Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez Gómez

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Álvaro d'Ors - Gabriel Pérez Gómez

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      Siempre que contaba este sucedido, Álvaro ponía especial énfasis en la desolación que le produjo ver el timbre de su patinete completamente despiezado; parecía estar reviviendo los hechos y ponía cara de gran impotencia, extendiendo la mano en la que, después de sus cambios de voz para recrear la escena, sus interlocutores podían ver los componentes del timbre desmontado que acababa de recoger del banco. Tenía muchas cualidades de actor.

      1923. EL EXILIO MADRILEÑO

      En agosto de 1917 moría Enric Prat de la Riba, el primer presidente de la Mancomunidad de Cataluña y protector de don Eugenio. A partir de ese momento comienza a gestarse lo que, en palabras de la familia d’Ors, viene a llamarse «el exilio madrileño». Los nuevos artífices de la política catalana no terminaban de conectar con el modo de pensar de Xènius, su idea del «imperialismo» y del papel de Cataluña dentro de este esquema.

      Después de este desplante y de la polvareda que el asunto levantó en los ámbitos culturales catalanes, a pesar de que quedaba perfectamente clara la honorabilidad de don Eugenio, este ya no se encontraba cómodo en su tierra. Poco a poco lo fueron desposeyendo de todos los cargos que desempeñaba, por lo que su estabilidad económica también se vio afectada. En estas circunstancias decidió que su mejor opción era la de irse de Cataluña, al menos por una temporada.

      En consecuencia, en julio de 1921 don Eugenio hizo un viaje a Argentina, donde permaneció alrededor de medio año, quizá con la esperanza de que, después de una gira en la que creció su prestigio por aquellas latitudes, a su vuelta a España las aguas de la política catalana estuvieran más sosegadas. Pero no ocurrió así, porque la acogida que tuvo a su regreso no fue la que esperaba. Podría hablarse incluso de una cierta indiferencia: trató de rehacer su vida como periodista y, aunque lo nombraron presidente de la Associació de la Premsa Diària de Barcelona, no le convenció su nueva situación y terminó por desistir.

      Con motivo de la Primera Comunión, la abuela le regaló un rosario que llevaría en el bolsillo durante muchos años, aunque tardara tiempo en comenzar a rezarlo regularmente. A este año remonta Álvaro d’Ors sus primeros recuerdos en relación con la devoción al Corazón de Jesús:

      Muchos años después traería a colación estos recuerdos cuando, con motivo de algunos excesos litúrgicos post-conciliares que claramente le disgustaban —lo mismo que la imagen aludida—, decía que había que seguir adelante con la piedad, «a pesar de los pesares».

      La familia d’Ors-Pérez se instaló en Madrid en un piso alquilado en el barrio de Salamanca. Se trataba de un pequeño apartamento interior de la calle Hermosilla, tan diminuto que los hijos mayores, con 15 y 13 años, se vieron forzados a vivir en una residencia para bachilleres mientras no se encontraba otro acomodo. Poco después se trasladaron

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