Florentino Ameghino y hermanos. Irina Podgorny

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Florentino Ameghino y hermanos - Irina Podgorny

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de las Provincias, y con este motivo indudablemente se llevará para su país, objetos curiosos é importantes. Y cuando digo objetos curiosos, no me refiero á aquellos que solo sirven de entretención á la curiosidad de los espíritus pocos ilustrados. Empleo las palabras, objetos curiosos, para referirme principalmente á aquellos que pueden servir para reconstruir la ante-historia de nuestro país. Tratar que el extranjero no lleve todos estos elementos, me parece que es un propósito laudable, un propósito plausible.

      Otro diputado despersonalizaba el debate, demostrando conocimiento de las disciplinas específicas, y reforzaba la importancia de la creación de un Museo Nacional como institución dedicada a la investigación científica y a la exhibición de las riquezas naturales del país. El diputado por Córdoba apreciaba esa diferencia: “Veo de lo que se trata es de adquirir el Museo Antropolójico y Arqueolójico de la Provincia de Buenos Aires, y no de aprovechar el trabajo A ó B de un individuo particular”. Pero, sin embargo, reputaba inconstitucional el hecho de destinar una suma a la creación de empleos nacionales, una de las facultades otorgadas por la Constitución al Congreso de la nación, afirmando: “Si hubiese de desaparecer el Museo por salvarse la Constitución, yo preferiría ver desaparecer ese Museo”. Sugería esperar a 1882 y seguir los pasos normales. El diputado Calvo procuró demostrarle: con esta partida no estaban creándose empleos nacionales y el museo, a pesar de que tenía como “dueño” a Francisco Moreno, “era de la gran República Argentina, de la ciencia argentina”. La precisión del derecho cedió cuando otro diputado argumentó de la siguiente manera:

      La cuestión entre nosotros viene á hacerse ahora de derecho constitucional: ¿hay ó no empleados? No hay empleados públicos. El Museo es una propiedad de la Provincia que va á ser mañana de la Nación y que la tenía antes el señor Moreno, y para continuar el fomento, el crecimiento, el perfeccionamiento, ó como quiera llamarse, de este Museo, el Congreso le acuerda á la Provincia de Buenos Aires, la Nacion al Señor Moreno [...] y permítaseme, esta vez, como siempre que se haga una observación constitucional, en que diga que es necesario fijarse perfectamente bien en la naturaleza del objeto al cual quiere aplicarse esa disposición constitucional. Yo digo que en este caso esta es una propiedad nacional porque la naturaleza de la cosa misma se hace así. Es tan alto el objeto y es tan grande el resultado obtenido por este caballero, que ha dejado de ser suyo; es la ciencia argentina quien en ello gana. Puede ser transitoriamente dueño de esta propiedad, que yo considero valiosísima, porque a mi entender tal vez la hubiera podido vender por cuarenta o cincuenta mil patacones; pero él, patriota como es, ha preferido regalarla á su país, al Gobierno de la Provincia, y de este pasa al de la Nación, así como le ha pasado la Capital [...] Quinientos pesos para fomento del Museo Antropolójico, puede incluir hasta un portero, y sin embargo no es la creación de empleos, sino el fomento del Museo mismo [...] Las cuestiones de propiedad no son de nuestra competencia; las de creación de empleos secundarios tampoco son de nuestra competencia: es la institución la que fomentamos; es para la institución, para la cual pedimos la protección del Congreso.

      A mediados de diciembre Ameghino no dudaba… la victoria sería inminente, y le escribía a Juan entusiasmado:

      El proyecto de fundar un Museo Nacional, después de haber sido aprobado por la Cámara de Diputados estuvo en vísperas de fracasar por completo. Fue retirado de los asuntos que las Cámaras debían tratar en las sesiones de prórroga de este año, a última hora. De modo que hemos tenido que emprender una nueva campaña para ver si se podía conseguir que figurase en el presupuesto del año entrante; y la Cámara de Diputados ha votado ayer la suma de mil (pesos) fuertes mensuales para la planteación de dicho Museo, y ahora sólo falta que el Senado lo apruebe a su vez, y casi estamos seguros de tal aprobación. Así no habríamos perdido más que dos meses y empezaríamos a instalarlo en Enero próximo. Burmeister está furioso; y dicen que si conseguimos fundar el Museo renunciará y se irá a Europa.

