Sexo, violencia y castigo. Isabel Cristina Jaramillo Sierra
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Menciono algunos de los eventos más mediáticos para que recordemos que no podemos escapar del abuso de niños ¿Qué está sucediendo? ¿Acaso es que constantemente nos han vuelto más conscientes de una maldad objetiva que existe entre nosotros, pero hemos sido muy buenos en ignorar? Hay una cantidad de pensadores constructivistas, comprometidos con la idea de que las categorías y las clasificaciones son construcciones sociales, que se resisten a ver el abuso de niños desde la perspectiva de “crear personas”. Estos nominalistas que en otros casos serían meticulosos, protestan y dicen que el abuso de niños es un maltrato real que finalmente ha sido descubierto después de haber estado oculto por generaciones. No estoy en desacuerdo. Creo que el movimiento del abuso de niños ha efectuado la más valiosa, y a la vez más desalentadora, concientización de mi vida. Ha prendido las luces y nos ha obligado a mirarnos al espejo. El reflejo no ha sido gran cosa.
El caso es que para 1960 nadie tenía la más remota idea de lo que contaría como abuso de niños en 1990. No es como que supiéramos qué males debíamos encontrar y al final nos topáramos con más de lo que buscábamos. Aunque ahora confiamos en nuestra letanía de las atrocidades que se les pueden hacer a los niños, todas las cuales metemos en la categoría de abuso de niños, algunas de esas cosas ni siquiera eran problemáticas hace tres décadas. A veces soy escéptico e irónico sobre lo que sigue –no sobre los intentos de ayudar a los niños–, sino sobre la confianza en una verdad sobre este tema, una verdad “allá afuera”, que debemos descubrir y usar. No tengo interés en contribuir al escepticismo generalizado, pero en este caso puede valer la pena. La característica más impactante del abuso de niños, que veo cuatro años después de empezar este trabajo, es la penetrante sensación de depresión.
Washington, junio 27 –Un panel de expertos en cuidado infantil nombrado por el gobierno ha concluido que– “el abuso de niños es una emergencia nacional en los Estados Unidos” y atacó la “falta de una respuesta efectiva” (Tolchin, 1990).
A estas alturas del partido una afirmación de este tipo es extraordinaria. Hace quince años, después de quince años de agitación sin tregua por parte de un grupo inicialmente pequeño de personas, el sentimiento de emergencia se hizo presente. Todo fue exuberante. Nuevos métodos, nuevas agencias, nuevas leyes, nuevas políticas educativas, nueva información para padres, nuevas terapias y, sobre todo, nuevo conocimiento, transformarían el mundo. Fue impactante cuando en 1981 se reportaron 1,1 millones de casos de abuso de niños. Qué mejor razón para sentarse a trabajar en soluciones. Pero en 1989 se reportaron 2,4 millones de casos y aunque el aumento se deba a un incremento en las denuncias, no es posible pensar que el maltrato sea menos que en 1975. La depresión no la sienten solamente las comisiones de expertos. Se siente en las calles, donde trabajadores sociales con condiciones laborales precarias y poca preparación sienten que no pueden más. ¡Si tan solo hubiera más gente y más tiempo!
Y ¿qué tenemos para ofrecerle a más gente con más tiempo si no son más casos de abuso de niños? Los conocimientos se reemplazan casi de manera caprichosa. Acabo de mencionar que California derogó su Programa de Entrenamiento para Prevención del Maltrato. Este programa se creó porque sabíamos, bastante bien, cómo enseñarles a los niños a estar alertas. Ahora, otro conocimiento, basado en otra psicología, dice que los niños no tienen aún los conceptos que les permitirían hacer las distinciones necesarias. El programa era poco sólido en su pedagogía. ¿Habría un estudio que pudiera mostrar cuál programa es mejor? ¿Probablemente uno de estos grandes estudios longitudinales? Estamos llenos de estudios intrascendentes. Cuando se creó la revista de Child Abuse and Neglect en 1976 sus artículos estaban llenos de terribles noticias, pero había confianza en el conocimiento. Ahora el tenor de los artículos es bastante distinto. La escena del abuso de niños es mucho más depresiva hoy en día de lo que ha sido en los últimos treinta años.
