Florentino Ameghino y hermanos. Irina Podgorny

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Florentino Ameghino y hermanos - Irina Podgorny

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se vendían en cajas de madera blanca con varios compartimentos separados por cartones finos que costaban entre 4 y 7 francos (Fig. 4).

      

      Figura 4: Tratado práctico del naturalista preparador de A. Éloffe.

      Éloffe, además, confeccionaba modelos en yeso siguiendo las instrucciones de un antiguo modelador de la Escuela de Bellas Artes, entre ellas la reproducción de Glyptodon clavipes, el más caro de todos. Costaba 5 francos más que los iguanodontes, vendidos a 25 francos. En 1862 promocionaba la venta inminente de un modelo de Mylodon robustus: a los primeros cincuenta suscriptores se les descontaría un tercio del precio de venta, aún desconocido. Las piezas se ofrecían bronceadas o pintadas del color del sedimento de origen. De primorosa ejecución, formaban parte de varios establecimientos públicos. Un gabinete de historia natural para la universidad costaba entre 150 y 300 francos pagaderos en cuotas trimestrales; un gabinete completo llegaba a los 5.000 francos; pagando 1.000 se obtenían 1.800 piezas con las que se podía llenar una sala completa. Los precios incluían el embalaje en cajas preparadas con tablones, tornillos y correas, con tanto cuidado que aun las piezas más frágiles soportaban los viajes sin sufrir averías. Éloffe también daba instrucciones sobre cómo buscar fósiles, y vendía los instrumentos recetados: tamices de metal, guata para envolverlos, limas en punta biselada y pincetas, en una panoplia que muestra el desplazamiento hacia la paleontología de los instrumentos inventados –o adoptados– por los relojeros, los grabadores, los mineros y los artistas de las escuelas de bellas artes.

      El estado del colmillo en la Maison Éloffe contrastaba con las instrucciones de su manual, mostrando la artificialidad de este mundo natural y los cuidados a los que había que someterlo para que no se desintegrara nuevamente. Las colecciones de Ameghino y sus colegas ya cargaban con varias reparaciones realizadas en el campo, Mercedes y París que implicaban, además, la experimentación con distintos materiales para pegar y mantener unidas esas sustancias que tendían a quebrarse. Los huesos estaban muy lejos de la vida y la naturaleza: modelados por instrumentos, cuidados entre algodones, se componían de minerales y gomas de distinto origen, factores que explicaban su valor de mercado. Y a pesar de ello, las confusiones eran inevitables. Ameghino, mientras se peleaba con los consignatarios, encontró la mandíbula de zarigüeya fósil que correspondía al número 5.011 de su catálogo, escabullida de las cajas y reaparecida partida en dos pedazos. Además, la mitad de una mandíbula de una nueva especie de Scelidotherium se había reducido a polvo: restaurada por los preparadores del Muséum, ya estaba lista para partir hacia Filadelfia. Sumado a ello, había surgido un imprevisto: Paul Gervais había enfermado y fallecido en febrero de ese año. Las colecciones, depositadas en su laboratorio, quedaron inaccesibles hasta abril, y hasta agosto no pudo cumplir con el envío, que incluía fragmentos de un aerolito.

      Ameghino, mientras tanto, se volvió un experto en alquileres y depósitos: después de haber vivido con Larroque, se había mudado con los huesos de Cope a dos piezas en el 66, Rue Lebrun para él y a razón de 350 francos al año u 87,50 francos por trimestre. Hizo de esa casa su dirección comercial en París, donde recibía y enviaba correspondencia en papel membretado al efecto. Cope le solicitaba un catálogo de los duplicados de la colección de Buenos Aires, cuya consigna seguía pagando. Las casas de historia natural, aunque Cope y Ameghino trataran de evitarlas, definían los precios y las pautas del comercio, incluyendo la necesidad de un catálogo que, como en una librería, se modificaba según las compras y las ventas. Ameghino rehízo sus catálogos en función de esos movimientos y de las pérdidas asociadas al embalaje y traslado de los objetos entre tantos espacios diferentes: el campo, Mercedes, Luján, París… Y, al hacerlos, aprendió a ordenar con criterio comercial y a controlar las existencias reales y faltantes. Cada vez más compenetrado con la anatomía de los mamíferos, recorría laboratorios y comercios, publicaba, dibujaba y se corregía a sí mismo: la mandíbula número 8.500 de su catálogo, bien mirada, tenía cinco molares inferiores, por lo que no pertenecía a la especie Auchenia lama como había creído sino a Paleolama. Ameghino esperaba comparar sus observaciones con las del experto de Filadelfia, sin saber que las cajas llegadas desde París nunca fueron abiertas. Cope, como Ameghino, fue una máquina de escribir impulsada por la competencia y alimentada con los reptiles y mamíferos fósiles del suelo norteamericano. El sur del continente no formaría parte de esa obsesión. A la espera de tiempos mejores, en 1897 lo sorprendió la muerte.

