Huenun Ñamku. M. Inez Hilger

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Huenun Ñamku - M. Inez Hilger

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en un extremo de un cordel de pelo de caballo fino y extiende el lazo en el suelo. Para sostenerlo en su posición, coloca un pedazo de madera o una roca justo sobre el nudo en curso. Coloca semillas adentro de la trampa que sirven como carnada. Después, pone palos altos en un círculo alrededor de la trampa en el suelo, con una abertura en el nudo. Debido a que un pájaro no puede ni aterrizar en los palos ni volar directamente en la trampa, el pájaro caminará a través de la abertura y llegará inmediatamente a ella. El hombre, que ha estado sosteniendo el otro extremo del cordel a una distancia corta, tira del cordel y cierra la trampa a la altura de las patas del pájaro cuando está sacando la semilla.

      Luego le pregunté a Huenun cómo son atrapados el pudú, un venado pequeño y rojizo [Pudu pudu o Cervus humilis] y el armadillo —los mapuche lo llaman “peludo” [Euphractus sexcinctus]. Él respondió: “En un momento, los pudúes eran bastantes en nuestro territorio; hoy, hay muy pocos de ellos. Muy de vez en cuando uno ve huellas de alguno de ellos —se parecen a las de las ovejas, pero son mucho más pequeñas. Los pudúes no han sido cazados en lo que llevo viviendo. Y nunca he visto un peludo. ¿Tiene patas el peludo? ¿Dice usted cuatro patas? Oh sí, ahora sí: es el animal que se enrolla en sí mismo cuando es atacado, o se esconde en un hoyo en la tierra. Lo hace excavando tanta tierra suelta que queda entre las capas de su espalda que nadie lo puede tirar fuera de su hoyo. Me han dicho que hay muchos peludos en el lado argentino de la cordillera. Pero no sé nada de cómo cazarlos. Ahora me debo ir a casa. Cae la oscuridad en estas montañas. ¿Desean que yo venga nuevamente?”.

      Había deseado que Huenun nos pidiera volver porque yo creía que en él teníamos a un informante inteligente, de libre pensamiento y confiable. Margaret tenía la misma opinión. Le contesté, “Si usted puede venir aquí día por medio, Huenun, nosotras nos quedaremos en Panguipulli por un tiempo. No soy dada a adulaciones, pero le quiero decir que lo encontramos un hombre inteligente y confiable”.

      Rápidamente respondió, “Les agradezco ese cumplido. Y les quiero decir que cuando el padre Sigisfredo me las presentó, inmediatamente yo reconocí que ustedes tenían inteligencia suficiente para saber que yo tenía algo. Pasado mañana estaré aquí a las nueve de la mañana”.

      Con esto terminó nuestra primera entrevista con Huenun. Margaret escribió en su cuaderno, “¡La entrevista de hoy terminó como una fiesta de admiración mutua!”.

      Huenun no había pensado que se le debería pagar por la información que nos había dado. Sin embargo, él estuvo de acuerdo en que sería justo recibir el pago que obtendría si estuviese trabajando en un fundo —un campo de propiedad de un chileno. Le pagamos en moneda chilena, como corresponde. Más adelante, descubrimos que las cosas materiales, en especial la comida, eran más aceptadas que el dinero en efectivo. Se despidió con un adiós, y se fue a su hogar.

      CAPÍTULO II

      Transcribiendo notas de campo

      Si era factible, al día siguiente de una entrevista Margaret y yo traspasábamos las notas que habíamos tomado el día anterior —este día en particular, transcribimos nuestras notas sobre la pesca y caza. Por experiencias de campo previas, había aprendido que había una ventaja en hacer esto lo antes posible. Si queríamos registrar una entrevista con anotaciones etnográficas describiendo la reacción psicológica del informante, era necesario hacerlo cuando aún recordáramos la entrevista. A menudo las reacciones, tales como estados de ánimo o demostraciones emocionales, están culturalmente enraizadas o asociadas íntimamente con la personalidad del informante. Debido a que también habíamos aprendido que el intérprete podía ser útil en este proceso, dispusimos tener a Francisca con nosotros, o al menos cerca. Algunas veces, ella era capaz de dirimir disputas que surgían de detalles de una nota; clarificaba aquellas que ni Margaret ni yo habíamos comprendido claramente; de su propia experiencia, a menudo, contribuía con algo que recordaba debido a nuestras preguntas o con lo que el informante nos había contado; y estimulaba preguntas nuevas por su interés en lo que estábamos haciendo.

