Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez Gómez
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Con su instalación en Madrid, el género periodístico inventado por Xènius, el Glosari que prácticamente a diario había venido publicando en catalán, pasará a convertirse en el Glosario, en castellano, y La veu de Catalunya será sustituida por el ABC. No obstante, seguirá colaborando en Las Noticias y El Día Gráfico de Barcelona hasta 1926. A partir de este momento se hace patente la ruptura de Eugenio d’Ors con el mundo político y cultural de Cataluña, del que él había sido parte tan activa. Mientras vivió en Barcelona se le podía permitir ser crítico con las ideas nacionalistas de los suyos, defendiendo sus tesis imperialistas, pero una vez instalado en Madrid, las mismas opiniones ya se entendieron con otros ojos, como si fueran un ataque a Cataluña. A pesar de esta experiencia negativa, Xènius haría gala hasta su muerte del gran amor que sentía por su tierra natal.
Como es de suponer, los d’Ors Pérez-Peix también vivieron intensamente estos acontecimientos: para el joven Álvaro, la salida de Cataluña supuso el darse cuenta —quizá por primera vez en su vida— de que existía algo llamado política. Pero el cambio de domicilio no tuvo especiales complicaciones para él: el agua de Madrid se podía beber directamente del grifo y su acento catalán se fue perdiendo con la misma rapidez con que aprendía que a las panaderías se les llamaba tahonas, que las tiendas de ultramarinos aquí eran coloniales y que el pesebre navideño, en la capital se convertía en belén.
UN VIAJERO OBSERVADOR
En los años 20 la peseta era una moneda fuerte, y algunos españoles de clase media podían viajar por el continente a unos precios similares a los de España sin que su economía se resintiera. De esta manera, la familia d’Ors aprovechaba los veranos para acudir a Heidelberg, Viena, Venecia, Roma o cualquier otra ciudad donde hubiera algo que valiera la pena ver, oír o visitar. Rastreando los “Ecos de Sociedad” del ABC, se pueden encontrar noticias de los lugares a los que se dirige la familia de su colaborador[43]. Estos viajes le van a dar a Álvaro la oportunidad de empezar a aprender algunos idiomas, conocer otras culturas, visitar muchos monumentos, contemplar obras de arte…, de abrir su mente a otras realidades muy diferentes de las que podía ver en la España de aquellos años.
La prosperidad económica de España en tiempos de la Dictadura, en coincidencia con la postración europea de la post-guerra, permitía a los españoles viajar con una peseta fuerte, y moverse muy por encima del nivel del veraneo habitual en una familia de clase media; mi pequeña maleta iba cubierta de las pegatinas que solían poner entonces los hoteles de todo el mundo[44].
Un niño observador como era Álvaro solía estar atento a las personas con las que se encontraba en sus viajes, de manera que desarrolló la habilidad de detectar con qué tipo de gente se topaba. De esta destreza haría uso a lo largo de su vida, para percibir su adecuación al ambiente en el que se encontraba. Según comentaría alguna vez, estos juicios podían ser temerarios o producto de una valoración excesiva de cualquier detalle pequeño; pero, al mismo tiempo, le desarrollaban una imaginación viva, que después sería muy apta para la conjetura científica:
Solía prejuzgar relaciones por el aspecto de las personas; p. ej. sensibilidad para oler parejas irregulares, complicidades de timos, simpatías o antipatías (...) Mi aproximación a las personas ha sido siempre instintiva, casi magnética. Al entrar en un hall de hotel, p. ej., sin distinguir propiamente a nadie, tenía como una percepción interior del tipo de gente que había allí (si había alguna «mujer de la vida», un «Don Juan» —los llamaban entre los hermanos «tiroriros»—, un profesor universitario, un deficiente mental). Todo venía a mi radar sin apenas ver nada, como por magnetismo; y yo mismo me adaptaba al ambiente de conjunto, con cambio incluso de actitud corporal, de gestos. >Sensibilidad para captar el ambiente, en especial el del auditorio de una conferencia, y saber si siguen o se aburren, sin necesidad de mirar las caras. También, valoración, a veces, excesiva y temeraria de los menores gestos de la gente[45].
