La buena voluntad. Ingmar Bergman

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La buena voluntad - Ingmar Bergman страница 4

La buena voluntad - Ingmar Bergman La principal

Скачать книгу

visión de conjunto, buena memoria y disciplina. Cualidades todas ellas buenas en un sacerdote. Yo manejo una criba para que no pasen los idiotas, los vagos y los charlatanes. Algo es algo, ¿no les parece, señores?

      Tres pálidas sonrisas y algunos asentimientos ahogados; después, silencio. El tercero de los tres, Baltsar, carraspea. No hay mucho que decir de él. Es uno del grupo que va a comer a Kalla ­Märta, está delgado y tiene la piel de un amarillo enfermizo, ojos saltones, apagados y mal aliento. Baltsar ya no se cuenta entre los vivos. Apenas un año después de este día se introdujo un cartucho de dinamita en la boca y explotó entre los famosos y recién abiertos lirios del valle de la ciudad. No quedó mucho que enterrar.

      profesor sundelius (de buen humor): Bien, muy bien, señor Bejer. Vamos a hablar de escolástica, materia amplia y rica donde las haya, y vamos a empezar por la llamada escolástica primitiva, cuyos primeros representantes fueron…

      baltsar: … Juan Escoto Eríugena y Anselmo de Canterbury. En la Alta Edad Media. Año 900.

      p. sundelius: Más o menos. Sí. ¿Y qué es lo que caracterizaba a estos dos señores?

      baltsar: Juan Eríugena sostenía que la verdadera religión y la verdadera filosofía son una misma cosa. Anselmo de Canterbury afirmaba que los conceptos universales, es decir, las ideas, son realidades y no solo palabras. Credo ut intelligam.

      p. sundelius: … Nihil credendum nisi intellectum.

      baltsar: Eso no lo dijo Anselmo sino, en cierto modo, su adversario Abelardo. Según él, la razón desempeñaba un papel fundamental. Pretendía limitar la fe en la autoridad que juzgaba peligrosa. Eso le ganó poderosos enemigos.

      p. sundelius: Volveremos a la antigua escolástica y a Tomás de Aquino enseguida. Señor Bergman, su tema será lo apostólico. ¿Quiere enumerar algunos de los padres apostólicos? ¿Qué autores se consideran los primeros discípulos de los apóstoles?

      henrik: Bernabé.

      p. sundelius: Exacto. Pero hay algunas otras figuras muy importantes.

      henrik: Clemente de Roma. (Pausa). Policarpo.

      p. sundelius: Otros tres, señor Bergman.

      henrik: Pues… no.

      p. sundelius: ¿Qué significa una «congregación apostólica»?

      henrik: Son las congregaciones que los propios apóstoles fundaron en Roma, Éfeso y Corinto.

      p. sundelius: ¿Otras?

      henrik: Éfeso.

      p. sundelius: Éfeso ya lo ha dicho.

      henrik: Alejandría.

      p. sundelius: Alejandría, no; Antioquía, ­Jerusalén.

      henrik: ¡Ah, sí!

      p. sundelius: ¿Qué quiere decir «símbolo de los apóstoles»?

      henrik: Es algo que tiene que ver con la fe, pero no sé más.

      Henrik se mira las uñas. La catástrofe es un hecho. Baltsar y Justus ni respiran. El profesor Sundelius guarda silencio. Una soñolienta mosca primaveral zumba en el delgado rayo de sol que dejan pasar los pesados cortinajes de la ventana.

      Casi un minuto completo se pierde en la eternidad. El catedrático mira con atención al aspirante Bergman. Se vuelve hacia el escritorio y hojea el boletín de notas, que le entrega a continuación a Henrik.

      profesor sundelius: Vaya usted a darse un buen paseo por el Jardín Botánico. Hay mucho de lo que maravillarse en esta época primaveral. O se cree en el Dios sapientísimo o no se cree. Adiós, señor Bergman, y sea usted bienvenido a finales de noviembre. Tal vez debo añadir que mi alocución preliminar no se refiere a usted. Yo creo que usted va a ser un buen sacerdote, independientemente del símbolo de la fe o de los santos apóstoles.

