Bloggerfucker. Antonio González de Cosío

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Bloggerfucker - Antonio González de Cosío El día siguiente

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Adolfo, dándole la espalda. Mary le desvió la mirada y a Claudine no quiso ni verla. No entendía nada. Era Adolfo el único que ahora la miraba de frente.

      —Ese cambio extremo que queremos darle a la revista, Helena, no creemos que puedas dárselo tú. O por lo menos, no tú sola. Necesitas una mentalidad joven, alguien que conozca nuevos diseñadores y que tenga una imagen muy fuerte en redes sociales…

      Helena no podía creer lo que estaba pasando. Quizás era aún la noche del sábado y seguía adormilada en el taxi por culpa de los litros de rioja.

      —Creemos todos que es un buen momento para que des un paso más hacia el backstage y que entrenes a Claudine para que sea la nueva directora de Couture.

      Helena se sentía helada, blanca y transparente. Un soplido podría tirarla.

      —Pero no sólo a ella —continuó Adolfo—, sino a todas las editoras jóvenes de AO. Serás como una mentora. Te ofrecemos continuar con tu sueldo seis meses más mientras las preparas… y bueno, ya después vemos dónde ponerte.

      —¿Dónde ponerme? —dijo Helena al fin tras unos momentos de silencio—. ¿Dónde ponerme? No soy un mueble, ni un traste ni las cenizas de tu madre para que busques dónde ponerme, Adolfo…

      —Helena, no te pases. Deja a mi madre fuera de esto.

      —Sí, está fuera, porque tú no tienes madre. ¿Me hiciste trabajar todo este fin de semana como una imbécil y sabías que de nada iba a servir porque igual me iban a echar? Si eso no es no tener madre, Adolfo, que baje Dios y lo vea.

      —Yo no sabía nada de esto. Lo supe el sábado, cuando me llamaron de urgencia los jefes…

      —Es que vieron mi foto con Beckham —dijo Claudine muy oronda.

      —Cállate, imbécil —le dijo Helena—. Tú te ibas ir a la calle hoy por inútil y ¿resulta que ahora tengo que entrenarte para ocupar mi lugar?

      Claudine ahogó en lo profundo la contestación que le vino a la cabeza y dejó que Adolfo hablara:

      —Helena, no es cosa mía. Tú sabes cómo te he apoyado siempre, pero arriba me piden ganancias. Y ellos creen que con el coaching adecuado, Claudine podrá ser…

      —Una idiota, pero con iniciativa. Eso es lo que va a ser. Y una bomba de tiempo para la revista y para ti. Mark my words…

      —La decisión está tomada, Helena, lo siento mucho. Este número que estás cerrando es el último tuyo, y el siguiente tiene que estar ya firmado por Claudine. Su entrenamiento comienza esta misma semana y, poco a poco, iremos planeando los siguientes coachings en la editorial. Helena —dijo mirándola con esos ojos verdes que otrora la sedujeron—: ésta es una promoción, deberías estar feliz. Tenemos mucha fe de que, bajo tu batuta, las directoras jóvenes podrán dar lo mejor de sí.

      —¿De qué manera es una promoción? A ver: me quitan la revista en la que he trabajado por casi dos décadas y me ponen de institutriz de taradas que sólo son buenas para tomarse selfies —dijo mientras todos miraban a Claudine, quien, para no variar, estaba absorta en el teléfono.

      —Pues es lo que hay, Helena. Son tiempos difíciles, de reinvención. Y lo lamento, pero sólo tenemos para ti la posición que te ofrezco. Necesito que me digas si estás interesada o no —dijo Adolfo con contundencia.

      Mary Montoya hurgó entre sus folders, quizá para corroborar que llevara los contratos que le habían pedido tener preparados. Anita se preguntaba en qué momento la habían metido a ella en esto, y Claudine estaba radiante. Era una venganza mejor que la del conde de Montecristo… en caso de que supiese quién era.

      Helena respiró profundo, tomó su iPad y su bolsa, y se puso de pie.

      —Pero no me tienes que responder ahora, puedo esperar hasta la hora de la comida —dijo Adolfo con nulo tacto.

