El peronismo de Cristina. Diego Genoud

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El peronismo de Cristina - Diego Genoud страница 4

Автор:
Серия:
Издательство:
El peronismo de Cristina - Diego Genoud Singular

Скачать книгу

de un sentido, por haberse retirado del gobierno con una economía estrangulada pero muy lejos de una crisis terminal, Cristina regresó a la oposición en una condición extraña. Contaba con una popularidad inigualable pero, sin embargo, se había revelado estéril para prolongarse en el poder y encontrar un delegado fiel. Excepcionalidad pura, como heredera de un tiempo único y muestra viviente de que ese período –que sus rivales del PJ querían sepultar en un trámite express– no solo había existido sino que seguía vigente en múltiples formas: memoria, fuente de una alternativa posible y, sobre todo, reverso principal del macrismo. Entre el llamado a la resistencia y el riesgo de la nostalgia, Cristina era el reservorio de expectativas de una mayoría opositora que estaba subrepresentada en la escena mediática y no entraba en el casillero de figura marginal donde la quería ubicar un combinado de dirigentes que rondaba el 2% en intención de voto.

      El peronismo poskirchnerista se apresuró a sentarse a la mesa del futuro pero no tenía crédito social y solo podía trascender como socio menor de la gobernabilidad macrista. Dependía del éxito de un político de cuna empresaria para jubilar a esa jefa que lo había destratado desde el poder en una ecuación que no favoreció a nadie en el tinglado del ex Frente para la Victoria y alumbró a Macri como único ganador.

      Para la iglesia kirchnerista, Cristina era la garantía de que ni todo estaba perdido ni todo había sido errado. Para el sistema político que la negaba, era algo todavía más importante: el dique de contención de sectores que se aferraban a su estampita para seguir creyendo en la partidocracia y de una militancia con pasado radical que había sido reabsorbida por la burocracia estatal y las instituciones en forma vertiginosa, después del estallido de 2001. Creyéndolo más o menos, un número indeterminado del activismo había concluido en que la eclosión que terminó con el gobierno de Fernando de la Rúa había sido un abismo peligroso al que lo mejor era no asomarse más. Al igual que la política de la que los Kirchner eran parte, las nuevas generaciones habían asumido una lectura institucionalista del desborde social: lo que ayer había sido vitalidad, muestra de dignidad e inventiva popular, era ahora una amenaza que la política estaba obligada a conjurar. Esa función encarnaron primero Néstor y después Cristina, aunque sus adversarios –entre mezquinos y suicidas– no pudieran reconocerlo. Políticos tradicionales que asumían el rol excepcional de figuras fronterizas. Gracias a ellos y al espacio que edificaron a su alrededor, el sistema de partidos accedía a un grado de legitimidad sorprendente, tanto en relación con el pico de la crisis en 2001 como con una realidad social que nunca logró horadar el núcleo duro de la pobreza y comenzó a degradarse en forma acelerada a partir de 2015. Al otro lado de la polarización extrema, Macri era el principal beneficiario de ese rol de contención que cumplía Cristina. Sin ella, también para él todo hubiera resultado más traumático.

      La familia Kirchner era un cuadrilátero de bordes irregulares. El matrimonio, una sociedad política exitosa con roles específicos, había funcionado durante más de dos décadas hasta que Kirchner murió: desde la intendencia de Río Gallegos hasta la asunción de Cristina como sucesora de Néstor, con el bastón presidencial como lazo de un pasaje conyugal. Si Máximo era el heredero cantado que debía ocupar el lugar del padre, Florencia era la encarnación del rechazo a la política y a sus costos más dramáticos. Como si fueran el agua y el aceite, la adicción a la política contrastaba con una directora de cine que estaba hastiada de la disputa por el poder. Después de la muerte de su padre y de la avalancha de causas judiciales contra su madre, la hija menor del matrimonio comenzó a repudiar más que nunca el mundo en el que habían trascendido los Kirchner. En paralelo, quedó involucrada en la cartelera de Comodoro Py y fue procesada en dos expedientes judiciales elevados a juicio oral con el nombre de los hoteles de la familia: Los Sauces y Hotesur.

      Más allá de la relación conflictiva con su madre y su hermano, Florencia estaba en una posición de debilidad manifiesta ante la guillotina tendenciosa de los tribunales federales. Permanentes aliados del poder, ensañados con el pasado que ellos mismos encarnaron, activos con los desposeídos, indulgentes con los inquilinos de la Casa Rosada y el establishment. Para eso habían sido creados los juzgados oscuros de Comodoro Py.

