Florentino Ameghino y hermanos. Irina Podgorny

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Florentino Ameghino y hermanos - Irina Podgorny

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pertenecía a una serpiente.

      Así, en marzo de 1882 salían dos cajones con fósiles hacia Buenos Aires. El primero con la cola y varios fragmentos de la coraza de un gliptodonte, un cráneo, un atlas y parte de la dentadura de un lestodonte, la base del cráneo de un milodonte, otro de un toxodonte con sus dientes, la mandíbula inferior de un scelidoterio, la de un caballo fósil, la de un camélido, la base del cráneo y las patas de un caballo fósil, y, para no contrariar la voluntad fraterna, la sarta de vértebras. En el segundo cajón, más chato, iban el cráneo con las dos ramas mandibulares y el atlas del gliptodonte cuyo resto quedaba en Luján. Lo acompañaban un anillo de la cola, pedazos de cráneo y dientes de otro en arreglo. Apenas unos días más tarde, le hizo llegar dos bolas perdidas de los querandíes que pertenecían a un vecino, a quien un paisano le había traído otras cuatro o cinco. Por sus formas curiosas, el primero se las ofrecía para la Exposición que se inauguraba el 15 de marzo en la Plaza 11 de Septiembre, a tres kilómetros de la Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo), y que debía empezar a ocuparse antes del 24 de febrero de 1882.

      El palacio de la Exposición ocupaba un rectángulo de 130 metros sobre la calle Centro-América y 230 metros de fondo sobre el lado sur de Rivadavia y el norte de la Piedad. Los salones se disponían en tres secciones alrededor de un patio central. Las paredes y el techo eran de hierro galvanizado, soportado por armaduras de madera formando caballetes y columnas verticales. Iluminados a gas durante la noche, las claraboyas vidriadas del techo y las vidrieras de las paredes permitían la entrada de luz natural durante la jornada. El día de la inauguración recibió doce mil visitantes; durante los feriados llegaban diez mil personas, y los días laborables el número no bajaba de dos mil. La mayoría se trataba de trabajadores que se acercaban durante la tarde, después del horario laboral. La entrada costaba dos francos para los adultos. La venta de más de un cuarto de millón de entradas produjo 572.000 francos; pero los visitantes llegaron a 380.000: a las entradas pagas había que sumarle la visita de 75.000 escolares, 20.000 entradas entregadas a los profesores de escuela y a los miembros del Congreso Pedagógico realizado en simultáneo, y otras 5.000 para los jurados que dictaminaron sobre la calidad de los objetos expuestos. El gobierno nacional había contribuido con 500.000 francos para su instalación; la Municipalidad, con un millón para mejorar el barrio y el pavimento de la calle Rivadavia para los vehículos de lujo. Siete líneas de tranvía comunicaban la Plaza Once con el resto de la capital. El barrio vio proliferar comercios y otros establecimientos dedicados al entretenimiento de los paseantes.

      Poco antes de la inauguración, Florentino se armaba de impulso para escribirle a su hermano Juan: sus asuntos no iban según su deseo; se retardaba, inútilmente, esperando la ocasión de comunicarle alguna buena noticia. Cuando sólo faltaba su firma, el ministro Manuel Pizarro había renunciado a raíz de la oposición que, en un marco de creciente laicismo, generó su política proclive al concordato con la Santa Sede y el catolicismo como religión del Estado. El Ministerio permaneció acéfalo hasta que el 11 de febrero fue nombrado Eduardo Wilde, desde 1877 miembro activo de la Sociedad Protectora del Museo Antropológico y Arqueológico de Moreno. El carnaval no le había permitido entrar en funciones, y en la primera semana de marzo Ameghino seguía esperando el bendito decreto. Sería de un momento a otro, pero algo no marchaba bien: hacía meses que se le daba la seguridad de que se arreglaría al día siguiente sin que nada ocurriese. Juan, quizá para levantarle el ánimo, le mandaba noticias de un megaterio descubierto en Chile.

