El liberalismo herido. José María Lassalle

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El liberalismo herido - José María Lassalle

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su intensidad. Por si fuera poco, crearon otras desigualdades y debilitaron la capacidad adquisitiva de las clases medias, haciendo que estas se deslizaran hacia una percepción generalizada de vulnerabilidad que coincidió, además, con el aumento de la riqueza en unas pocas manos.

      En este sentido, la gestión de la crisis de 2008 ha sido determinante en el descrédito reputacional que ha minado la capacidad de interlocución del liberalismo con los más perjudicados por la crisis. La clave está en que el desenlace de la misma salvó la estabilidad básica de la prosperidad, pero no trabajó por adaptarla a las nuevas exigencias de redistribución surgidas con la introducción paulatina de una economía de plataformas y datos. Tampoco aprovechó la recuperación económica para restablecer los compromisos éticos de solidaridad que el neoliberalismo rompió durante sus años de hegemonía económica. Ni se preocupó por coserlos ni impidió que aumentara la invisibilidad de la mayoría de las clases populares, incluyendo las migrantes. En esta ceguera ética que mostró el liberalismo humanitario hacia lo que era una seña de identidad muy profunda frente a su competidor neoliberal, es lo que más pesa a la hora de restablecer su imagen y devolverle el papel de defensor de los derechos digitales, ecológicos, culturales y sociales que debería liderar para volver a visibilizarse como referente frente a los críticos de los consensos que necesita la humanidad si quiere gestionar con éxito los retos de la globalización.

      A este daño de imagen, hay que añadir la incapacidad del liberalismo por dar una respuesta adecuada a la constante agresión ideológica sufrida de manos de su competidor neoliberal. Este, no solo ha puesto a la defensiva a los liberales, sino que ha ocultado su perfil propio y los ha marginado al papel de una fuerza secundaria. Combatido con saña cainita por el neoliberalismo, el liberalismo ha sido acusado de tibieza y de estar más preocupado por desempeñar un papel conciliador con la izquierda que de defender la libertad y el individualismo que impulsan al capitalismo. Esto ha debilitado su energía propositiva y ha desmoronado lentamente su arquitectura ideológica. Hasta el punto de parecer un pensamiento anticuado y manido, que ha perdido capacidad para innovar y evolucionar críticamente. Por eso es urgente afrontar una labor de desescombro previo que nos permita identificar dónde está el perímetro fundacional y qué podemos salvar de él para abordar su resignificación actualizada.

      Como decíamos más arriba, el programa liberal se pensó como una acción de conquista del poder para proteger a la libertad frente al miedo que acompañó a los inicios de la Modernidad. Esto sucedió en medio de las guerras religiosas, la intolerancia y el riesgo de opresión que pesaba sobre los disidentes de un poder que quería convertirse en ilimitado para solucionar las incertidumbres que dislocaban la estabilidad social de la Europa posterior a la guerra de los Treinta Años. Como entonces, hoy asistimos otra vez al riesgo de que triunfe una solución política que lleve a la gente a aceptar un statu quo de servidumbre a cambio de una cobertura de seguridad y orden para todos. Una supuesta posibilidad que es real de la mano de un autoritarismo populista que ofrece un discurso posmoderno que ensambla neoliberalismo y neofascismo. De este modo se proyecta ante la sociedad como un retorno de lo reprimido, en palabras de Zizeck, asegurando que habrá prosperidad si se evita el desgobierno que provocan la incompetencia e ineficacia de una democracia liberal que nos aboca, con sus disfuncionalidades, al caos2.

      Es imprescindible, por tanto, afrontar una arqueología ideológica que nos ayude a retirar los escombros causados por los seísmos del siglo antiliberal que padecemos. El objetivo es localizar dónde están los fundamentos liberales. Un propósito que guía el convencimiento de que siguen siendo potencialmente actuales. Para ello habrá que identificar el núcleo fundacional del liberalismo y después actualizarlo, si queremos oponerlo a un enemigo que utiliza el miedo mediante una hibridación ideológica que, como hace Trump, invoca el neoliberalismo libertario para reclamar una defensa autoritaria del mismo.