      —No, no necesito esperar a la comida, Adolfo: tengo tu respuesta ya. Mira: preferiría morirme apuñalada tres veces seguidas antes que preparar a Claudia para quedarse en mi lugar. Así que toma tu promoción y métetela por el culo; que vaya a hacerle compañía a tus hemorroides —y salió de la sala de juntas sin mirar atrás.

      Adolfo lanzó una risa nerviosa, ahogada… Quizá reía por no llorar. Claudine miró a la puerta y dirigiéndose a Adolfo le dijo:

      —Qué, ¿ya no me va a entrenar Helena?

      3

      Gatarsis

      No, no era un cliché. Ya le hubiera gustado: su vida sería mucho más fácil. Se hubiera casado con un ricachón que, a cambio de ponerle los cuernos, le habría dado una American Express ilimitada para comprarse las cosas más extravagantes creadas por Karl Lagerfeld. Y hubiera trabajado como pasatiempo: sólo para tener la dirección de una revista en su currículum y que sus amigas —más ricas que ella— tuvieran algo que envidiarle. Fue hasta la cafetera y contó las cápsulas usadas de café. ¿Cuántos llevo ya? Uno, dos… ¡seis! Madre mía, con razón tengo esta maldita taquicardia y no son ni las doce del mediodía. Ése era otro dato que mostraba que no era un cliché, porque si lo hubiera sido, serían whiskys y no nespressos.

      Con una mano en el pecho y la otra sosteniendo una coqueta tacita de porcelana con el séptimo café, salió de la cocina con dirección a su sala de estar donde, durante los pasados días, había estado acuartelada. Se había dedicado básicamente a formar pilas con las revistas que había editado en el pasado. Esos compendios de rostros perfectos, titulares atrapantes e ideas que fueron magníficas en su tiempo —algunas lo seguían siendo— habían sido su compañía en los últimos días. Su celular había permanecido apagado desde su salida de la editorial. Simple y llanamente necesitaba estar sola para digerir lo que le había pasado, ese suceso que probablemente le cambiaría la vida para siempre. Una sonrisa, glaseada por el recuerdo, se asomó en su rostro cuando sus ojos se posaron en la revista que había sido decisiva en su carrera: Linda Evangelista con cabello rojísimo y sus poderosos ojos grises retaba y enamoraba desde la portada de un Bazaar de 1995.

      ¡Veinticuatro años, Dios! No podía creerlo: aún tenía el vestido de Alaïa que se compró el día que conoció a la Evangelista en Bergdorf Goodman. Y le seguía quedando igual de bien… Entrecerrando los ojos, recordó el aroma del Dolce Vita de Dior, con el que alguna vendedora se había perfumado en abundancia. Fuera de los vestidores, alfombrados en color crudo y con pesadas cortinas azul claro en la entrada de cada apartado, Helena se miraba atentamente en el espejo dudando si debía gastar tanto en aquel vestido. ¡Era tan absolutamente fabuloso! Imposible no llevárselo. Pero la imagen de Linda Evangelista saliendo de un vestidor la hizo olvidar sus tribulaciones. La top model se probaba un vestido de Versace que era un espanto. Sin dudarlo, y con su perfecto inglés, le dijo: “Please, don’t, dear. Most of the times Gianni is right. But when he screws it, he screws it good”. Helena se dio cuenta de que había cometido una imprudencia cuando la modelo quiso matarla con la mirada. Y pudo mandarla al demonio directamente, pero al analizarse mejor en el espejo, miró a Helena y le dijo: “Tienes razón, este vestido es horroroso”. Helena y la Evangelista rieron con ganas y decidieron ir a tomar algo. Durante la cena, Helena le reveló quién era y le pidió posar para la portada de Bazaar. La modelo, quien primero creyó que aquello era una encerrona, se negó airada; pero un par de botellas de champán más tarde y seducida por el encanto de Helena, terminó aceptando. Esa cena, además de darle una de las mejores portadas que produjera en su carrera, le dio también una gran amiga, que conservaba hasta la fecha. Cada vez que Helena iba a Nueva York, quedaba con ella a cenar y chismear.

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