      LOS MAMÍFEROS FÓSILES, EL HOMBRE DEL GRAN TATÚ Y EL CUATERNARIO DE CHELLES

      Ameghino dispuso en París de un muestrario completo de los mamíferos fósiles de las pampas, una oportunidad que muy pocos habían tenido y que nadie volvería a repetir por varias décadas. Durante su estadía (1878-1881), Ameghino contó con las colecciones realizadas por Alexander von Humboldt en Quito y Colombia (1802), Alcide d’Orbigny a orillas del Paraná (1827) y en la Patagonia, y Auguste de Saint-Hilaire y Peter Claussen (1838-1839) en Brasil. En París también se encontraban los esqueletos reunidos por el médico militar Francisco X. Muñiz despachados en la década de 1840 por el gobernador Juan Manuel de Rosas, los materiales que el médico uruguayo Teodoro Vilardebó había comprado a Pedro de Angelis y revendido al Muséum, los acopiados por Claude Gay en Chile, por Francis de Castelnau en Perú, por Hugh Weddell en Tarija y por Séguin en las pampas argentinas. A diferencia de lo que ocurría en Buenos Aires, donde las lecturas estaban mediadas por la buena voluntad y las relaciones personales, la biblioteca del Muséum, sin preguntarle quién era, puso a su disposición una serie de libros con las descripciones y las imágenes publicadas en distintas partes del mundo. Entre ellas, las memorias de paleontología del dinamarqués Peter Lund, el investigador de la fauna fósil de Brasil, quien, desde inicios de la década de 1840, insistía en que la caverna de Sumidouro en Minas Gerais contenía evidencia de la antigüedad del hombre sudamericano.

      Ameghino educó su mirada y amplió sus referencias frecuentando los laboratorios, las bibliotecas, las colecciones y los yacimientos europeos. Su francés mejoraría al casarse con Léontine Poirier, de la familia de Justin Poirier, quien desde 1877 se desempeñaba como ayudante naturalista de Edmond Perrier, profesor del laboratorio de moluscos, gusanos y zoófitos del Muséum. Ameghino, mientras era admitido en varias sociedades científicas francesas, publicaba y colaboraba con la clasificación de la fauna del Plata almacenada en los laboratorios. Acometería esta tarea con otro ayudante-naturalista del Muséum, Henri Frédéric Gervais, el hijo del fallecido profesor, una familia que, como muchas otras del Muséum, había ascendido socialmente gracias al trabajo, los estudios, los acuerdos políticos y matrimoniales. Sin embargo, como ocurrirá con Henri, estos no siempre resultaban: Henri Gervais nunca pudo suceder a su padre, a pesar de haberse casado con una joven amante de las ciencias naturales y que su hermana Ernestine Marie Zélie en 1881 contrajera enlace con Camille Marié-Davy, el hijo del director del observatorio del Parque de Montsouris. En el caso de Ameghino, el casamiento con Léontine y la colaboración con H. Gervais forman parte de esta dinámica y de las expectativas sobre su futuro.

      Henri Gervais y Ameghino publicarían un catálogo de los mamíferos fósiles sudamericanos reunidos hasta entonces en Europa y en América, una lista de 309 especies, de las cuales setenta eran de creación de los autores. Publicado en francés y castellano, con sello de las casas editoriales de Savy (en París) e Igón Hermanos (en Buenos Aires), aparecía con fecha de 1880, firmado en el laboratorio de anatomía comparada del Muséum, ahora a cargo de Georges Pouchet, el amigo de Flaubert y su referencia para la escritura de Bouvard y Pécuchet. Ameghino se presentaba como “Ex-director del Colegio Municipal de Mercedes”. Igón Hermanos, como ocurriría también con La antigüedad del hombre en el Plata, simplemente era el consignatario de la obra en Buenos Aires. Para redactar este catálogo recurrieron a la bibliografía y consultaron la colección del Muséum de París, la del Colegio de Cirujanos de Londres y la del British Museum, a cuyos directores les agradecían la buena

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