Reflexiones sobre Historia Social desde Nuestra América. Gabriela Grosores
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Junto con el lenguaje se desarrolla la conciencia, hecha posible tanto por la biología del homo sapiens como por su práctica social. La conciencia humana, que para las teorías idealistas o religiosas -el alma- sería lo fundamental que distinguiría a los hombres de los animales -y efectivamente es un elemento que los distingue- y el punto de partida y el motor de la historia humana, pierde su privilegio absoluto porque no es la conciencia separada sino el ser consciente de los propios hombres concretos, que llegan a serlo porque producen sus medios de vida e indirectamente el conjunto de su vida material-social. Los hombres son seres conscientes porque practican y en esa práctica, como el albañil pero no como la abeja, pueden representar, planificar y anticipar en su cabeza y generar nuevas prácticas.
Nuevamente conviene volver al texto de La Ideología Alemana:
“La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real.(…)
“La conciencia, por tanto, es ya de antemano un producto social y lo seguirá siendo mientras existan seres humanos. La conciencia es, ante todo, naturalmente, conciencia del mundo inmediato y sensible que nos rodea y conciencia de los nexos limitados con otras personas y cosas, fuera del individuo consciente de sí mismo; y es, al mismo tiempo, conciencia de la naturaleza…”37
En el origen no está la conciencia por un lado y el hacer el hacha o cazar el bisonte por el otro; el trabajo y la conciencia están unidos. La división del trabajo manual e intelectual hace que un sector de la sociedad pueda concebir que puedan existir el espíritu y la conciencia separados de toda la base material que le da origen y la sostiene, porque hay un sector de la sociedad que esta divorciado del trabajo manual. En aquellas concepciones filosóficas idealistas, y el privilegio y la independencia acordados a la conciencia, latía el desprecio al trabajo manual y eso persiste hasta hoy. Esa es una base real, una de las causas histórico-sociales que ha dado origen y reproduce la idea tan peregrina de que se puede enfocar la conciencia separada de la práctica material de la humanidad.
Algunas consideraciones sobre las fuerzas productivas de la sociedad y las relaciones sociales
La vinculación de la sociedad de los hombres con la naturaleza se realiza y desarrolla a través de esas formas de adaptar la naturaleza a las necesidades de los grupos humanos que constituyen las fuerzas productivas de una sociedad. Las fuerzas productivas de la sociedad operantes sobre la naturaleza para transformarla engloban tanto los instrumentos de que dispone (desde el arco y la flecha y la obra hidráulica hasta las computadoras) como las capacidades humanas de crear esos instrumentos y de utilizarlos. Instrumentos y capacidades humanas, todavía muy abstractamente definidos, conforman el contenido de las Fuerzas Productivas de una determinada sociedad, en un determinado período histórico. En consecuencia inciden en su desarrollo la cantidad de hombres, de brazos, los modos de organización en el trabajo y en el conocimiento, un conjunto de elementos que se van haciendo cada vez más complejos a lo largo de la historia.
Ciertas concepciones filosóficas e historiográficas han reducido el contenido del desarrollo de las fuerzas productivas a la tecnología, atribuyendo un papel determinante en el plano socio-histórico a uno u otro instrumento o técnica revolucionario, sin contemplar el papel de los hombres y sus capacidades y habilidades. Un ejemplo de esto son las importantes escuelas historiográficas que plantean que la Conquista de América trajo el “progreso” al continente al traer los instrumentos e inventos con que contaban los europeos en ese momento, sin reparar en que la Conquista destruyó la principal fuerza productiva americana: a la mayor parte de su población y también, mediante su política represiva y su dominio colonial, la fuerza creadora de la misma y descartó miles de años de aprendizaje, transformación y adaptación en la agricultura, las artesanías y los saberes previos. A la vez, saquearon y también destruyeron los tesoros de su cultura. ¿Cómo daría esta cuenta entre lo que trajeron, lo que se llevaron y lo que destruyeron?
Es que cada época y cada clase social vio el aspecto del hombre que precisaba: Benjamín Franklin, el ideólogo de la revolución norteamericana e inventor del pararrayos definió al hombre como “homo faber”, que fabrica instrumentos. Y destacó el rol de los instrumentos, condicionado por la ideología de su clase, la burguesía revolucionaria, que necesitaba revolucionar la técnica y así desarrollar la fuerza productiva del trabajo -no porque los capitalistas sean siempre “productivistas” sino porque ello era una condición para acumular ganancias, que es el móvil del capital-.
Marx también estableció el papel determinante del desarrollo de las fuerzas productivas en la historia pero no las reducía a las técnicas sino que incluía las capacidades humanas de crearlas y aplicarlas, poniendo por delante el papel de los trabajadores en el ejercicio y la creación de esas técnicas. Así, refiriéndose a la clase obrera bajo el capitalismo, afirmó: “De todos los instrumentos de producción, la mayor fuerza productiva es la propia clase revolucionaria”. 38
A su vez, el desarrollo de las fuerzas productivas materializa a través de la historia la relación sociedad-naturaleza desde su unidad originaria, una unidad dialéctica, siempre en desequilibrio, que el capitalismo ha convertido en la actualidad en un antagonismo extremo, a partir de la necesidad compulsiva de creación y apropiación de la plusvalía, fruto del trabajo humano enajenado, y a costa de la depredación del ambiente. Virtualmente el actual nivel de desarrollo de las fuerzas productivas sociales permitiría tanto una vida digna para el conjunto de la humanidad como un planeamiento previsor de la acción sobre la naturaleza a los fines de su preservacion como nuestro ambiente, fuente y condición de nuestro sustento a igual titulo que el trabajo humano. Sin embargo, la actual organización de la producción motorizada por la obtención de la máxima ganancia, “no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”.39
Como lo señalamos antes para las primeras sociedades de bandas de cazadores-recolectores, las fuerzas productivas y las relaciones sociales son dos aspectos de un único proceso: los grupos humanos se organizan en función de las necesidades y tareas que se propongan y esas tareas y necesidades y hasta la misma organización están en relación con la naturaleza y con los instrumentos que esa sociedad tiene y va a desarrollar para lograr sus objetivos. Relaciones sociales de producción y fuerzas productivas son entonces una unidad de dos polos, una relación contradictoria que se resuelve a través del desarrollo de las Fuerzas Productivas por una parte y de la sociedad por la otra.
Esta “unidad de contrarios”, esta relación inseparable y a la vez conflictiva es lo que Marx denominó Modo de Producción. Analizando la historia a partir de aquellas primeras sociedades, es posible constatar que el modo de producción es un elemento determinante de la economía de las distintas sociedades, un elemento básico y determinante de las sociedades de diferentes pueblos en diferentes tiempos, que los torna comparables; que los modos de producción cambian a lo largo de la historia, configurándose diversas estructuras sociales, y condicionando la vida social política y cultural y la acción de los hombres, que a su vez son cambiados junto con las estructuras sociales y política por la acción humana a través de revoluciones sociales que abarcan determinadas épocas históricas.
En las primeras sociedades de cazadores-recolectores caracterizadas por la cooperación no había, ni podía haberlo, explotación del trabajo ajeno ni poder estatal, en el sentido de que un grupo fuera alimentado por los demás, para que los gobernara y tuviera el monopolio de la fuerza, de las armas. Todos debían cooperar, tenían