Bloggerfucker. Antonio González de Cosío
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Bloggerfucker - Antonio González de Cosío страница 10
Arrebatada, se puso de pie y caminó a la ventana… y una fantasía la asaltó. Se imaginó ahí, parada en el quicio, a Claudine, que la miraba retadora con sus labios laqueados y uno de sus modelitos extraños de Y/Project o Vetements que tanto le gustaban. Helena iba acercándose a ella, quien, retadora, la miraba con su sonrisa brillante y majadera. Y justo al estar frente a frente, de un certero empujón en el pecho, la tiraba al vacío. Ella miraba caer a Claudine con los ojos desorbitados y el cabello rubio revolviéndose… pero en ese momento sacudió la cabeza estremecida por ese negro pensamiento y se alejó de la ventana.
Dios, perdóname, se dijo santiguándose para alejar los malos pensamientos. Respiró hondo, pero sus sentidos se inundaron entonces del olor del papel que tanto le gustaba, aderezado por el diluido, pero aún perceptible, aroma de las muestras de perfume que se encartaban en las revistas. Miró todo aquello que para cualquier otro serían sólo papeles y noticias viejas, pero que para ella eran el testigo de su vida profesional.
Entonces lo sintió venir. Ese monstruo que le apretaba el pecho y subía por su garganta queriendo ahogarla. Sus ojos se llenaron de lágrimas y, como vómito, un enorme sollozo salió de su boca. Con rabia se pasó la manga de la bata de seda para secar las lágrimas y se puso de pie a dar vueltas por la sala; fue hasta la ventana, caminó al librero y, al toparse con la mesa y las revistas, vino de nuevo. Y ahora ya no pudo contenerlo y lo dejó salir: quizás era lo mejor. Se tiró en el sofá y, después de un largo rato de erupción, poco a poco comenzó a sentir que se apagaba. La sensación era reconfortante. Durmió por horas. En la ventana, la luz de día se disolvió dando paso a la iluminación eléctrica de la calle. Los sonidos urbanos, como una melodía que cambiaba de ritmo insospechadamente, envolvían su sueño… hasta que otro tipo de ruido, más chocante y seco, rompió la peculiar armonía que la arropaba y la hicieron volver de su letargo. Se sentó en el borde del sofá, un poco borracha de llorar y dormir, y oyó de nuevo los golpes. Se tocó el pecho adolorido, movió de un lado al otro el cuello contracturado por la mala postura y miró hacia la puerta: de ahí venían los sonidos. Recordó que no quería ver a nadie, que no estaba lista aún.
—¡Abre, joder! —dijo una voz detrás de la puerta.
Helena se quedó sentada sin hacer ruido para ver si, quienquiera que fuera, se cansaba y se iba.
—Ya sé que estás ahí: no te hagas. El portero me dijo que trajeron comida en la mañana.
Era Lorna. Helena permaneció callada.
—Mira, no me voy a ir; tú decides: o me abres la puerta o seguramente la pedorra nueva rica de tu vecina llamará a la policía y, con un poco de suerte, me ayudan a tumbar la puta puerta.
—¡Cállate, por Dios! —dijo Helena abriendo la puerta de golpe y jalando a Lorna dentro de la casa—. De verdad, pareces adolescente, ¿No puedes dejar de ser tan pelada?
—Sí, sí parezco, y no, no puedo. Me encanta ser pelada. ¿Sabes? Las malas palabras están muy desperdiciadas. Son perfectas para describir emociones netas, en bruto. Deberíamos llamarlas “buenas palabras”, de hecho. En fin… ¿Cómo lo llevas, nena? —y se dejó caer en el sofá.
—Lorna, me conoces bien. Si no he tomado llamadas ni he buscado a nadie es porque no quiero ver a nadie. Tendrías que respetar eso.
