Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América. Gabriela Grosores

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Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América - Gabriela Grosores

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que el cachorro humano puede va­lerse por sí mismo y por lo tanto requiere genéticamente de la sociedad para construirse como persona. Esta especie requiere del entorno social no solo para alimentarse, abrigarse, sino para aprender a ejercer funciones que aparecen como biológicamente determinadas, como por ejemplo caminar sobre sus piernas, etc. Más aún, solo en un medio social se construye su psiquismo. Es decir, sin la sociedad, un bebé recién nacido no logra por sí solo devenir persona y perece.

      En algún momento de esa historia, el ambiente va a comen­zar a ser drásticamente transformado por esta especie genética­mente social. Los antropólogos dataron en cuatro millones de años la antigüedad de Lucy, un esqueleto hallado en África: 4 millones. Un millón novecientos mil años tienen los restos de los homo habilis, que ya pudieron ser estudiados con los úti­les que fabricaban. Estos útiles no eran otra cosa, al principio, que una piedra con forma apropiada apenas modificada por un golpe. Luego de miles de años, se producen saltos a un material lítico enteramente tallado por los homo sapiens hasta llegar por ejemplo a las puntas de lanza magdalenienses en el 15.000 A.C., que son de una gran sofisticación. Este proceso evidencia ya la planificación anticipada de la acción que también es un rasgo exclusivo de la especie.

      En suma, todos los cambios experimentados por la humanidad a partir de entonces no son ya cambios determinados por los pro­cesos de la biología, aunque son posibles y parten de la configura­ción de su naturaleza. Surge una nueva dimensión, un nuevo tipo de movimiento con una nueva legalidad inherente, ya no natural sino social: lo que llamamos historia. Una segunda naturaleza so­cio-cultural que se transmite, reproduce y cambia no por los genes sino por el aprendizaje y mecanismos específicamente sociales, una segunda naturaleza que surge de su biología y la conserva pero la engloba y subordina.

      La actividad específica del homo sapiens es la producción de sus medios de vida. Para sobrevivir y satisfacer sus necesidades, debe producir sus medios de vida y, al hacerlo, produce su propia vida material. ¿Qué quiere decir que produce su propia vida ma­terial? Que se autoproduce como especie, como hombres y en el mismo movimiento, como sociedad. No solo en el sentido de la re­producción, sino que, para sobrevivir, la práctica transformadora de la naturaleza genera y sostiene algo nuevo, no determinado solo por la biología, sino por los procesos de aprendizaje y creación: la sociedad humana y su historia.

      Esta autoproducción de la especie fue conceptualizada por Marx y Engels en un texto temprano, “La Ideología Alemana” en polémica con el idealismo filosófico, y ha sido confirmado por los descubrimientos posteriores de la antropología y la historiografía.

      “Toda historiografía tiene necesariamente que partir de estos fundamentos naturales y de la modificación que experimentan en el curso de la historia y por acción de los hombres.

      Podemos distinguir al hombre de los animales por la concien­cia, por la religión o por lo que se quiera. Pero el hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida, paso éste que se halla condicionado por su organización corporal. Al producir sus medios de vida, el hombre produce indirectamente su propia vida material.

      Estos cambios se hacen evidentes cuando los arqueólogos comenzaron a encontrar junto a los esqueletos, artefactos cons­truidos con objetivos específicos, o se encuentran talleres de pro­ducción de artefactos distantes del lugar de uso de los mismos. El taller para hacer las armas de piedra en la caverna está distante del campo de caza de los animales y por tanto la actividad de ca­zar el animal está mediada por la producción de los instrumen­tos para ese fin: una distancia respecto de la satisfacción de la necesidad de comer, que expresa esa actividad específicamente humana, que se representa previamente en el pensamiento, se realiza socialmente y es transmitida por el aprendizaje. Y solo así se sobrevive “biológicamente”.

      Las primeras tareas de las sociedades iniciales -como la caza, la pesca o la recolección de vegetales- no constituyen en sí mismas “producción” pues no hay aún en esos actos una transformación vo­luntaria de la naturaleza para realizar los bienes que se consumen. Esas tareas toman directamente lo que el propio ambiente natural brinda y sin embargo ya existen acciones secundarias de produc­ción: es la producción de los instrumentos para mejorar esas tareas (anzuelos, hoces, cestos, armas) y también ropas y otros instrumen­tos necesarios para la vida, no solo material sino también cultural.

      Corporalidad y mediación, corporalidad y pensamiento en la acción son los dos aspectos que para Marx diferencian la práctica productiva humana de la actividad de otros animales. En el capítu­lo V de El Capital, Marx definió el proceso de trabajo:

      “El trabajo es, en primer lugar, un proceso entre el hombre y la naturaleza, un proceso en que el hombre media, regula y controla su metabolismo con la naturaleza. El hombre se enfrenta a la materia natural misma como un poder natural. Pone en movimiento las fuerzas naturales que pertenecen a su corporeidad, brazos y pier­nas, cabeza y manos, a fin de apoderarse de los materiales de la naturaleza bajo una forma útil para su propia vida. Al operar por medio de ese movimiento sobre la naturaleza exterior a él y trans­formarla, transforma a la vez su propia naturaleza.”

      A la vez Marx advertía la especificidad de esta relación hom­bre-naturaleza:

      “Concebimos el trabajo bajo una forma en la cual pertenece exclusivamente al hombre. Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor, y una abeja avergonzaría,

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