Huenun Ñamku. M. Inez Hilger
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Todo esto lo dijo Huenun en un tono de voz y una manera que demostraban determinación y convicción. Ahora, parecía estar muy pensativo. Luego, añadió: “Quiero que en ese libro que están escribiendo digan —y en un lugar sobresaliente— que yo les di información”.
Margaret Mondloch, mi asistente de campo, deseaba que esos mapuche jóvenes hubiesen escuchado a Huenun proferir esa última frase y hubiesen visto su cara mientras lo decía. Yo le dije a ella, “Si el abuelo Terres” —mi abuelo Terres era su tatarabuelo Terres— “Si el abuelo Terres hubiese dicho esa última frase, con seguridad, él la hubiese sellado con un golpe de puño en esta mesa”. Esta fue nuestra segunda entrevista con Huenun. Nuestra primera entrevista se había realizado dos días antes.
Margaret y yo habíamos venido de la zona costera chilena, habíamos cruzado la gran planicie central de Chile y estábamos ahora en el valle de Panguipulli, en el lago Panguipulli, uno de los lagos pintorescos de las zonas más bajas de los Andes. Huenun Ñamku vivía en este valle. Margaret y yo habíamos pasado cerca de dos meses en la zona costera, viviendo y hablando con los mapuche. (Huenun llama a su gente mapuche; los etnólogos los llaman araucanos). Habíamos tomado notas de lo que nos habían contado allá acerca de su forma de vivir y también de lo que nosotras habíamos observado. Habíamos entrevistado a la mayoría de las familias en sus hogares.
Llegamos hasta los mapuche menos aculturados de la zona costera a caballo, único medio para acceder a ellos. Se nos dijo también que podíamos llegar a caballo hasta aquellos que viven en los valles de los Andes si seguíamos los senderos viejos alrededor de los lagos, en este caso lagos Panguipulli y Calafquén, o por agua si navegábamos a través de los lagos. Por ellos navegaban barcos pequeños, alimentados con madera y propulsados a vapor conocidos como vapores [pronunciado “vä pôr’”], cada uno transportando un barco de carga conocido como lancho [pronunciado “län´cho-”] y cargados con madera. El lancho es amarrado al costado del vapor. La madera es acarreada desde un lago más arriba a uno más abajo por camiones o carretas de bueyes.
Margaret y yo habíamos venido a Panguipulli para obtener un viaje a Coñaripe en un vapor. Nuestros planes eran quedarnos en Panguipulli el tiempo suficiente para convenir el transporte a Coñaripe. Se nos había dicho que la navegación de los vapores era de lo más impredecible: a veces dos o tres de ellos navegaban una vez a la semana; otras veces, uno de ellos navegaba solo cada dos o tres semanas.
A nuestra llegada a Panguipulli, escuchamos que un lancho estaba siendo descargado. Francisca Fraundorfner, una de las profesoras de la Escuela Misional en Panguipulli, fue con nosotros al muelle para averiguar cuándo saldría este vapor de regreso. El capitán no tenía idea cuándo su vapor navegaría, nos haría saber y nos prometió llevarnos con él.
Al regresar a la Escuela Misional, conocimos al padre Sigisfredo,15 un sacerdote alemán capuchino, que había pasado más de cincuenta años entre los mapuche. Hablaba bien el idioma de ellos; conocía todas las áreas en las cuales vivían los mapuche; él conocía a la mayoría de los mapuche por su nombre. Él le había avisado a Huenun que nosotros llegaríamos a Panguipulli ese día. El padre Sigisfredo nos contó que algunas semanas atrás, Huenun había escuchado que nosotros estábamos recolectando información en el territorio mapuche y que planeábamos escribir un libro acerca de su pueblo. Huenun quería ser avisado del día de nuestra llegada; deseaba conocernos y ayudarnos.
Antes de que regresáramos del muelle, Huenun había llegado. Nos estaba esperando en la sala de clases que Francisca había preparado para nuestro uso. Las salas estaban vacías porque eran las vacaciones de verano. Había movido algunos escritorios hacia una muralla y otros hacia la muralla opuesta. Entre ellos, había colocado una mesa larga para nuestro uso. El padre Sigisfredo nos llevó a la sala, nos presentó a Huenun y se fue a su oficina.
Cuando entramos a la sala, Huenun estaba mirando unos panfletos y mis estudios de chippewa y arapaho,16 materiales que habíamos traído y que yo usaba para presentarle a los informantes lo que nosotros planeábamos hacer con la información que estábamos recolectando. También, era una forma de atraer su interés, de motivarlos y hacerles saber nuestro objetivo. Al mostrarle los libros al informante, yo le diría: “Después de todo, las personas, en nuestra parte del mundo, han tenido sus costumbres registradas y ahora los hijos de sus hijos alguna vez sabrán cuáles fueron las costumbres de su propio pueblo”. Luego preguntaría, “¿Cree usted que su gente encontraría interesante tener sus costumbres consignadas de modo que los niños de sus niños sabrán cuáles eran sus costumbres?”.
Huenun señaló la palabra primitive en el título de uno de los panfletos —reconoció la palabra por su similitud con su equivalente en castellano, primitivo— y con aire autoritario dándose importancia y responsabilidad, que luego aprendimos era característico en él, preguntó: “¿Van a usar ustedes la palabra “primitivo” en el título de su libro sobre los mapuche?”.
Respondí, “¿Cree usted que deberíamos?”.
Prontamente replicó: “¡Por cierto que no! ¡Por cierto que no! Esa palabra puede ser usada cuando se habla de gente menos inteligente que los mapuche, personas como aquellas de las islas en el Pacífico, por ejemplo, los habitantes de Isla de Pascua, pero no cuando se habla de los mapuche. Cuando nuestros jóvenes volvieron de la guerra (Segunda Guerra Mundial), nos contaron acerca de las costumbres de los habitantes de las islas del Pacífico. ¡Puedo asegurarles que estas personas son primitivas!” Tampoco nos permitía usar la palabra “indios” en ninguna parte del libro. “Los mapuche no son “indios””. Él señaló la palabra “indios” en el título de otro panfleto. Antes de comenzar nuestro trabajo de campo ya habíamos sido instruidas por el obispo Guido Beck,17 vicario apostólico del territorio de la Araucanía, para no usar la palabra “indios” cuando habláramos con los mapuche ya que es una palabra ofensiva para ellos. Esta tiene una connotación de servidumbre y sujeción, ya que fue escuchada por primera vez durante los tiempos de intentos de subyugación por los españoles que invadieron su territorio.
Ahora Huenun se quedó ahí; nos estaba estudiando. Miró a Margaret y luego a mí. “Así que ustedes dos han venido desde Norte América para aprender nuestras costumbres”. Lo observamos bien. Su cara estaba seria. Sus cejas formaban refugios para sus ojos oscuros, inteligentes y penetrantes. Sus arrugas eran profundas; surcaban su cara golpeada por el clima. Su bigote colgaba más allá de los extremos de su boca. (los hombres en la zona costera ocasionalmente tenían bigotes, pero no barba, algo que yo no había visto entre los indios norteamericanos). Él debió pensar que su pelo estaba en su lugar —acababa de pasar sus dedos sobre él para arreglárselo. Usaba zapatos y sombrero —habíamos aprendido esto en la zona costera— señales para sus compañeros mapuche y para otros de que disponía de más medios que los necesarios para lo básico del día a día.
Le dije a él: “Usted es un hombre de muchos años; debe saber muchas cosas que a nosotros nos gustaría saber. ¿Qué edad tiene?”.
Él contestó: “Pienso que tengo