amplio cuadro sinóptico de la lección que iba explicando, lo que ha conservado, y con gran perfección, otro discípulo suyo, don Ursicino Álvarez Suárez, que, por la ventaja que me lleva, puede considerarse también como maestro mío[116].
Las relaciones con Castillejo fueron excelentes. Álvaro d’Ors apreciaba la sólida personalidad del catedrático, que tenía unas miras y unos contactos internacionales notablemente superiores a los habituales en la Universidad española de la época. Formado en Alemania, Francia e Inglaterra, su figura era distinta de la del resto de catedráticos también, entre otras cosas, porque acudía regularmente