      Mientras tanto, Florentino recibía un billete de Moreno con el agradecimiento del ministro. Todo se haría oficial después del 1° de enero. Y le pedía: “Puede entregar el fémur al portador”. El jueves 5 de enero de 1882 Florentino, ignorando que estaba escribiendo la última carta dirigida al ministro Pizarro, donaba sus colecciones de estudio para el gran Museo Nacional destinado a la conservación de “las preciosidades antropológicas, arqueológicas y paleontológicas que se encuentran enterradas en nuestro subsuelo”:

      Ha llegado el momento de que todos los ciudadanos que se hallen en estado de hacerlo cooperen en su engrandecimiento [del Museo]. Las colecciones de estudio particulares surgen de la ausencia de establecimientos públicos que puedan proporcionar los materiales de estudio necesarios; pero desde el momento en que esta deficiencia desaparece, ellas se hacen insuficientes para sus mismos propietarios, por cuanto aún las más ricas son necesariamente incompletas. Indispensable es entonces reunirlas en un solo centro, en donde se completen unas a otras y en donde el sabio que quiera emprender la redacción de serias monografías encuentre a su disposición series incomparablemente más completas que las que puedan ofrecerles las colecciones que haya reunido personalmente. Heme decidido a dar el ejemplo.

      FÓSILES Y TAQUIGRAFÍA

      Entre su regreso y el inicio de 1882 Florentino, a la distancia, empezó a entrenar a Carlos, que vivía con sus padres en Luján, en el sistema taquigráfico de su autoría y en la búsqueda y preparación de fósiles. Tenía intenciones de encontrarle un puesto de taquígrafo en el Congreso de la nación y para ello lo puso a practicar por correspondencia. Carlos no encontraba dificultades en la construcción de los signos, pero su memoria no lo ayudaba. Se había formado una idea de la rapidez del sistema y constataba que las traducciones al alfabeto latino que Florentino hacía de sus versiones estenográficas se acercaban bastante a la realidad. Pero, lejos de las tres horas publicitadas, en noviembre Carlos aún no había terminado de dominar la segunda parte que componía el método. En diciembre la cosa empeoraba: le pedía más tiempo para aprender ese “verdadero rompecabezas que poco entiendo”. Con varios días de estudio, apenas si dominaba una docena de signos.

      Mientras tanto, encontraba tres esqueletos de gliptodonte: dos a unas treinta y cinco cuadras de Luján; el otro, a cinco de la casa. Había leído La antigüedad del hombre y comparaba sus hallazgos con los del hermano. Además, contaba con una vértebra de gran tamaño, dientes, moluscos terrestres y lacustres, huesos tallados por el hombre, instrumentos de piedra tallada y del Neolítico. Carlos aprendía a clasificar animales y vestigios industriales siguiendo las categorías de Florentino y, como él, a situar los hallazgos en un horizonte geológico determinado. También le reportaba los descubrimientos fortuitos de otros vecinos: el almacenero había sacado del río un fémur de un metro de longitud y, si estaba interesado, se lo ofrecería, así como las precisiones sobre su paradero.

      Ameghino, de vez en cuando, visitaba a su familia y juntos, Carlos y él, salían a extraer fósiles o a buscar nuevos. Luego los despachaban por tren de carga a Buenos Aires. Asimismo, Carlos empezó a encargarse de promover donaciones lujanenses para el nuevo “Museo Nacional”. Pero, así como no terminaba de sentirse a gusto con los signos inventados por su hermano, fracasaba al intentar arreglar la cola de un gliptodonte: había pegado dos o tres anillos pero le quedaban desiguales o torcidos. Optó, entonces, por buscar la colocación de las placas para que su hermano, experto en estos quehaceres, lo compusiera a su gusto. En marzo, sin embargo, ya había compuesto una cabeza de gliptodonte para presentar en la Exposición Continental. Florentino le daba indicaciones precisas de cómo embalarlas. Le pedía que, en uno o dos cajones, adjuntara todo lo que había en la casa, aun lo que todavía no había acondicionado. Él las terminaría en Buenos Aires. Carlos debía colocar la cabeza arriba y, en la tapa del cajón, un letrero con la leyenda “MUY FRÁGIL”. Los haría llevar a la estación, donde Carlos debía permanecer hasta que los hubieran colocado en el vagón sin darlos vuelta, encargándole al guarda que nadie lo hiciera durante el viaje. Florentino los esperaría en la estación 11 de Septiembre (hoy Plaza Miserere), cuidando que no los dieran vuelta

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