Sexo, violencia y castigo. Isabel Cristina Jaramillo Sierra

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de sus padres sino de él mismo.

      Vale la pena recordar que el término de “trabajo social” no existía antes de 1900. Sin embargo, para 1910 había escuelas de formación de trabajadores sociales en varios países (con Holanda como pionero en esto). En Estados Unidos, para 1912, la oficina de empleos del Intercambio Nacional de Trabajadores Sociales –National Social Workers Exchange– contaba con un número importante de categorías de posibles empleos. Un nuevo tipo de experto había nacido, y si alguien hubiese tenido que encargarse del asunto de la crueldad contra los niños sería, de acuerdo con la Primera Conferencia de la Casa Blanca, el trabajador social.

      Se creó también una nueva agenda para aquellos preocupados por los niños. Después de nueve años de preparaciones, se fundó, en 1912, la agencia federal conocida como la Oficina de Niños –Children’s Bureau–. Su existencia fue asegurada en la Conferencia de 1909. Theodore Roosevelt declaró que la nación debía preocuparse por su cosecha de niños de la misma forma que se preocupaba por su cosecha agrícola. El primer problema que asumió la Oficina de Niños fue el de la mortalidad infantil y solo hacia finales de la década de 1950 empezó a pensar en el abuso de niños.

      3. 1962

      El grupo de pediatras de Kempe en Denver estaba en el centro de la discusión. Ahora, no estoy sugiriendo que toda la discusión haya surgido en su forma actual en el piedemonte de Colorado. Para ese momento, ya se habían dado varias discusiones, aunque poco conocidas, sobre el tema. En particular, la división infantil del American Humane Association (AHA) nombró un director nuevo en 1954. La AHA, comúnmente conocida como una asociación defensora de los derechos de los animales, tenía una división dedicada a los niños desde la época de los escándalos por crueldad en 1885. Esta división de la AHA se había desvanecido, de la misma manera que las discusiones sobre la crueldad, pero su animado director nuevo decidió lanzar una encuesta nacional de niños abandonados. La crueldad no era un problema en ese momento, pero la negligencia sí. La Oficina de Salud, Educación y Bienestar de los Niños –Children’s Bureau of Health, Education and Welfare– que como producto de una reorganización institucional había quedado sin muchas funciones, siguió los pasos de la AHA. Era una burocracia en busca de una tarea y la encontró en todo sentido. Se formaron comités y se propusieron proyectos de ley para reportar el abuso de niños y la negligencia. Todo esto sucedía mientras Kempe y su equipo se preparaban para publicar sus hallazgos. Sin embargo, lo más importante del artículo de Kempe era su fuente, algo que la Oficina de Niños no habría podido anticipar: los rayos x.

      En 1945 el American Journal of Roentgenology había publicado un artículo sobre un “nuevo síndrome” al que se le había dado el nombre de “hiperostosis cortical infantil” (Caffey y Silverman, 1945). Los autores, quienes eran expertos en el desprestigiado campo de la radiología pediátrica, observaron que los niños que sufrían de una excesiva cantidad de sangre debajo del cráneo, también mostraban, en los rayos x, fracturas viejas o en proceso de cicatrización en los brazos o piernas –sin que hubiera una historia conocida de la lesión–. El artículo no traía conclusiones de ningún tipo; en todo caso ninguna se publicó. Era solo un fenómeno (aunque hoy se supone que todos los que notaron el artículo sabían lo que esta información implicaba, pero fueron demasiado cobardes como para decirlo). En todo caso, la inferencia “obvia” fue poco a poco descubierta y debatida. El artículo de Kempe era importante porque afirmaba lo que antes solo se susurraba. Los padres estaban golpeando a sus hijos hasta romperles los huesos. Un mal simultáneo: los médicos habían fallado en sus responsabilidades. Pero era el momento de cambiar el rumbo de la historia, desde ese momento los médicos no tratarían solo los síntomas, sino también la causa: el padre que cometía el maltrato. El padre estaba enfermo y necesitaba ayuda de los médicos.

      El artículo de Kempe también logró resaltar una de las creencias más comunes sobre el abuso de niños: que los padres maltratadores habían sido niños maltratados, o de manera más general, que los maltratadores de niños fueron maltratados cuando niños. El artículo decía: “en muchos casos es posible que los padres estén repitiendo el tipo de cuidado que recibieron en su niñez” (Kempe et al., p. 24). Esta afirmación es lo suficientemente cauta, pero ha sido elevada a una generalización.

      Igualmente, importante fue la afirmación de que el abuso de niños se extiende a todas las clases sociales. Esto lo convertía en algo más que un problema social o de “bienestar”; los médicos estaban ansiosos por declararlo su problema:

      “El abuso físico, nutricional o emocional es una de las peores enfermedades que puede sufrir un niño pequeño (…) La profesión médica ha mostrado una falta total de interés en este problema hasta hace poco (…) Es responsabilidad de la profesión médica asumir el liderazgo en este campo” (Helfer, 1968, p. 25).

      Aunque la mayoría de las lesiones

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