El liberalismo herido. José María Lassalle

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El liberalismo herido - José María Lassalle страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
El liberalismo herido - José María Lassalle

Скачать книгу

inoperante e innecesaria colectivamente ante los problemas que provocan los procesos de la globalización. De hecho, no solo es el miedo lo que aparta a la gente de la libertad, sino la decepción que provoca en la conducta de muchas personas la ineficacia de las respuestas que da a los problemas de un siglo XXI cuyo desarrollo hace prescindible la autonomía personal cuando se extiende más allá de la esfera económica que guía el egoísmo ensalzado por el neoliberalismo.

      «¿Libertad para qué?», dicen que Lenin contestó a Fernando de los Ríos cuando le preguntó por el papel que ocuparía la libertad dentro de la arquitectura de la Rusia comunista que nació de la revolución de 1918. Avanzado 2021, las clases medias del planeta parecen hacer suya la respuesta de Lenin. Lo hacen arrastradas por la añoranza de un soberano que garantice el orden y ayude a restablecer el bienestar que perdieron en los últimos años. No hay que olvidar que pesa sobre ellas una fatiga psicológica que tiene que ver con la pérdida de estatus y rentas debido a un incremento de la desigualdad que les ha golpeado especialmente. De este modo, los aliados históricos de la democracia liberal le dan la espalda, al tiempo que mengua el espacio que ocupaban dentro de la sociedad y se reduce su capacidad adquisitiva. El problema es que no se quedan ahí: le piden cuentas y la acusan de mala pagadora.

      Lo increíble del fenómeno es que hubiera sido impensable hace tan solo un puñado de años. Bastaría retroceder en el tiempo hasta 1989 para ver cómo entonces se celebraba la apoteosis de las ideas que sustentaban la democracia liberal. De la mano de Hegel leeríamos que la historia llegaba a su fin. ¿Acaso no había derrotado sin paliativos al comunismo, su mayor enemigo desde la revolución de 1848? Para Fukuyama este acontecimiento sellaba la dialéctica hegeliana de la historia. Después de tres siglos de paulatina expansión, la democracia liberal se había hecho universal. Había ido consolidándose a partir de sucesivas etapas de implantación que fueron forjando las instituciones democráticas de Occidente, así como generando familias y tendencias que, a pesar de sus diferencias, quedaban todas ellas alojadas bajo la misma arquitectura ideológica. Nada ni nadie le daba réplica ni podía ofrecerse como alternativa5.

      ¿Qué ha sucedido desde entonces para que el panorama haya cambiado tan radicalmente? La respuesta es inmediata: que se ha cruzado por delante el siglo XXI. Este ha adoptado el aspecto de un Vesubio histórico que ha vertido sobre la confiada democracia liberal toneladas de ceniza que han ido enterrándola. Aquí reside la explicación del fenómeno que analizamos. Sufrimos un siglo que ha bloqueado el progreso del liberalismo y su consolidación hegemónica porque ha hecho que este evidencie sus debilidades metodológicas de gestión en situaciones excepcionalmente complejas. De hecho, con apenas dos décadas de vida, el siglo XXI se ha transformado en un siglo que acumula un balance tan negativo para la libertad que está destruyendo los principios de acción y las creencias morales que la sustentaban.

      Entre otras cosas, porque el liberalismo humanitario en el que se basa la democracia liberal a nivel institucional y legal fue paulatinamente minado en sus fundamentos igualitarios tras el triunfo de la revolución conservadora de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Desde entonces el neoliberalismo hegemonizó las políticas económicas de Occidente y fue presionando el propósito del liberalismo de definir la sociedad como una comunidad ética basada en un equilibrio entre la libertad y la igualdad. Presión ideológica que fue intensificándose a medida que las políticas neoliberales lograron que la atomización individualista de las sociedades occidentales rompiera la idea de bien común y el egoísmo economicista se impusiera como dinamizador de la convivencia social.

      Esta bipolaridad liberalismo-neoliberalismo tensionó la democracia liberal y comprometió seriamente la coherencia de su relato. La principal causa al paulatino debilitamiento del primero, que fue perdiendo protagonismo en los relatos ideológicos de los partidos conservadores y socialdemócratas debido a la transformación del neoliberalismo en una especie de lengua franca de la economía global. Ayudó a ello que China y la mayoría de los países asiáticos asumieran sus dogmas, mientras despreciaban el humanitarismo liberal, pero, sobre todo, que el siglo XXI encadenara una crisis tras otra y que el desenlace de las mismas fuese ver cómo la confianza social en las virtudes del binomio humanitario que equilibraba libertad e igualdad perdía apoyos.

