Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América. Gabriela Grosores

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Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América - Gabriela Grosores

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seno de las cuales son inventadas y utilizadas; o las más tradicionales historias de las relaciones entre pueblos, a través de la guerra o del intercambio, sin abordar las relaciones y los conflictos sociales en el interior de cada pueblo.

      En la escritura de la historia, lo que llamamos historiografía, las relaciones sociales muchas veces quedan ocultas como quedan ocul­tas en las propias representaciones de la sociedad capitalista. Aunque se ha desarrollado durante el siglo XX una historiografía crítica, sobre todo al infl ujo del marxismo, que puso su foco en las relaciones so­ciales y su fundamental importancia, periódicamente su abordaje es escamoteado, despreciado o separado de los temas de otras historias.

      En otras palabras, nos proponemos pensar sociológicamente la historia, pues la sociedad humana es su objeto, y al mismo tiempo nos proponemos pensar históricamente las sociedades, es decir, en su devenir: no siempre fueron, no siempre serán.

      Adentrarnos en el conocimiento de la historia no es un mero afán memorístico y coleccionista de rastros muertos, de cosas ya pasadas. Tampoco se reduce a compilar documentos antiguos para constatar ciertos hechos. Investigar y reconstruir científicamente el proceso de las sociedades que nos precedieron permite conocer y pensar históricamente nuestro propio presente, y hace posible descubrir también tendencias y movimientos: de dónde viene y a dónde puede llegar, tomando en cuenta los diversos futuros po­sibles que contiene; hacia dónde sabemos, podemos y queremos llevarla. Claro que no solo como individuos sino en tanto integran­tes de esa sociedad y dentro de ella, de los grupos y fuerzas sociales necesitados de un futuro distinto al presente que vivimos.

      El saber histórico aún de procesos muy remotos implica siem­pre una conexión activa con el presente, tanto en la realidad his­tórica como en nuestro conocimiento de la misma, y esto tiene un alcance práctico indudable.

      Ese devenir que es la historia de las sociedades comprende largos procesos evolutivos con cambios -en la demografía, en las costum­bres, en luchas parciales, por poderes- que podemos llamar cuan­titativos, a veces imperceptibles. Pero otras veces esa propia evolu­ción cuantitativa da lugar a cambios cualitativos, ya no evolutivos sino revolucionarios, en las técnicas, en las relaciones sociales, en la política y en la cultura, que dan lugar a lo nuevo y en distinto grado y medida destruyen y superan lo antiguo. Por eso el análisis histórico requiere tener en cuenta dos tipos de preocupaciones:

      a) entender cómo se origina un fenómeno, se desarrolla y even­tualmente llega a predominar.

      b) y también descubrir lo que ya no es, lo que ya no existe, lo su­perado por lo que vino después. Lo que ha sido destruido o que ca­ducó está incluido en la explicación de lo existente, pues lo que exis­te surgió de una cierta forma de ser negado o superado lo anterior.

      Estos dos aspectos -lo que alguna vez nació y tal vez perdura en nosotros y lo que ya no existe- hacen al análisis histórico, a esa relación entre el pasado y el presente.

      De allí la importancia, tanto para la vida como para el conocimien­to científico de reponer lo desconocido, lo oculto, lo que fue silencia­do por el poder y las clases dominantes de una época, particularmen­te el papel y la voz de las grandes mayorías populares en la historia. Es preciso descubrir y reconstruir la acción de los pueblos tanto en las grandes luchas sociales que han cambiado el mundo como en la producción del mundo material y simbólico que nos alberga a todos, en la producción de bienes cada vez más sofisticados para satisfacer las necesidades y también en la producción del arte, de símbolos que permiten elaborar las grandes preguntas de la humanidad, como la vida, la muerte, el amor, la amistad, la alegría y la tristeza y que supo­nen también una forma de conocer el mundo y explicarlo, actividad primordial para el hombre, inseparable de su ser.

      Tebas, la de las Siete Puertas ¿Quién la construyó?

      En los libros figuran los nombres de los reyes.

      ¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?

      Reponer la práctica y la voz de esas grandes masas es necesario y justo no solo desde el punto de vista ideológico y moral sino por razones científicas, en función del conocimiento de nuestro obje­to. Sin reconstruir el papel de las grandes mayorías productoras no podremos comprender científicamente la historia de las socieda­des. Así, historia crítica e historia científica coinciden.

      Federico Engels realizó aportes fundamentales sobre la con­cepción materialista de la historia en el punto IV de su “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”, cuyo contenido polémico con respecto a la ciencia social mantiene una gran vigen­cia luego de 128 años.

      Engels critica en ese texto la filosofía idealista de su tiempo para la cual “la historia era concebida, en conjunto y en sus di­versas partes, como la realización gradual de ciertas ideas” Así la historia se dirigía hacia una meta ideal fijada de antemano y “la trabazón real de los hechos, todavía ignorada, se suplantaba por una nueva providencia misteriosa, inconsciente o que llega poco a poco a la conciencia”.

      Explicaba Engels, “la historia del desarrollo de la sociedad di­fiere sustancialmente, en un punto, de la historia del desarrollo de la naturaleza. En ésta -si prescindimos de la reacción ejercida a su vez por los hombres sobre la naturaleza-, los factores que actúan los unos sobre los otros y en cuyo juego mutuo se impone la ley general, son todos agentes inconscientes y ciegos... nada acontece por obra de la voluntad, con arreglo a un fin consciente. En cam­bio, en la historia de la sociedad, los agentes son todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines; aquí, nada acaece sin una intención consciente, sin un fin deseado”.

      Esta especificidad de la historia -como resultado de la acción de personas movidas por su conciencia y su voluntad (lo que podría­mos llamar móviles subjetivos)- surge del hecho de que toda acción humana, toda práctica, involucra el pensamiento (y la emoción) de las personas, y siempre tiene un correlato representacional.

      Para Engels la historia es el resultado de la acción conjugada de esas fuerzas personales entrelazadas en sus relaciones, que incluyen la conciencia y la voluntad de la gente, y no solo de los grandes hom­bres o de un pequeño grupo de personas. Sin embargo las múltiples voluntades que se encuentran y chocan en escenarios que nunca son completamente conocidos ni controlados, conducen a resulta­dos no contenidos en los motivos subjetivos de los agentes. La prác­tica social previa y posterior desborda, trasciende la representación que cada uno puede tener del proceso en el que está involucrado.

      Sin embargo, ahondando tras esa apariencia, concluía:

      “allí donde en la superficie de las cosas parece reinar

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