      Ameghino, de todos modos, no cejaba y presentó sus objetos en la Exposición Continental. Sobre algunos estantes colocó un gran número de cartones cubiertos de innumerables piedras y guijarros de todas formas y tamaños, agrupados de manera similar a como lo había hecho en París, agregándole la época eolítica del Terciario superior, Pampeano o Eoceno: se trataba de huesos humanos “fósiles” mezclados con instrumentos, gliptodonte y otros animales. La seguían la época paleolítica o período cheleano del Cuaternario inferior de Europa, adjudicándose la autoría de exploración y descripción del yacimiento de Chelles; el acheleano, musteriano, solutreano, magdaleneano, todos definidos a partir de los instrumentos coleccionados en Francia. En la época mesolítica reaparecían la cañada de Rocha y la provincia de Buenos Aires, que, sin embargo, se salteaba el Neolítico de los aluviones modernos: aquí, una vez más, se trataba de alfarerías y restos procedentes de distintas estaciones prehistóricas de Francia. La Edad del Bronce estaba representada por un hacha votiva. Los objetos locales se colocaban en el período reciente, anterior a la conquista, procedían de la provincia y pertenecían a los antiguos querandíes. Se complementaba con otro conjunto de utensilios (puntas de flecha, raspadores, punzones, bolas, morteros, fragmentos de ollas, pipas, etc.) de los antiguos charrúas en la Banda Oriental y del interior de la Argentina. En la sección paleontológica, por razones de espacio, se limitó a presentar las partes características o diagnósticas: cráneos, mandíbulas, dientes, pies y otros fragmentos de las especies descriptas con Henri Gervais. Exponía, asimismo, restos de moluscos de agua dulce y marinos franceses y de las pampas, vegetales fósiles de los ríos Luján y Matanzas, así como los trabajos publicados que hacían de extensión del catálogo, el mismo que había acompañado la carta a Pizarro detallándole las cuatro mil piezas originales y otros tantos duplicados que, una vez finalizada la Exposición, serían trasladadas al Museo Nacional.

      Las crónicas comentaban que los visitantes permanecían largamente observando los fósiles y piedras de tiempos primitivos, vestigios situados junto a las de José Larroque, a la derecha de la entrada del salón ocupado por la provincia de Buenos Aires. Esos vestigios, en efecto, generaban algo más que interés… el 22 de mayo Florentino publicaba en La Nación una suerte de solicitada:

      Algunos aficionados a los estudios prehistóricos y a los de saberse apoderar de lo ajeno contra la voluntad de su dueño, me han hecho el alto honor de visitar mis colecciones expuestas en la Exposición Continental, y las han examinado con tanto detenimiento y provecho, que han sabido apoderarse de una docena de mis mejores piezas. Entre ellas se encuentra una daga o punta de lanza, trabajada en hueso, sumamente antigua, única en el país, de cuya pérdida puedo difícilmente consolarme por haberla descripto en La antigüedad del hombre en el Plata, en el cual se halla dibujada en la lámina XVI, figuras 498 y 499. Esta última circunstancia hace que la pieza sea perdida para mí y para su poseedor actual, pues ella no podrá figurar en ninguna colección y (su actual poseedor) tendrá que contentarse con el necio placer de guardarla en su escritorio por toda su vida o la mía, si no quiere exponerse a ser tachado de ladrón.

      Solicitaba su devolución, ofreciendo gratificar al portador que se la remitiese (Fig. 5).

      Figura 5: La antigüedad del hombre en el Plata, lámina XVI, figuras 498 y 499. Instrumentos robados mientras eran expuestos en la Exposición Continental de Buenos Aires.

      Aunque el proyecto de Museo Nacional estaba empantanado, Ameghino, en esos meses, afianzó sus vínculos con los académicos alemanes de la Universidad de Córdoba y con Estanislao Zeballos, quien lo hacía nombrar miembro corresponsal en Mercedes del Instituto Geográfico Argentino (establecido en 1879) y lo invitaba a dar conferencias en su seno. En esas semanas Ameghino ya sabía que Wilde, el ministro defensor del laicismo, no firmaría el proyecto, habiéndose declarado su enemigo. Ameghino, con ese carácter proclive a explicar la historia en función de su sufrimiento, le comentaba a Juan: “La creación del Museo Nacional que tantos dolores de cabeza me ocasionó, fracasó por envidia hacia mí de algunos personajes altamente colocados, y por ahora no hay esperanzas de que se vuelva a hablar de él”. Wilde, por su parte, firmaría un año más tarde el decreto de creación de una nueva institución: el “Museo Nacional de la Universidad de la Capital”, reuniendo las colecciones y los gabinetes de química, historia natural y botánica existentes en las dependencias de las mismas y que funcionó –nominalmente– hasta 1915. Muy probablemente Wilde, conociendo la marcha del Museo Antropológico, prefirió fomentar otro asociado a la enseñanza universitaria de las ciencias. O quizá se

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