Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez Gómez
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Hay una fotografía de estos momentos, obtenida por Álvaro durante una de las muchas excursiones que hacían los alumnos del Instituto-Escuela. Entre otros compañeros de curso, aparecen retratados Valentín Gamazo, Juan Negrín, Rafael Bartolozzi, Maruchi Fresno y Julio Caro Baroja. En el comentario que hace Álvaro d’Ors de esa fotografía, al situar a su amigo dice: En el fondo, solitario como de costumbre, con su boina vasca, Julio Caro Baroja[74].
Sobre las posiciones ideológicas y vitales de cada uno, Caro Baroja es muy explícito, aunque su descripción no resulte muy considerada para con algunos compañeros del Instituto: «Barnés representaba el ala izquierda de la clase, d’Ors la derecha, yo la disconformidad. Los otros (…) condiscípulos rumiaban su insignificancia de modo pacífico»[75]. Como consecuencia de su trato con Caro Baroja, Álvaro d’Ors se interesó por asuntos de etnología vasca de los que aquel ya hablaba con pasión, así como por los ensalmos populares que utilizaban los curanderos. Todavía se conservan una porción de cuartillas amarillentas con apuntes suyos de aquella época en los que se recogen las más variadas recetas, procedentes del mundo romano[76]. En 1978, Álvaro d’Ors contribuirá en un libro-homenaje que se hizo a su amigo, precisamente con uno de estos temas sobre los que habían hablado en su juventud: «Sobre hechizo de cosechas en las Doce Tablas»[77]. Casi al final de sus días los dos amigos recibirían el premio de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza en distintas ediciones. En su discurso de aceptación y agradecimiento, d’Ors se refirió a este extremo y dijo que el premio de su amigo sí había sido merecido[78].
Por lo que se refiere a Juan Barnés, también era uno de los mejores amigos de Álvaro en estos momentos. Según Caro Baroja, «Barnés parecía un morito fino (...) era el que mejor se entendía con las chicas, el más atractivo para ellas. En segundo término sabía tratarnos a cada uno de nosotros como nos convenía. La amistad profunda que tenía por Álvaro d’Ors, a pesar de lo diferentes que eran sus ideas, no le impedía tener también una, acaso aún mayor, por mí»[79].
La amistad estaba por encima de las convicciones de ambos, a pesar de que, con los años, se fueran afianzando en ideas diametralmente opuestas. En cierto modo era comprensible que Barnés se declarara ateo y de izquierdas («de la cáscara amarga», como él mismo dice): su padre era un krausista, destacado miembro de Izquierda Republicana y profesor de Historia en el mismo Instituto-Escuela[80]. Con el tiempo sería ministro de Educación (Instrucción Pública y Bellas Artes, según la nomenclatura de la época) en dos ocasiones; en la primera de ellas (1933), entre otras actuaciones suyas, tras la expulsión de los jesuitas de España trató de convertir el seminario de Comillas en una colonia veraniega. Después, como ministro del gabinete de Casares Quiroga, fue Barnés uno de los promotores de la prohibición a los religiosos de ejercer la enseñanza y el encargado de hacerla cumplir. Como él mismo dijo en sesión parlamentaria, «la obra creadora de una gran enseñanza oficial es la que tendrá que aventar, echar fuera del palenque de la cultura esa enseñanza mezquina, pobre, que dan las congregaciones religiosas»[81]. Se entiende, pues, que su hijo Juan liderara el ala izquierda de la clase en la que estudiaba. Pese a este ambiente familiar y a sus propias doctrinas radicales, Juan Barnés correspondió a la amistad de Álvaro con total lealtad, sin rehuir, tanto en las conversaciones como en la correspondencia que mantiene con «su amigo de derechas», cualquier tipo de asuntos por íntimos que fueran, incluido el de la religión[82].
El destino final de Juan Barnés parece sacado de una tragedia: murió en Madrid el 22 de junio de 1937, asesinado por la espalda por dos soldados a sus órdenes, mientras trataba de defender las posiciones republicanas en las trincheras de la Ciudad Universitaria[83].
AÑOS 30. OCUPANDO EL TIEMPO LIBRE
Álvaro permaneció en el Instituto-Escuela hasta terminar el bachillerato, en 1932. Además de estudiar con gran provecho, también desplegó una importante actividad extraescolar que le llevó a convertirse en periodista, orador y deportista, entre otros menesteres.
En este período, junto a otros muchachos de su edad, fundó una revista. Muchos de ellos estudiaban en otros colegios, pero tenían en común el ser un grupo de hijos de intelectuales de la época: con él tomaron parte en esta experiencia personas como Gregorio Marañón Moya (que figuraba como director y en su casa —Serrano 55— se celebraban las reuniones de la redacción[84]), Miguel Moya Huertas, Miguel Germán Ortega Spottorno, Joaquín Sánchez Covisa, Rafael Gasset y Dorado, Luis López Roberts, Juan Pérez de Ayala, Fernando Ruiz Morales, Carlos Pittaluga y Enrique Miret Magdalena. Ortega Spottorno y Álvaro d’Ors eran los más jóvenes de todo el equipo. La revista se llamaba Juventud y se vendía a 50 céntimos en sendos kioscos de las calles Recoletos y Serrano. De ella cuenta él mismo:
Estrenábamos en esa revistilla, que duró poco más de un año, nuestras aficiones literarias, pero ya se comprende que fue cosa de niños. El torero Belmonte, en una entrevista que le hicimos, decía de ella que era «una birria con buenos apellidos». De hecho, solíamos llamarnos por el apellido más que por el nombre; sobre todo, los del Instituto-Escuela[85].
De su paso por Juventud queda constancia no solo por los artículos de temática diversa firmados por él en la revista, sino también como personaje entrevistado. Se conserva una foto en la que aparece toda la Redacción después de una comida que se había celebrado en el restaurante Botín: lo mismo que los redactores de publicaciones de cierta solvencia, también ellos pensaron que deberían tener una comida de trabajo para hacer balance de sus resultados. Una mirada atenta sobre esa fotografía permitirá descubrir una pequeña mancha en la chaqueta de Álvaro d’Ors: según le comentó en cierta ocasión a su discípulo Jesús Burillo, se había manchado comiendo cordero. La revista guarda memoria de las aficiones que, en este momento, tiene nuestro protagonista:
Es curioso ver qué cosas escribíamos y con qué pretensión de estilo. La colección completa, aunque corta, debe de ser hoy difícil de encontrar; yo mismo no sé si conservo algún número suelto. Pero me asombra hoy que en aquel momento dijera que mi cuadro preferido del Museo del Prado era la «Diana Cazadora» de Rubens, que mi principal afición era viajar, por la que luego había de tener disgusto, y que la artista de cine que más me fascinaba era Pola Negri; siento ahora cierta vergüenza de estas aficiones entonces confesadas, y me imagino que algo parecido debe de haber ocurrido con mis compañeros de redacción, la mitad de los cuales no viven ya[86].
Además de estas aficiones, en las páginas de Juventud se recoge también que el plato favorito de Álvaro era el arroz y los mariscos en general y que las ciudades del extranjero que más le gustaría visitar eran Roma, Oxford y Brujas.