Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez Gómez
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Como a Álvaro se le daban bien los idiomas y había llegado a hablar el inglés con cierta soltura, formó con un grupo de compañeros de clase un Club Hispano-Inglés. A la hora de repartirse los cargos, nombraron secretaria a Elena Humbert y a él lo hicieron presidente. Cuando llegó el momento de echar a andar, prepararon un acto inaugural en el que el flamante presidente debía pronunciar un discurso ante sus compañeros. Según recordaría años más tarde, su experiencia como orador fue un fracaso, dada su timidez:
Recuerdo que en la primera sesión en que había de actuar, en el sótano del Instituto, con mesas arregladas, me levanté a pronunciar mi discurso. La primera vez en mi vida que hablaba en «público»: el club tendría unos cincuenta o sesenta socios, y el acto se había preparado con mucho cuidado. Empecé... y a los pocos minutos se había armado tal griterío de chunga, que hubo que suspender el acto, y el club ya no levantó cabeza[89].
Según sus propias confesiones, en esta época de su vida, Álvaro d’Ors aborrecía a Emilio Salgari, no le entusiasmaba Julio Verne y le repugnaba el Cuore de De Amicis. En cambio, leía con fruición a Charles Dickens y a Robert Louis Stevenson[90]. Estas aficiones literarias le llevaron a intentar escribir una «novela corta», pero la experiencia resultó frustrada y frustrante:
Fue una experiencia decepcionante: llevaba poco escrito cuando vi que los personajes creados por mí empezaban a obrar por su cuenta y de manera poco aceptable, contra mi voluntad, por lo que decidí quemar lo escrito. Y nunca volví a intentar nada parecido[91].
El 9 de enero de 1929, el periodista César González Ruano publicaba en La Libertad de Madrid un artículo sobre los Reyes Magos y los hijos de los escritores. Entre otros, uno de los primeros protagonistas del suelto es Álvaro d’Ors, de quien el experto entrevistador hace un retrato bastante perfilado con muy pocos trazos. Vale la pena reproducir lo que dice el maestro de periodistas, ya que proporciona información sobre algunos de los aspectos que venimos reseñando en este apartado: “Álvaro d’Ors tiene doce años y es el mayor de mis interviuvados. Aspecto de joven príncipe inglés, traducido al castellano por un catalán. Abierto, escueto y luminoso. Alegre. Escritor. Hablo con Eugenio d’Ors (…)
—Mi hijo pequeño —dice d’Ors— está en esa edad intermedia en que no es oportuno hablarle de la credulidad. Naturalmente, tiene sus reyes. Todos en esta casa tenemos nuestros reyes.
Álvaro d’Ors —que nace con un nombre más envidiable que el del caballero Casanova— se cuadra elegantemente, me estrecha la mano y contesta a mis preguntas.
—Yo —me dice— no creo en los Reyes Magos, naturalmente. Pero nadie me ha demostrado que no existan.
La frase de Álvaro me hace pensar que me encuentro ante un niño que es algo más que un niño.
—¿Cómo te imaginas tú a los Reyes? ¿En su época o anacrónicamente?
No vayan ustedes a pensar que Álvaro se asusta de eso de anacrónicamente.
—Me los imagino vestidos suntuosamente y sin anacronismos. Tal como los vi de chico en el nacimiento. Además, creo que hay que respetar la tradición.
—¿Qué te han traído este año?
—Libros de Dickens, que me encanta, y de expediciones al Polo. Además, un mazo de jockey.
—¿Eres deportista?
—A medias.
—Lo que es —me dice Eugenio d’Ors— es un formidable bailarín.
—¿Cuántos países has recorrido, Álvaro?
—Cinco.
—¿Dónde escribes?
—En Juventud, una revista que hemos fundado el chico de Marañón, el de Pérez de Ayala, el de Moya, el de Pittaluga…
—¿Qué estudias, Álvaro?
—Tercero del bachillerato.
—¿Qué asignatura te molesta más?
—La Aritmética.
D’Ors padre sonríe y me dice:
—Le molesta la Aritmética por otra cosa que a nosotros. A mí me molestaba porque parecía cosa de mercaderes. A él le desagrada, sin duda, por ser una disciplina abstracta. Verá usted, si le pregunta, cómo le sucede todo lo contrario con lo concreto.
—Vamos a ver, Álvaro, ¿qué asignatura te gusta más?
—La Geografía y la Historia[92]”.
Hay otro hecho reseñable de estos momentos de juventud: su afición por tres modalidades deportivas: el críquet, el tenis y el esquí. Por lo que se refiere al juego del críquet —que en aquella época no era conocido en España— hay constancia fotográfica: Álvaro d’Ors, elegantemente vestido, tal como se practicaba en el momento, con americana azul marino, con un ribete blanco y pantalones también blancos. Su afición fue tal que llegó a tratar de difundir la práctica de este juego a través de una entrevista en la que aparece como su introductor en España:
En mi educación oficial tuvo el Deporte un papel importante, aunque yo, como más inclinado a leer, escribir y hablar, no pasara de ser un mediocre deportista; sin embargo, por cierta anglofilia de mi adolescencia, figuré, en alguna página deportiva de los finales años 20, como «introductor del cricket en España». Fue esa una iniciativa pronto frustrada, pues para ese deporte se requería un césped y una flema que no tenemos los españoles[93].
Aunque siempre dijo que no tenía fuerza en los brazos y que eran su punto débil, también le gustaba el tenis. Hasta los años 80 guardó la que había sido su raqueta: una herramienta pesadísima, de madera maciza y con cuerda de tripa, perfectamente conservada en una funda de lona de tipo militar. En sus primeros años de Santiago de Compostela seguiría utilizándola en ocasionales partidos con amigos y colegas en la pista recién construida en el Colegio Mayor La Estila. Alguno de sus hijos la usaría más tarde, en clara desventaja con sus contrincantes, dado el esfuerzo que había que hacer para manejarla frente