      Cuando Stiuso actuaba a sus órdenes, cuando el operador judicial del peronismo, Javier Fernández, ejecutaba la partitura que se escribía en la SIDE, cuando Darío Richarte y Diego Pirota defendían a los funcionarios kirchneristas con las armas del derecho y el espionaje, Cristina actuaba como si no hubiera un mañana. Creyéndose portadora de una esencia democratizadora, había ido demasiado lejos con sus arengas de reformismo y los servicios de inteligencia que le respondían habían tocado el cable de alta tensión de la familia judicial. Eso le empezaron a cobrar incluso antes de perder el poder, cuando las facciones de la mafia se reorganizaron en torno a un eje que ligaba al espionaje criollo con los jueces y fiscales de Comodoro Py y los medios de comunicación opositores al kirchnerismo. Los lobistas del Grupo Clarín aceleraron con la presión, y el peronismo prolijo encontró un terreno inmejorable para avanzar contra esa viuda que lo ninguneaba. Pero mientras Cristina contaba con una base de popularidad irreductible y Máximo se integraba a la Cámara de Diputados, Florencia vivía a la intemperie y no tenía fueros. Algunos dirigentes del PJ que hoy están sentados en el Frente de Todos lo decían sin ninguna vergüenza: “Ella tiene que entender. Si quiere a sus hijos libres, lo que tiene que hacer es bajarse”. Don Corleone se paseaba por las mesas de los hoteles de Retiro.

      Tantas veces anunciada, la vendetta del peronismo judicial quedó desactivada de la noche a la mañana por una dirigente cansada de ser extorsionada con un pacto para el que no le ofrecían nada. Por medio de un video, con la voz de CFK grabada en off sobre una música de melodrama, los jueces federales y el peronismo de la minoría se desayunaban con la anchoa de los hechos consumados. El 14 de marzo de 2019 se conoció la noticia: “En Comodoro Py, no solo se violan los derechos de los que somos opositores al gobierno de Mauricio Macri, sino que también se violan todos los derechos de nuestros hijos y nuestras hijas. Hemos presentado un certificado médico sobre el estado de salud de Florencia en los tribunales, en los mismos tribunales a los que ella, mi hija, concurrió cada vez que fue citada. He elegido la militancia política por formación y convicción. En cambio, más allá de sus convicciones, que las tiene y muy profundas, ella decidió otra vida, eligió otra vida”.

      Cristina puso a su hija a salvo de la ley del talión y logró burlarse así de un sistema mafioso que buscaba por la vía de la cárcel lo que no lograba en el terreno de la política. Pero no resolvió el problema de fondo: la incomodidad de Florencia con reglas de juego que le provocaban arcadas y su aislamiento con respecto a ese universo que incluía a su núcleo más íntimo. Lejos de su propia hija y de sus afectos, enemiga de las altas temperaturas, Florencia sufrió su prolongada estadía en Cuba y vivió los ocho meses de la campaña electoral argentina en un estado de rebeldía. A una salud debilitada, le sumaba el deseo de viajar a otro país para continuar con su tratamiento. La directora de cine no quería volver a la Argentina, pero tampoco estaba a gusto en la isla: custodiada, controlada y protegida de una manera que no siempre le agradaba. Más de una vez, la expresidenta recibió llamados desde La Habana que le advertían sobre la indisciplina de Florencia, más de una vez tuvo que viajar de imprevisto, más de una vez tuvo que alargar su estadía en Cuba. Solo un grupo reducido de personas sabe de las tensiones que debió superar.

      Cristina visitaba la isla por pura necesidad y también para ella las horas allí se hacían interminables. Cada vez que llegaba a La Habana, el gobierno cubano desplegaba en las calles un operativo de custodia que a ella le parecía desmedido pero era inapelable, con motos y policías que la escoltaban y confirmaban que su seguridad era una verdadera cuestión de Estado. Después, la expresidenta no salía de la residencia en la que vivía Florencia y prefería no hacerse ver. Nunca jamás se lanzó a recorrer el Malecón o a conocer lugares históricos. Como en Buenos Aires, aunque tal vez más, prefería mantenerse fuera del alcance público. Si lo hacía para evitar ser fotografiada por algún enviado del macrismo o porque no le generaba curiosidad, solo ella lo sabe. Lo cierto es que Cristina, en Cuba, no se relajaba. Recibía visitas de funcionarios del gobierno cubano, se

Скачать книгу