Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América. Gabriela Grosores
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Historia y proyecto social
Con ser muy variados los discursos y usos de la historia, no son aleatorios. Joseph Fontana, un historiador catalán plantea: “cada etapa de revolución social, cada sistematización de la desigualdad y la explotación...ha tenido su propia economía política, su propia ciencia económica, su racionalización del orden establecido, su filosofía, y la ha asentado en una visión histórica adecuada”. A cada etapa de la desigualdad le corresponde una manera de ciencia, de economía, de filosofía y de Historia. Y esta manera, este pensamiento es una proyección de la dominación hacia el futuro. Sucede que la Economía, la Filosofía y la Historia no se refieren a las situaciones pasadas sino en tanto procuran indicar hacia dónde se mueve la sociedad, indicación que no es una mera descripción neutral sino componente del impulso a ese movimiento.9
Por lo tanto la Historia-discurso no es solo libro, no es solo escritura. Contiene siempre un proyecto social que se refleja siempre en una propuesta política, explícita o implícitamente. No existe Historia ni Ciencias Sociales sin proyecto político subyacente, explícito o escamoteado detrás de una presunta neutralidad.
Si seguimos con nuestro ejemplo del golpe del 76, cuando encontramos que hay historiadores que plantean que “el golpe era la única salida posible”, no están haciendo solamente un balance del pasado: proyectan una imagen de la sociedad argentina y un proyecto social hacia el futuro y este debate se actualiza cada 24 de marzo.
Por ejemplo, el historiador Tulio Halperín Donghi, entrevistado por Felipe Pigna en el 2003 decía: (...) En el fondo el golpe ocurre cuando la gente, incluyendo la dirigencia peronista, considera que es una solución inevitable y quizás en vista de que todas las alternativas han desaparecido, no diría que una solución deseable, pero una solución a la cual no solo no es posible oponerse porque los militares son demasiado fuertes, sino no tiene sentido oponerse porque no hay alternativas. Lo que ocurre, naturalmente, es que esa intervención militar es distinta de las otras. En buena medida esto es lo que la hace aceptable.
(...)El gobierno del “Proceso”, es necesario recordar que fue recibido, primero con auténtico no diría entusiasmo pero auténtico alivio y aceptación(...) solo cuando los dirigentes del “Proceso” demostraron de nuevo que habían fracasado en todo, que habían dejado la economía en estado ruinoso, que habían impuesto un tipo de terror absurdo, es decir, aun para el lenguaje de la época, que la sociedad estaba enferma y que necesitaba un cirujano, en lugar de un cirujano había encontrado a un grupo de carniceros chambones, diríamos(...)10
Otro historiador, Marcos Novaro, escribía en la Ñ en 2006 una nota titulada “La memoria del pasado debe estar abierta a discusión”: “Es frecuente escuchar hablar de una Historia oficial que se contrapone a una supuesta Historia alternativa. Pero esas expresiones perdieron completamente su significado entre nosotros”. Ya no existiría una Historia oficial y una Historia alternativa. “Son solo etiquetas. La consecuente debilidad del consenso puede ser un serio problema para la política democrática -o sea que para la política democrática tendría que haber un fuerte consenso- que exige que los actores sociales compartan en alguna medida la memoria histórica”. “A treinta años del 24 de marzo del 76 nadie puede ignorar los crímenes del proceso”. Es preciso notar aquí que Novaro podía hacer esta última afirmación porque la lucha del pueblo impuso, contra el silenciamiento, el conocimiento de los hechos, esa memoria histórica. Pero este historiador continuaba “Nadie puede ignorar los crímenes pero no nos apresuremos a cerrar la discusión con respecto a cómo se llegó a esta situación, por qué fueron ellos cometidos, por qué fueron en su momento tolerados e incluso celebrados, y por qué nos ha costado tanto lidiar con este debate”.11
Debe observarse que mientras Salamanca en 1975 y Walsh un año después, elaboraban diagnósticos precisos sobre el golpe y sus beneficiarios, treinta años más tarde se alerta que no debemos “apresurarnos” a establecer sus causas... Pierre Vilar dice, que: “la mayor parte de las acciones y de los hombres que han desempeñado un papel importante han originado dos corrientes históricas opuestas”. Hay muchos discursos históricos, pero esos discursos siempre se condensan o conducen a dos visiones históricas opuestas, adversa una y favorable la otra, a esos procesos y a esas personas: “Y no debe excluirse -dice él- que una causa triunfante llegue a eliminar toda la historiografía adversa”. Es decir que aquellos que develan que existe otra versión histórica quedan eliminados, al menos de la historia escrita.12
Explicación y punto de vista
“El juicio moral del recuerdo colectivo (…) tiene a su vez implicaciones políticas, que surgen a su vez de las luchas concretas, en especial de la lucha de clases. Por ello, la mayor parte de las acciones y de los hombes que han desempeñado un papel importante han originado dos corrientes históricas opuestas, adversa una y favorable la otra”.13
Jean Chesneaux plantea que las luchas del pasado son la base donde se asientan las luchas del futuro. Al respecto es de interés el tema de la resistencia antidictatorial. Si se revisa la bibliografía existente se puede encontrar a un autor como Alvaro Abós, que decía: “Durante cinco años -después del 76- la clase obrera y sus sindicatos permanecieron en conjunto inmóviles desde el punto de vista social y de la actividad sindical respectivamente”. Francisco Delich, primer interventor de la UBA en la época de Alfonsín y después rector de la universidad de Córdoba, decía: “Las fuerzas sindicales que durante los tres primeros años del régimen vegetaron bajo la feroz represión, a partir del 79 comenzaron su rearme”. Esta visión, entonces, afirma que desde el golpe no hubo resistencia obrera significativa. Por su parte Pablo Pozzi dice: “Nuestro planteo es que durante la última década la clase obrera argentina ha llevado adelante toda una serie de luchas y una sorda resistencia a los planes de ajuste”. Y James Petras afi rmaba en 1981 “La clase trabajadora argentina no se ha quedado inmóvil”.14
Interpretaciones tan opuestas de los mismos hechos dependen desde ya de la perspectiva desde donde nos situemos, nuestro punto de vista. Este componente del conocimiento, que es la perspectiva desde dónde miramos, aparentemente tan personal también está atravesado por la lucha de clases y la importancia tanto de la acción del poder sobre el conocimiento, incluyendo la investigación científica, por medio de la manipulación y la mentira, y su contrario, el trabajo de muchos por develar, por desocultar la verdad. Por eso la cuestión del conocimiento verdadero no es puramente epistemológica, se trata también y fundamentalmente de una lucha; es un problema político. Una lucha por la verdad y la memoria.
No hay una versión neutra de la Historia. Las diferentes formas de dominación siempre tuvieron formas específicas y cuidadosas para devastar la experiencia de la mayoría, desmentir la percepción: “eso que ustedes ven, que creen que es represión, eso no está ocurriendo”; “los argentinos somos derechos y humanos”. Hay políticas de memoria falsa, de mentira, como la “teoría de los dos demonios”, o de la guerra “antisubversiva”. Como señala Chesneaux, hay políticas expresas a lo largo de la historia para eliminar los rastros del pasado, la eliminación material de los testimonios, de las evidencias de los procesos históricos.15
Así la mayor parte de los testimonios del pasado son principalmente aquellos que expresan los intereses de las clases dominantes, su propaganda, sus