      Francisca se sentó a tejer cerca de nosotros; estaba lista para ayudarnos si la necesitábamos. Fue una alegría tenerla con nosotras a todo evento: ella era jovial y dotada de un gran sentido común. Conocía bien a Huenun y había enseñado a sus hijos. A pesar de que admiraba su inteligencia y determinación, nos dijo que sería una dura prueba abstenerse de poner a Huenun en su lugar si alguna vez este demostraba su carácter. Ella sabía que Huenun haría un escándalo si su orgullo era herido. “Él es como todos los mapuche”, añadió, “tan orgulloso como cualquier ser humano puede ser”. Como ella y yo habíamos acordado que el deber de una buena intérprete era solo interpretar, ella consintió en ser una “buena” intérprete. Durante casi todas nuestras entrevistas subsiguientes, Francisca interpretó para nosotros, pero cuando le era imposible hacerlo, una de las hermanas, también profesora de la Escuela Misional, la reemplazaba.

      Al transcribir una nota, Margaret la leería de su cuaderno de anotaciones. La mayor parte de sus anotaciones eran realmente largas con abreviaciones y caracteres improvisados, con palabras en mapudungun y con bosquejos y diagramas de Huenun interpuestos. Francisca y yo discutiríamos la nota para asegurarnos que era lo que Huenun había dicho y que era exacto en todo sentido. Luego, yo dictaría las palabras de la nota y Margaret lo escribiría, según su costumbre, en un papel de diez por quince centímetros.18 Margaret encabezó cada hoja con el nombre del informante —en este caso Huenun— con su edad, su hábitat y la fecha de la entrevista. Le dimos un título a la nota de modo de indicar qué información estaba registrada en ella. Si no estábamos de acuerdo, Margaret escribiría la nota tal como yo la dictara, pero indicaría nuestro desacuerdo poniendo una señal sobre el título. Después de que habíamos etiquetado las notas de esta manera, trataríamos de aclararlas con el mismo informante en una próxima entrevista. De no ser posible, lo haríamos con el informante subsiguiente.

      Ya habíamos terminado la transcripción de nuestra primera entrevista; Margaret indicó esto mediante marcas en las páginas de su cuaderno. Estando aún Francisca con nosotros, nos pusimos de acuerdo sobre los temas a discutir durante nuestra próxima entrevista con Huenun. Habíamos decidido, también, que era necesario aclarar ciertos detalles con respecto a la información sobre pesca y caza entregada por él, diferíamos en algunos datos. Habíamos clasificado información recolectada en la zona costera como “dudosa” y ahora podríamos cotejarla con Huenun. Otra información la habíamos etiquetado como “incompleta” y por lo tanto necesitaba ser complementada. Además, teníamos muchos temas de los cuales no había nada de información, y la intrigante área de la información comparada. Ahora estaban listos nuestros planes para la próxima entrevista. Francisca dejó su tejido y siguió con otros quehaceres. Margaret y yo nos relajamos. Estuvimos nuevamente de acuerdo en que Huenun era un buen informante y que nos deberíamos quedar en Panguipulli por un tiempo ya que él estaba ávido de prestar ayuda. Le dije a Margaret, “Me equivocaría mucho si Huenun no viene preparado mañana para contarnos lo que él piensa debe ir en nuestro libro”.

      Ya era tarde, Margaret y yo salimos a caminar por el pueblo de Panguipulli, en el cual viven mayoritariamente chilenos. Niños que estaban jugando a las bolitas en la calle dejaban su juego para saltar con nosotras. Las madres venían a conversar a través de las rejas que cercaban sus jardines, casas y patios —rejas construidas de ripio volcánico o zarzas de mora. Visitamos tiendas pequeñas —cada una, por lo general, era solo una pieza al costado de una casa que daba a la calle— acompañadas por los niños, compramos galletas para cada uno. Mientras caminábamos de vuelta a casa, escuchamos gritar a un vendedor en la calle, “sandías del país de los picunche” que rápidamente fue seguido por su precio. Nos acercamos a él, seleccionamos varios melones y le pedimos que los fuera a dejar a la Escuela Misional. Más tarde lo hizo, y le pagamos su precio.

      Madres que viven a lo largo del camino de regreso al colegio nos entregaron racimos de rabanitos, zanahorias, cebollas y otros vegetales para demostrarnos sus buenos deseos.

      En

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