      El profesor inclina la cabeza, indicando así que Henrik debe retirarse. No puede afirmarse que el Temible sonría, pero contempla a Henrik con algo parecido a la curiosidad. Es el final. Salir por la puerta, atravesar el comedor cuyo suelo de parqué están encerando de rodillas, el vestíbulo para agarrar la gorra de bachiller. Bajar las escaleras de mármol, que resuenan. La enorme puerta retumba. En medio de la calle desfila una banda de música que toca como puede, sol deslumbrante, la gente se para a mirar o anda al compás. Un joven larguirucho, sin sombrero, con pelo oscuro y ralo, ojos oscuros y cuidado bigote, se detiene frente a Henrik y le toca el brazo con su elegante bastón.

      ernst: ¡Hola, Bergman! No te olvidarás del ensayo del coro esta noche, ¿eh? Va a venir Hugo Alfvén. Después iremos de juerga.

      Hace una inclinación de cabeza y desaparece.

      Vamos a hablar ahora de Frida Strandberg, novia de Henrik desde hace dos años. Verdad es que se trata de un noviazgo extraordinariamente secreto, solo los más íntimos lo saben, ni la madre de Henrik ni las tías de Elfvik están ­informadas. La familia de la muchacha, allá en la provincia de ­Ångermanland, tampoco sabe nada. Y sin embargo es un noviazgo en toda regla, con anillos de compromiso, promesas sagradas, velas y tiernos besos.

      Frida es tres años mayor que su novio y trabaja como camarera en el hotel Gillet, uno de los más elegantes de la ciudad. Como muchos de los otros empleados, vive en uno de los míseros cuchitriles expuestos a las corrientes de aire, en lo más alto de la buhardilla superior de la mole del edificio. Las consecuencias morales de esta promiscua forma de vivir no le preocupan a la dirección del hotel, pero las correrías nocturnas están prohibidas. La única entrada de personal que existe está bajo la vigilancia de un cancerbero y su esposa, a quienes se considera carentes de la necesidad de sueño normal.

      Frida es una mujer guapa, alta, algo huesuda, con los pechos altos y las caderas redondas bajo la larga y estrecha falda. Lleva el pelo rubio ceniza peinado en un tupé sobre la frente y recogido en un moño sencillo en lo alto de la cabeza. Sus ojos son grandes, casi redondos, observadores, apreciativos, curiosos. Tiene la risa fácil, sorprendentemente grande, los labios bien dibujados pero delgados, la barbilla redonda y firme. Da la impresión de ser decidida, con esa barbilla. La nariz es larga y bien formada. Habla deprisa y con mucho acento, se mueve con vivacidad, tiene un andar airoso lo mismo cuando lleva pesadas bandejas en el comedor del hotel que cuando sale a pasear los domingos por el parque Fyris con su novio.

      Se conocieron por casualidad. A uno de los compañeros de Henrik, de los que iban a los comedores de Kalla Märta, le había tocado una herencia de una tía muerta y quiso ­celebrarlo. Fueron al restaurante Flustret, junto al estanque de los Cisnes. Frida hacía una suplencia durante el verano en el piso superior, donde estaban los reservados. Era una noche cálida, las ventanas abiertas dejaban entrar pesados aromas balsámicos y música militar del templete.

      Todos acabaron borrachos, Henrik el que más. Cuando el grupo decidió irse al burdel de Svartbäcken no hubo manera de reanimar al teólogo, así que lo dejaron en manos de su destino o de Frida, quien más tarde (una vez terminado su trabajo, a las dos de la madrugada) buscó un coche. Consiguió a fuerza de melindres la dirección y, con ayuda del cochero, subió a rastras al estudiante, que seguía borracho como una cuba, por las escaleras hasta su habitación. Lo único que ocurrió esa noche fue que Henrik vomitó en la falda de Frida, se dio con la cabeza en el borde de la mesa y sangró bastante.

      Dos días después Henrik se encaminó hacia el restaurante Flustret con un costoso ramo

Скачать книгу