      Esta tarea de desescombro nos obliga a situarnos en Inglaterra y Holanda en las últimas décadas del siglo XVII. Un momento histórico turbulento marcado por los ecos de los conflictos religiosos que descuadernaron ambos países. El liberalismo nació entonces como una respuesta política que protagonizaron las clases medias disidentes y heterodoxas para frenar el miedo que se utilizaba como herramienta de legitimación de un absolutismo que quería imponer su voluntad.

      Para restaurar el orden y la autoridad perdida en Inglaterra, los Estuardo ensayaron un proyecto autoritario que se inspiraba en Hobbes. Intentaron establecer un Leviatán absoluto en el que se mezclara el poder irresistible del rey con la hegemonía religiosa de la Iglesia anglicana que aquel encabezaba. Esto solo podía conseguirse si sometía al Parlamento que controlaba entonces una oposición puritana que agrupaba a los diferentes grupos disidentes alrededor del partido whig. La estrategia de resistencia frente al rey que urdieron los whigs fue el origen del liberalismo inglés. Adoptó la forma de una narrativa que cavó trincheras institucionales alrededor de la propiedad y con las que trató de proteger la complejidad religiosa que la reforma protestante había favorecido, así como la prosperidad comercial y agraria que impulsaron las clases medias calvinistas. Hablamos, por tanto, de una ideología que desplegó una lógica de resistencia frente al miedo que proyectaba el absolutismo de los Estuardo y los apoyos políticos que se organizaban alrededor de los tories. Pero fue una lógica que no se quedó en la trinchera, sino que pasó al contraataque. Se proyectó en 1688 como una fuerza activa que conquistó el poder para reorganizarlo. Destronó al rey, arrinconó a sus partidarios y refundó la monarquía con un soberano que trajo del extranjero. Limitó la corona y la sometió al Parlamento, iniciando la senda que condujo a una democracia liberal.

      En Holanda las cosas fueron distintas. Se vivió un proceso de construcción de la democracia liberal rodeado de conflictos y tensiones, antes y después de su independencia. Coincidió inicialmente con la lucha de ochenta años que libró con España y que, tras reconocerse la soberanía de las siete Provincias Unidas en 1648, se enfrentó al reto de consolidarse internamente dentro de un escenario de revueltas, polarizaciones y desafíos involutivos que recuerdan la coyuntura actual por la que atraviesa la democracia liberal en Occidente. Lo veremos más adelante con detalle, cuando estudiemos las ideas políticas de Spinoza como una oportunidad para abordar el propósito de impulsar una reconexión del liberalismo con nuestro presente.

      Baste señalar ahora que los Países Bajos fundaron en el siglo XVII una democracia liberal que trató de establecerse y consolidarse utilizando la tolerancia como seña de identidad, mientras combatía a poderosos enemigos, dentro y fuera de sus fronteras. Fuera estaban España y Francia, que quisieron abortar su independencia. Dentro, la Casa de Orange, que desarrolló un cesarismo populista que combatió la joven democracia para establecer una monarquía con un príncipe de esa dinastía en el trono. Como en Inglaterra, la defensa de la democracia holandesa estaba en manos de un partido que agrupaba a los numerosos disidentes del país y que lideraban Johan y Cornelius De Witt. Pero a diferencia de su competidora naval y comercial, donde los whigs eran oposición y luchaban por tomar el poder, en Holanda los liberales gobernaban y desarrollaban políticas que favorecían desde las instituciones la libertad y la tolerancia. Convertida en el santuario europeo de ambas, acogió a los heterodoxos de toda Europa, entre otros a Locke. La República de las Provincias Unidas vivió una efervescencia humanista tan vigorosa que favoreció, según Jonathan Israel, la aparición de una Ilustración radical que acabó influyendo sobre todo el continente3.

      Estas experiencias políticas de resistencia proactiva que tuvieron lugar en Inglaterra y los Países Bajos fueron el soporte de la cosmovisión liberal que ahora vivimos en retirada frente al auge populista. Hablamos, por tanto, de un esfuerzo de inteligencias individuales que movilizaron partidistamente a los whigs ingleses y a los republicanos holandeses. Lo hicieron en torno a sendos programas políticos que cobraron forma en un cuerpo de ideas revolucionarias que contribuyó a fundar el mundo moderno sobre bases de justicia, democracia, valores seculares y universalidad.

      Este esfuerzo fue el liberalismo. Surgió como una serie de acciones colectivas basadas en la cooperación de iniciativas individuales que estaban al servicio de la construcción de una democracia.

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