Inteligencia lúdica. Marcos Cristal

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Inteligencia lúdica - Marcos Cristal

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que luego aplicaríamos en el proceso productivo, como si fuéramos un engranaje más.

      A diferencia de los niños, muchas de las fantasías o mundos no reales de los adultos se presentan como sueños individuales o colectivos, que devienen realidad a través de proyectos, nuevos negocios, relaciones, nuevos trabajos, nuevos productos, servicios y maneras de hacer. Más allá de hacer bien lo que nos enseñaron a hacer de una cierta manera, estos sueños o nuevas ideas están en la base de una contribución propia.

      Hoy las empresas se enfrentan al dilema de pedir a su gente que haga las cosas como se hicieron siempre o de promover la innovación y la creatividad. Ambas son importantes, pero sin duda, triunfan quienes se animan a innovar. No solo se beneficia la empresa: cuando llevamos a la práctica nuestros sueños, nuestras ideas nuevas, verificamos que nuestro pensar, sentir y hacer confluyen y nuestras vidas, relaciones, trabajos y negocios cobran un sentido de trascendencia, dando un salto significativo.

      Antes, la seriedad en el trabajo pasaba por hacer bien lo que se nos pedía. Hoy la seriedad pasa por jugar a pensar y probar nuevas maneras de hacer. Es aquí donde una inteligencia y actitud lúdica son clave.

      Es importante aquí no caer en separar las cosas dicotómicamente. Por ejemplo, separar realidad y fantasía. Las fantasías no son lo opuesto a la realidad sino parte de ella, y pueden transformarse en hechos reales en el tiempo, desde una visión holística y dinámica a la vez.

      Los impulsos lúdicos de los adultos (como imaginar mundos y conexiones diferentes a las reales, o hacer humor) están en la base de lo que aquí denomino Inteligencia Lúdica. La Inteligencia Lúdica se traduce en actos continuos de aprendizaje y creatividad. Qué más podemos cada uno de nosotros pedirle a la vida, que más pueden esperar las organizaciones de su gente que tener sueños, imaginar nuevos proyectos y hacer lo imposible por convertirlos en realidad y contribuir desde su propia impronta. Y, si esos sueños son colectivos, mejor aún.

      Durante muchas décadas la premisa de las empresas era que Carlitos Chaplin no pensara, no se distrajera en la línea de montaje. ¡Hoy la clave está en que Carlitos se distraiga pensando y aportando, justamente, toda su creatividad! A eso llamo Inteligencia Lúdica.

      ¿Qué deseamos encontrar en nuestros trabajos? ¿Coinciden conmigo en que les gustaría que las tareas les despertasen esa confluencia entre el sentir, el pensar y el hacer? ¿Y que esa unión les impulsara a desplegar su curiosidad, su creatividad, su capacidad de contribuir, interactuando con otros?

      Otra importante cuestión: ¿qué necesitan hoy las organizaciones? ¿Opinan como yo que buscan personas curiosas, creativas, a las que les guste trabajar con otros y que comprometan todo su sentir, su pensar y su hacer en su tarea, en su contribución?

      Mi experiencia a la hora de aplicar lo lúdico en las organizaciones me llevó a un interesante descubrimiento: existe una coincidencia entre las actitudes que las organizaciones buscan en sus colaboradores, lo que las personas tratan de encontrar en sus trabajos y lo que estas experimentan cuando juegan, cuando hacen algo que les apasiona, cuando despliegan lo que aquí denomino una inteligencia y una actitud lúdica.

      La tesis central de este libro reside, precisamente, en que las organizaciones necesitan colaboradores curiosos, creativos, comprometidos (actitudes lúdicas), las personas buscan trabajos en los que puedan desplegar esas actitudes, y que la clave está en desarrollar una inteligencia y actitud lúdica en las personas y organizaciones.

      Profundicemos en esta idea. Las organizaciones, como las personas, buscan explorar ideas, desplegar su creatividad, adueñarse de los proyectos, aprender, usar la tecnología, trabajar en equipo, participar de emprendimientos que den un sentido de trascendencia a la tarea de cada uno… En síntesis: lograr una alineación entre lo que cada uno siente, piensa y hace cuando desempeña su tarea. ¿Dónde vemos estas actitudes? Justamente, son las mismas que experimentan las personas cuando juegan o hacen lo que más les gusta.

      Identifico estas actitudes como lúdicas y me propongo a lo largo de este texto demostrar cómo se pueden desarrollar y cuánto pueden contribuir a las personas y a las organizaciones.

      De antemano quiero dejar claro que no se trata de llenar las oficinas con metegoles o mesas de ping-pong. Se trata de crear espacios y desarrollar colaboradores con una actitud más flexible, abierta al cambio y al aprendizaje; dispuestos a cooperar y a contribuir a una «causa» que va más allá de ellos mismos.

      Son muchas las películas y libros que describen la forma en la que nacieron compañías como Google, Airbnb o Apple: de una manera u otra, muestran a un grupo de jóvenes informales, en actitud lúdica, cuyo objetivo principal no era transformarse en las personas más ricas del mundo o construir de la nada las empresas más valiosas de la historia.

      Se proponían «cambiar el mundo, la forma de pensar» y «desarrollar un sentido de comunidad», de manera divertida, informal, flexible, abierta al cambio y al aprendizaje, en equipo, usando tecnología, buscando trascender, dejar una huella…

      No es algo fácil de lograr, pero la experiencia indica que cuando se consiguen un espíritu y encuadre lúdicos, los resultados –en cuanto a la motivación, el compromiso, la creatividad y la productividad– obtienen saltos significativos.

      Como mostraré más adelante no se debe caer en la ingenuidad y creer que estas empresas (Google, Apple, etc.) son el lugar idílico de trabajo. Hay muchos testimonios (libros, películas) referidos al egoísmo, al egocentrismo, a los robos de ideas, al maltrato y a la sobrexigencia que –junto al entusiasmo, la creatividad y la alegría de pertenecer– se verificaron en estos lugares a lo largo de sus respectivas historias.

      Quizá sea más fácil entender mi propuesta si efectuamos la reflexión a partir de algún concepto importante para cualquier negocio.

      Tomemos la estrategia de negocios. Actualmente, en muchos programas de formación de las escuelas de negocios, la estrategia se define como un plan para alcanzar determinados resultados. A partir de esta definición, muchas veces se confunde estrategia con plan y se termina reduciendo todo a los objetivos del plan –a cómo cumplirlos– perdiendo de vista lo esencial de la estrategia.

      Reducir la estrategia a un plan puede funcionar en contextos estables en los que tengamos la certeza de que siguiendo determinados caminos, ya probados, obtendremos los resultados buscados. El problema es que ya casi no existen esos espacios invariables o estáticos. En su mayor parte, enfrentamos entornos cambiantes y relaciones complejas que interactúan y se impactan mutuamente, lo que hace imposible predecir qué ocurrirá.

      Justamente hoy uno de los grandes problemas es comprobar que la explicación de lo que determinó un buen o mal resultado poco tiene que ver con lo que ya conocíamos o pensábamos en el pasado, y muchas veces solo se puede entender y explicar una vez que ocurrió.

      Como sucede con los entornos inciertos y evolutivos, podemos a posteriori explicar por qué la jirafa sobrevivió a otras especies, pero es difícil predecir cuál será la próxima especie que sobrevivirá. Lo mismo ocurre con muchos de los negocios

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