—No, no me da la gana. ¿Sabes por qué? Porque te guste o no, tú y yo somos lo más interesante que tenemos en nuestras vidas. Y no quise decir lo que más queremos porque no soy tan ñoña. Venga, Helena, que soy yo. Y que eres tú. Y que tenemos la edad que tenemos… ¿No te parece más sencillo dejarnos de pendejadas?
Y Helena soltó una carcajada que, al igual que el sollozo de varias horas antes, le brotó de golpe. El pecho adolorido volvió a punzar y se dejó caer en el sofá junto a Lorna.
—¿Que cómo lo llevo, hija mía? De la chingada. Ni más ni menos.
—¿Ya ves cómo una se libera siendo pelada?
Y las dos rieron hasta que el estómago les dolió y unas lagrimitas residuales resbalaron por las mejillas de Helena.
—Venga, nena, sácalas. Verás que te sentirás mejor.
—Es lo que he estado haciendo toda la tarde. Después de días de negarlo, de tragármelo, de pensar que los imbéciles son ellos y que yo soy perfecta.
—Nena —le dijo abrazándola con fuerza—: los pendejos son ellos. Y tú eres perfecta. Deja que la subnormal de Claudia comience a cagarla bien apestoso como sólo ella sabe hacerlo y verás que te van a suplicar que regreses.
—Lorna, ya lo dijiste: somos tú y yo. Hagamos un cut the crap y hablémonos al corazón. De lo que me pasó y de lo que puede significar en mi vida. No sólo dudo que me vayan a llamar de vuelta, sino que nadie más va a ofrecerme trabajo. Tengo miedo. Me pegó estos días aquí, en mi casa, viendo mis revistas, mis libros.
—Nena, ¿y para qué sacaste todas tus revistas? No es momento de conmiseraciones. La nostalgia es muy peligrosa.
—No soy nostálgica, ya lo sabes. El pasado ya no existe, se fue. Y si se marchó sin enseñarte algo, o peor, sin que tú lo aprendieras, estás perdida. No veía mis revistas por nostalgia, sino para tomar ideas.
—Y mira que has tenido muchas y muy brillantes…
—Pero justo buscaba lo opuesto: mis aciertos no son lo importante ahora, sino los errores. Y ver qué pude haber hecho mejor.
—¡Uf! Pero en este momento es tortura pura.
¿Sería verdad que sólo quería torturarse? ¿O sólo era una necia perdida por querer entender a un mundo que prefiere a las Claudines que a las Helenas. ¿Por encontrar las respuestas a preguntas que se venía haciendo desde hacía tiempo, como por qué hoy día valen más los likes que entender la moda? ¿O en qué momento se volvió más interesante una foto cursi de una influencer enseñando sus zapatos que saber por qué esos zapatos eran un objeto de deseo? Tenía que entenderlo, porque sólo así mataría ese maldito temor a sentirse caduca. Nula.
—Me siento acabada —dijo en voz muy baja.
A Lorna le dolía en el alma ver a aquella mujer poderosa, a esa fuerza de la naturaleza, así de abatida. Le partía el alma. Era testigo de lo duro que había trabajado, de sus esfuerzos para verse siempre extraordinaria y vestir como Dios manda, de ese puesto que siempre había atesorado tanto. No era justo que el mundo la estuviera dando por finiquitada. La miraba y corroboraba que ni siquiera sin maquillaje se veía de la edad que tiene, por eso traía locos a los jovencitos. Además de ser astuta y tener un ojo infalible para descubrir lo bello, para encontrar un diamante en medio de la mierda. Reconocía el talento nada más al verlo, se anticipaba a los deseos de la gente. Odiaba ver a aquella mujer que pateaba culos y reinaba en la industria editorial, ahí junto a ella hecha pedazos. No era justo. Y más que la profesional, le dolía su amiga. Esa mujer que contrató un helicóptero para llevarla al hospital cuando su embarazo se complicó y estuvo a punto de perder a Jaime, su hijo; que la ayudó a pagar su colegiatura hasta que consiguió una beca. Helena y ella habían estado juntas desde la universidad y lo habían