Teorizando desde los pequeños lugares. Roberto Almanza Hernández

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Teorizando desde los pequeños lugares - Roberto Almanza Hernández

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la verdad. Esta dualidad del que recibe y del que da no existe en sí. La mala fe por el contrario implica en esencia la unidad de la consciencia (Sartre, 1992, p. 89).

      El contenido específico de estas “decepciones” reflexivas varía de gran manera y uno podría pasar la vida entera catalogándolas. El contenido general, por otro lado, siempre es el mismo. En mala fe, uno niega la libertad, la responsabilidad, la realidad humana en sí misma. Y en el mundo colonial, estas negaciones se llevan a los extremos más monstruosos.

      ¿Qué es la petrificación si no la institucionalización sádica del espíritu de la seriedad, esa forma perniciosa de mala fe en la que la gente no toma responsabilidad por los sentidos que proyectan dentro del mundo y hacia el mundo? ¿Qué es la petrificación si no la presentación, y el subsecuente refuerzo, de ciertos significados tan necesariamente verdaderos? ¿O no está la petrificación ontológicamente divorciada de la humanidad misma? En El ser y la nada, Sartre describe esta desafortunada actitud con cierto detalle y no se puede negar que su descripción evoca la petrificación, que evoca la transformación del tejido vivo a muerto, materia misma:

      Todo pensamiento serio [Sartre explica] es pensado por el mundo, se coagula, es un resto de realidad humana en favor del mundo. El hombre serio es “del mundo” y no tiene recursos en sí mismo. Él ni siquiera imagina alguna lejana posibilidad de salir del mundo, porque se ha dado a sí mismo el tipo de existencia de una piedra, la consistencia, la inercia, la opacidad de ser-inmerso-en-el-mundo (Sartre, 1992, p. 741).

      Esta actitud necesariamente nos lleva al quietismo, incluso al fatalismo, y es por esta razón que los colonizadores la fomentan entre los nativos. Los nativos serios, los nativos a quienes se les ha petrificado exitosamente, no cuestionan, ni resisten al mundo colonial y sus significados, ni a sus instituciones o sus límites. Más bien, aceptan el mundo colonial y todo lo que este implica, incluyendo su propia inferioridad ontológica. Entonces, los nativos “escogen” la seriedad, pero lo hacen con botas en sus cuellos y pistolas en sus cabezas. En realidad, son los colonizadores quienes escogen la seriedad por ellos, puesto que los colonizadores están totalmente comprometidos en lograr el éxito de la institucionalización de esta forma de mala fe. Consideremos los pasajes siguientes:

      La relación colono-nativo es una relación de mayoría. El colono pone fuerza bruta contra el peso de los números. Él es un exhibicionista. Su preocupación con la seguridad lo obliga a recordarles a los nativos con voz alta que él es el único jefe. El colono mantiene viva en el nativo una ira, la cual lo deja sin salida, atrapado en el estrecho hueco de las cadenas del colonialismo (Fanon, 1968, p. 42).

      La primera cosa que aprende el nativo es a mantenerse en su lugar, y no ir más allá de ciertos límites. Es por esto que los sueños del nativo son siempre acerca del valor muscular, sus sueños son de acción y de agresión… Durante el periodo de colonización, el nativo nunca deja de buscar ilusoriamente su libertad de las nueve de la noche a las seis de la mañana (p. 40).

      En el mundo colonial, a los nativos se les niega su libertad, se les niega su dinamismo. Y una evidente consecuencia de eso, de acuerdo con Fanon, es que ellos solo pueden vivir la experiencia de su libertad únicamente mientras sueñan durante la noche. Esta observación —sin duda resultado de su trabajo progresivo en el hospital psiquiátrico de Blida-Joinville— es significativa. Sugiere, después de todo, que los colonizadores, a pesar de sus esfuerzos persistentes y prolongados, no pueden objetivizar a los nativos por completo; sugiere que “solo logran una pseudo-petrificación en vano” (Fanon, 1968, p. 42).

      A los colonizadores les gustaría petrificar a los nativos por completo; les encantaría transformarlos en cosas, como las piedras. También les gustaría crear un mundo tan saturado de seriedad donde su opuesto —la alegría— no existe. El problema, por supuesto, es que este proyecto sádico es contradictorio a la realidad humana y, por lo mismo, imposible. Los nativos son seres humanos; los nativos, como los colonizadores, a pesar de sus ilusiones de divinidad, son libertades encarnadas en el mundo. Por ello, no se les puede petrificar por completo. A lo mucho, se les puede “pseudo-petrificar”, lo cual quiere decir que pueden ser violentamente forzados a un estado de obediencia habitual, que es simultáneamente un estado de hibernación sociopolítica. “De esta manera [Fanon observa], el individuo acepta la desintegración ordenada por Dios, se inclina ante el colono y su suerte, y por una especie de reestabilización interior adquiere una calma de piedra” (Fanon, 1968, p. 42).

      Que la masa de la población rural nunca ha dejado de pensar en el problema de su liberación, excepto en términos de violencia, en términos de retomar la tierra ocupada por los extranjeros, en términos de lucha nacional y de insurrección armada… Estos hombres descubren personas coherentes que continúan viviendo, por así decirlo, estáticamente, pero que mantienen intactos sus valores morales y su devoción nacional. Descubren un pueblo generoso, listo para sacrificarse por completo, gente impaciente, con un orgullo de piedra (Fanon, 1968, p. 101).

      Desventuras neocoloniales

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