Sexo, violencia y castigo. Isabel Cristina Jaramillo Sierra

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(Kempe et al., p. 23).

      Solo un escritor importante criticó públicamente esta actitud. Inevitablemente fue Thomas Szasz (1968), el crítico más abierto de la mayoría de los reclamos médicos de la psiquiatría. Para él, el niño maltratado claramente necesita de ayuda médica, pues ha sido lesionado. Pero Kempe y Helfer iban más allá de eso. El padre o cuidador también debía ser enfermo y, por lo tanto, necesitaba de ayuda médica. Con su caustico ingenio, Szasz ridiculizaba las afirmaciones que asumían que los padres buscaban “ayuda” para curarse y que, voluntariamente, acudirían a centros de salud si tuvieran la oportunidad de hacerlo. Siempre fue la opinión de Szasz que las cortes eran los lugares para lidiar con los infractores y que las ofertas de ayuda de los psiquiatras eran en gran medida un fraude. Puede que los lectores del Atlantic disfrutaran su artículo, pero no tuvo efecto alguno.

      La explosión de la literatura de abuso de niños es notable. El Index Medicus registró el “abuso de niños” como una nueva categoría médica en 1965. Para la década de 1970, los artículos bajo esta categoría llegaban a cuarenta por año. Pero esta era solo una muestra de la preocupación de los profesionales. Por ejemplo, se fundaron nuevas revistas como Child Abuse and Neglect y The International Journal en 1976. Un ensayo escrito en 1975 sobre el tema resaltaba el increíble incremento en la preocupación académica sobre el tema: mientras que para 1965 no existían libros sobre el tema, para 1975 ya se habían publicado nueve. Una bibliografía entre 1975 y 1980 muestra que se publicaron 105 libros. De los repositorios de abstracts (como Criminal and Penology Abstracts, Social Abstracts, etc.) se destacan 1706 entradas. Actualmente, hay más de 600 libros escritos en inglés sobre este tema.

      El trabajo académico y científico es solo un aspecto de la explosión de la preocupación en Estados Unidos y en el mundo angloparlante. Aunque el abuso de niños ha sido asumido como un problema por congresistas, publicistas y medios de comunicación, por un lado, y por trabajadores sociales y la policía, por otro, no cabe duda de que el modelo médico fue central en la primera etapa de desarrollo del abuso de niños. Por ejemplo, la legislación estatal para reportar la incidencia en los Estados Unidos es similar a las ordenanzas para reportar enfermedades contagiosas. Lo mismo sucede en el Reino Unido, donde la notificación (palabra que se usa allí para el reporte), aunque no se exige en una ley, también está moldeada según las reglas de notificación para la enfermedad.

      4. Definiciones

      He venido usando dos términos “niño maltratado” (battered child) y “abuso de niños” (child abuse). Ha sido reportado, a partir de entrevistas, que, en su Conferencia a la Sociedad Americana de Pediatría de 1961, Kempe escogió deliberadamente el uso de “niño maltratado” por encima del término de “abuso físico” con el objetivo de mantener el interés de una audiencia mayoritariamente compuesta por pediatras conservadores. No quería insinuar problemas legales, sociales o de marginación. El término síndrome medicaliza amablemente el asunto, como lo quería Kempe.

      La palabra maltratado (battered) sin duda sugiere golpes. Los rayos x mostrados por Kempe en los que se ven las fracturas continúa con este énfasis, que incluye desde los niños que son arrojados contra las paredes o por las escaleras, hasta aquellos que son golpeados. En el derecho común, el “maltrato” (battery) es de hecho una categoría más amplia que ciertamente incluye actos como quemar a los niños con cigarrillos, usualmente en la espalda o los glúteos, echarles agua hirviendo y otros actos similares. Me dicen que además incluye el acto de sentar a un niño con el pañal mojado sobre radiador caliente hasta que sus genitales se pongan negros por las quemaduras con la orina. Pero el derecho y su aplicación no son claros en razón de otro derecho arraigado: el derecho de las familias a resolver sus propios asuntos.

      Es aparente que hay muchas más formas de herir a un niño además del maltrato: desde negligencia que llega a la desnutrición o la hipertermia, por un lado, hasta el encierro en un sótano por largos períodos de vida o la vida entera, y el incesto, por otro. El término de “abuso de niños” tiene un rango de aplicación mucho más amplio que el de maltrato infantil. En vista de que mi preocupación es por las categorías y no por la historia o los problemas sociales –no que sea posible comprender categorías sin antes entender estas dos cosas– es normal que el primer paso sea mirar las definiciones. Acá hay dos, ambas escritas por el mismo hombre en menos de una década. En la primera definición, el abuso de niños es:

      “Un ataque o lesión física, incluyendo lesiones mínimas y heridas fatales, causada a un niño de manera no accidental por personas que tienen a su cargo su cuidado” (Gil, 1968, p. 20).

      La segunda definición:

      “Se entiende por abuso de niños las brechas o déficits existentes entre las circunstancias de vida que facilitarían su desarrollo óptimo, a los que deberían tener derecho, y sus circunstancias actuales, sin importar quiénes sean los causantes o agentes del déficit” (Gil, 1975).

      Ambas definiciones son de David G. Gil. La primera fue usada entre 1967 y 1968 para la primera encuesta nacional de niños abusados y sus abusadores. La segunda fue propuesta por Gil en un testimonio que rindió ante la subcomisión para los niños y la juventud del Senado de los Estados Unidos en 1973. Empecemos con la primera de ellas, que es en el fondo una definición de maltrato físico.

      Gil y sus compañeros en la Universidad de Brandeis prepararon un cuestionario y lo enviaron a todas las agencias estatales encargadas de reportar el abuso de niños (y a muchas agencias locales). Recibió alrededor de seis mil reportes en el primer año y, tal vez, siete mil el siguiente. Además, hizo una encuesta para saber cuántas personas conocían por lo menos a un niño que había sido abusado, en los términos de la definición citada. También revisó la manera en la que los medios reportaban los casos, arrestos, etc.

      Los resultados, publicados en 1970 como “Violencia contra los Niños” –Violence Against Children, concluían que “la magnitud del abuso físico a los niños que termina en lesiones serias no constituye un gran problema social” (Gil, 1970, p. 13) porque no había mucho y solo el 40 % de los casos podían considerarse como graves. Solo el 3,4 % de los casos eran fatales y solo el 4,6 % conllevaba a daños (físicos) permanentes. Comparado con los millones de niños que sufrían de otras maneras en los Estados Unidos, el abuso físico, de acuerdo con la definición de Brandeis, es más bien un problema pequeño, así sea horrible en los casos individuales.

      Antes de seguir con la segunda definición, es importante notar que Gil inmediatamente fue acusado de haber subestimado el problema de manera radical. Es razonable pensar así. En 1967 nos decía que existían 7.000 casos reportados, más aquellos que no se reportaban. El Centro Nacional sobre Abuso de Niños –National Center on Child Abuse– reportó que para 1982 –15 años después– 1,1 millones de niños habían sido abusados (una cifra que, como vimos, se elevó a 2,4 millones para 1989). ¡Esa parece una discrepancia bastante impresionante! Muestra que no estamos hablando de una pequeña variación en las definiciones. De hecho, de los 1,1 millones, solo 69.739 entran en la categoría de abuso y/o negligencia física. Esta última cifra no se ha disectado con confianza, pero se estima que la negligencia es responsable de alrededor de 70.000 casos. Dado el inmenso sistema de reporte que se implementó después 1967, las cifras de Gil pueden haber estado equivocadas solamente

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