Mi propósito no es entender esta maldad, el abuso de niños. No es tampoco explicar o descubrir sus causas, aunque sí invito a que demos un paso atrás y nos preguntemos con escepticismo si estamos usando las ideas correctas de explicación, causa y conocimiento. Mi objetivo no es aquel del historiador social que pretende explicar la súbita aparición del abuso de niños en el debate público en los Estados Unidos en los sesenta y su evolución desde entonces. Haré un breve recuento de esa historia porque es al menos la superficie de la invención y moldeamiento del abuso de niños, así que es un recurso que necesitamos. Mi propósito tampoco es el de un estudioso de la política o los movimientos morales, que intenta explicar los mecanismos que hacen que un asunto surge, se afina y se disipa, como asunto público (11). Mi propósito original era considerar cómo un tipo de comportamiento humano ha cambiado radicalmente, para así entender cómo se forman y se moldean tipos de personas. Estos tipos son, eso creo, distintos a lo que los filósofos llaman tipos naturales pues interactúan con los mismos seres a los que se aplican (12).
El conocimiento acerca de las cosas empieza por clasificarlas, agruparlas, ver conexiones entre ellas y especular sobre causas y efectos. El malestar y la depresión que acompaña el trabajo en abuso de niños son, en parte, consecuencia de tener expectativas y concepciones equivocadas sobre el conocimiento que será la base para la acción. Entonces, lo que inició como un intento más bien abstracto de entender lo que es la naturaleza de la raza humana es, en este momento, algo mucho más cercano a la práctica pues creo que la depresión resulta en parte de esfuerzos fundados en ideas incorrectas sobre el papel del conocimiento y la causalidad en los asuntos humanos.
Por encima de todo, quiero enfatizar la maleabilidad de la idea de abuso de niños. El maltrato, como lo mostraré en mayor detalle, no es una cosa fija. Nuestro concepto actual de abuso de niños ha existido por un poco menos de treinta años, tiempo durante el cual ha sido una gran preocupación, especialmente dentro de los Estados Unidos. Antes de esto, usábamos una serie de ideas que manteníamos separadas; iban desde la crueldad a los niños hasta el abuso sexual de niños. Más allá de los ocasionales casos escandalosos, el público tenía poco interés en el asunto en los años anteriores, entre 1912 y 1962. Desde 1962, el tipo de actos que se clasifican como “abuso de niños” ha cambiado con frecuencia, tanto que quienes no se han mantenido al día aún no saben que la principal connotación para el abuso de niños hoy en día es la de violencia sexual. En el mismo sentido, quienes hasta ahora empiezan a investigar el tema se sorprenden de ver que la atención al abuso de niños inició con rayos x de los huesos en recuperación de bebés de tres años.
1. Conexiones
Antes de adentrarnos en esta historia conceptual es importante recordar las formas en las que el abuso de niños se conecta con otros temas preocupantes. Las ramificaciones parecieran ser infinitas. Aquí nombro algunas, en ningún orden particular. Esto muestra que, actualmente, la idea del abuso de niños puede llevar a casi cualquier otro tema.
1.1. Moralidad
El abuso de niños es un tema intrínsecamente moral. Maltratar a un niño ha llegado a parecernos el peor de los crímenes. Hay una larga tradición en la filosofía empirista inglesa de distinguir el “ser” del “deber ser”, para usar la frase de Hume. Una mera descripción, se dice, no implica nunca una evaluación. Pero no es posible, en nuestros tiempos, describir a alguien como un maltratador sin condenarlo moralmente. El poder evaluativo de la etiqueta proviene en parte de la forma como hemos agrupado distintos tipos de daños. Anteriormente sentíamos diferentes tipos de aversión moral frente al padre que voluntariamente descuida a su hijo; contra una persona que salvajemente golpea a un inocente; frente a un extraño que abusa sexualmente a un niño; y contra el incesto. Pero cuando todo esto funciona conjuntamente como abuso de niños, cuando el vicio sexual es lo que frecuentemente se invoca con la frase “abuso de niños”, y cuando la víctima es un niño, un inocente, no debería