En 1923, el primer verano madrileño de los d’Ors, la familia había decidido ir a pasar una temporada en los Alpes. Era algo especialmente apetecido por todos ellos, ya que necesitaban tener unos días de descanso, fuera de las tensiones acumuladas con su avecinamiento progresivo en Madrid. María Pérez tomó algunas fotografías de estas vacaciones —varias de las cuales se conservan—, en donde puede verse a don Eugenio con sus hijos en la ladera de Schafberg-Alp o paseando por un sendero. En estas circunstancias, cómodamente instalados en un albergue alpino, les sorprendió la noticia del golpe de estado del general Miguel Primo de Rivera.
Hallándome con mi familia en Suiza, nos llegó la noticia del golpe de Estado de la Dictadura. Era natural que yo tuviera fijos mis ojos en la reacción de mi padre. Como ya he hecho constar en otras ocasiones, en ese preciso momento él había terminado su Guillermo Tell, no en Suiza, sino en un lugar de los Alpes austriacos, Schafberg-Alp, al que se accedía en funicular desde Sant-Gilgen. Allí quedó concluida esa obra dramática. Unos canes que aparecen en ella —«Berta» y «Cintra»— tomaron el nombre de los que había en la pequeña hostería de alta montaña donde nos habíamos alojado por unas semanas. Este pequeño dato me parece de interés, porque algunos peor informados han venido diciendo que ese drama se escribió para halagar al nuevo dictador. Es falso. Como he explicado en otras ocasiones, esa obra paterna debe ponerse en estrecha relación con otra similar: el Nou Prometeu, algo anterior: ambas piezas dramáticas fueron como el desahogo de un intelectual contra las dos fuerzas políticas responsables de su voluntario exilio de Cataluña[46].
A Álvaro d’Ors se le quedó grabada otra escena de estas vacaciones: su padre estuvo jugando con él, colocándole una manzana sobre la cabeza, como había hecho Guillermo Tell con su hijo, aunque aquí no hubiera ni ballesta ni flechas. Muchos años más tarde, nuestro protagonista recordaría aquel que posiblemente fuera el último viaje familiar, asociado a un método educativo que solía utilizar don Eugenio:
Durante mi infancia y adolescencia, el paso por Suiza era obligado en todos nuestros veraneos. La última vez, (…) mi padre me sometió a la prueba, superada felizmente, de describir una rueca...[47].
El pequeño Álvaro dejará constancia de algunos de estos viajes en unos «cuadernos de verano» en los que anota los lugares que visita y algunas circunstancias particulares de algo que hace, lee o que le llama la atención. Se conservan tres de estas libretas, correspondientes a los años 1928, 1929 y 1932. El desarrollo de los viajes sigue un esquema muy parecido en las tres ocasiones: la familia pasa una primera parte del verano entre Barcelona y Argentona y después hace un viaje largo hasta una ciudad que sirve de base para desplazarse a otros lugares. Por ejemplo, en el verano de 1928 se trasladaron hasta Berna. Desde allí viajaron a Gurnigel, Lucerna, Zúrich, Constanza, Koblenza, Basilea, Ginebra… Al año siguiente, desde Heidelberg van a Frankfurt, Weimar, Leipzig, Viena y Praga. En 1932, la «base de operaciones» fue Brusino Arsizio, con idas a Lugano, Zúrich y Ginebra.
Las observaciones que hace Álvaro, con trece años recién cumplidos, demuestran una madurez impropia de su edad. En el primero de los cuadernos a los que nos hemos referido, da cuenta de las actividades en las que participa: desde un «baile de trajes» hasta un partido de tenis; desde un concierto hasta una representación teatral, pasando por una serie de visitas a museos, incluidos algunos particulares. Al año siguiente, el periplo comienza con una visita a la Exposición Universal de Barcelona[48]. Después hay muchísimas referencias a los museos que recorre y, en especial, a los pintores[49]. Finalmente, el último de los cuadernos de viaje, tres años más tarde, nos muestra a un chico con una notable lucidez: sigue dando cuenta de los lugares por los que pasa y anota alguna observación de la zona, del paisaje o de alguna actividad suya como es la pesca; pero casi todos los días reseña algo del trabajo intelectual que lleva entre manos: traduce fragmentos de Pitágoras, Jenofonte, Platón, Sócrates, Diodoro de Sicilia y Ovidio; está leyendo, entre otros, la introducción a la edición de Catulo (Budé); la Histoire d’Espagne de L. Bertrand, una selección de prosa inglesa