      La consecuencia de todo ello es que vivimos una época antiliberal. Desde 2001 hasta ahora el liberalismo ha perdido fuerza debido a esa sucesión de crisis de la que hablamos y que ha deshecho su crédito ante la sociedad. 2001, 2008 y 2020 son fechas fatídicas que borran la trayectoria ejemplar e ilusionante de un pensamiento tres veces centenario. Baste recordar que vino al mundo como un ariete del progreso que las clases medias europeas y norteamericanas emplearon contra el patriarcalismo absolutista del Antiguo Régimen. Así como el siglo XXI engancha tres crisis, el siglo que media entre 1689 y 1789 vivió tres revoluciones liberales que cambiaron la cultura política occidental. Primero fue la Revolución Gloriosa inglesa, que logró el triunfo de los whigs sobre los Estuardo y el establecimiento de una monarquía liberal. Después la guerra de la Independencia americana, que instauró una democracia liberal que derrotó al imperialismo británico e implantó una república igualitaria. Finalmente, la Revolución francesa, que democratizó el poder de arriba abajo y proclamó la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

      Esta trayectoria aportó un repositorio revolucionario que cambió Occidente. Las revoluciones atlánticas engarzaron y engrosaron sucesivamente un relato fundacional del liberalismo durante un siglo que, luego, permitió añadir otros dos, que estuvieron repletos de logros para el conjunto de la humanidad. Es cierto que fue, también, un tiempo de vicisitudes y conflictos. Una época con contrastes abruptos de desigualdad e injusticia que fueron superándose hasta ofrecer un balance muy positivo al convertirse en el programa definitivo de la Modernidad, que la izquierda hizo suyo con la aparición de la socialdemocracia europea y el pensamiento progresista desde finales del siglo XIX. La revolución de 1848 fue un momento de conflicto entre el liberalismo y el socialismo, pero la evolución posterior de los acontecimientos políticos transformó la lucha en un diálogo que, finalmente, desembocó en una colaboración abierta. Especialmente en Inglaterra, donde el socialismo nunca adoptó tintes revolucionarios al asumir un discurso pragmático y reformista. La Sociedad Fabiana lo demuestra, pues en el cuerpo de su doctrina era más hondo el tono de las ideas de Stuart Mill que el de Marx. Algo que Harold Laski reconoce cuando señala en El liberalismo europeo que los fabianos fueron decisivos en la aparición del laborismo. Un fenómeno que también se produjo en el resto de Europa cuando, a partir de 1848, la riqueza inmensa que creó el capitalismo tras la Revolución Industrial se tradujo en «concesiones a las masas que, si no detuvieron el progreso del socialismo, al menos aplacaron su fervor revolucionario en la mayor parte de los Estados donde la democracia política había conseguido una base efectiva». Desde entonces, el desarrollo de un diálogo progresista alrededor de la asimilación de los planteamientos ilustrados hizo posible que el humanitarismo liberal se convirtiera en una herencia común para el liberalismo propiamente dicho y la socialdemocracia también. Esta circunstancia favoreció que el humanitarismo liberal impulsara un acervo común de derechos que se tradujo en los vectores sociales, políticos, económicos y culturales que materializaron colectivamente la Ilustración. A partir de entonces, la humanidad confió en un futuro de progreso que puso los cimientos de una estructura de convivencia basada en la libertad y la cooperación a partir del respeto de los derechos individuales.

      Lo sorprendente, como decíamos más arriba, es que la crisis de la arquitectura liberal de la democracia se produce tras alcanzar lo que parecía su hegemonía con la caída del Telón de Acero y la desaparición de la antigua Unión Soviética. Un fenómeno que ha ido acelerándose a medida que el calendario de nuestro siglo pasaba páginas. Un proceso vertiginoso que comenzó con el 11-S y que luego continuarían la crisis financiera de 2008 y la crisis sanitaria del coronavirus en 2020. De este modo, el atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, como ya señalábamos, nos despojó de la seguridad y desató la tempestad neoconservadora mediante un decisionismo que activó las pasiones políticas de las que surgieron los populismos. La crisis financiera de 2008 nos arrebató la prosperidad y nos echó a los brazos de populismos que, como el Tea Party, canalizaron la decepción

Скачать книгу