Los poderes de la vida. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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El trabajo del discípulo de la Fraternidad Blanca Universal está pues basado en el conocimiento del temperamento y del carácter para que – aunque su temperamento no le predisponga demasiado – llegue a modelarse un carácter extraordinario de bondad, de belleza, de grandeza y de generosidad. Esto no es fácil, claro, porque si no, todo el mundo habría ya llegado a tener un carácter divino.
Tomemos el ejemplo del árbol. ¿Dónde está su temperamento? En las raíces. Son las raíces las que determinan toda la estructura, las cualidades y las fuerzas del árbol. En cuanto a su carácter… Un árbol, claro, no puede tener carácter, pero de todas formas sus flores y sus frutos tienen unas cualidades, unas propiedades características (astringentes, laxantes, calmantes, excitantes, nutritivas, etc.) de las que podemos decir constituyen el “carácter” del árbol. Sin embargo, el árbol no podría producir sus manifestaciones características si no tuviese raíces. Evidentemente, la imagen del árbol no conviene totalmente al hombre, porque la dependencia que tienen las ramas de las raíces es casi absoluta, salvo cuando la intervención de los hombres que se ocupan de él modifica, con el injerto por ejemplo, las características del árbol, es decir sus flores y sus frutos. Pero exactamente como el árbol, que podría no producir flores y frutos si no tuviese raíces, el hombre tampoco podría tener un carácter si no tuviese un temperamento.14 El temperamento le sirve pues de depósito del que extrae los elementos de su personalidad. Es como una fábrica o un laboratorio: tal laboratorio, tal actividad; tal fábrica, tal manifestación. Está limitado.
En los animales no podemos hablar de carácter. El carácter de los gatos, de los perros o de los ratones es su forma particular de morder, de arañar, de ladrar, de comer, de correr. Es pues muy poca cosa. Los animales sólo tienen temperamento, porque como acabo de deciros, el carácter es una particularidad que el hombre mismo forma; mientras que los animales no pueden hacer nada para transformarse, son lo que la naturaleza ha hecho de ellos. Así pues, la diferencia entre los animales y los hombres es que los animales están limitados por su temperamento, están condenados a no salirse de los límites que la naturaleza les ha impuesto. Por eso permanecen fieles a su instinto, mientras que el hombre dispone de muchas más posibilidades y de condiciones favorables para transformarse en bien o en mal, o incluso para transgredir las leyes naturales y no obedecer. Los animales son inocentes hasta cuando se destrozan entre sí, no transgreden las leyes de la naturaleza, porque actúan de acuerdo con estas leyes, es la naturaleza la que les ha dado este instinto de agresividad.
Llegamos ahora a una cuestión mucho más práctica: cómo cambiar el carácter, cómo mejorarlo, perfeccionarlo. Si consultáis a los biólogos sobre la herencia, os dirán que todos los rasgos de carácter que el niño recibe al nacer están contenidos en los cromosomas y que, si llegásemos a modificar los cromosomas, podríamos cambiar el carácter de cualquiera. Es verdad que los cromosomas contienen todos los elementos necesarios para la formación de las características de un niño, pero los cromosomas son solamente el aspecto bioquímico de la cuestión. Los científicos, que nunca han estudiado estos problemas desde el punto de vista de los Iniciados, no saben que en el cuerpo etérico del hombre se encuentran unos clichés, y que estos clichés, precisamente, son de una importancia superior a la de los cromosomas.
En la Ciencia esotérica, se dice que cada órgano, cada célula, posee un doble etérico: detrás de los ojos físicos hay otros ojos; detrás de los brazos, otros brazos; detrás de los pulmones, otros pulmones. Esto es el cuerpo etérico, el doble como se dice, el doble del cuerpo físico.15 Los Iniciados, que han estudiado esta cuestión, han descubierto que todas las células, pero sobre todo las que se encuentran en la materia gris y en la materia blanca del cerebro y del plexo solar, poseen una memoria y que graban la menor acción, el menor deseo, el menor pensamiento. Y ahí tenéis los clichés. Una vez grabada, cada cosa debe repetirse obligatoriamente; así es como nace el hábito y, para cambiar un hábito debemos por tanto cambiar el cliché.
Os conté que, cuando vivía cerca del Parc des Princes, en Boulogne-sur-Seine, salí un día para mandar por correo unas cartas que había escrito; las puse en el bolsillo del abrigo, y salí con la intención de pasearme e ir al mismo tiempo a correos… Sí, pero estas cartas se quedaron en mi bolsillo… Sólo dos o tres días más tarde me di cuenta de que no las había mandado, de que las había olvidado. ¡Se quedaron “en el bolsillo”! Y cuando hemos olvidado una vez, se acabó, el cliché se ha quedado bien impreso y siempre nos vamos a olvidar. Y esto es lo que me pasó a mí, las olvidé dos veces, tres veces… hasta que, al final, tomé una resolución y decidí no ponerme más las cartas en el bolsillo, sino llevarlas en la mano; así cambié el cliché y ya no se me volvieron a olvidar. Eso no sólo es válido para las cartas, sino para cualquier cosa. Estáis habituados a fumar, a besar a las chicas, a poner la mano en el bolsillo de los demás, y se acabó, el cliché se ha impreso en la memoria de las células y se repetirá eternamente. Sucede como en una imprenta, si no cambiáis el cliché imprimiréis siempre el mismo texto. Una vez que comprendí este fenómeno, saqué de él grandes conclusiones que compartí con mis hermanos y hermanas.
Tomemos el caso de alguien que estudia piano. Si no conoce las leyes de las que os acabo de hablar, empezará a estudiar un fragmento rápidamente y con mayor o menor atención. Evidentemente, con esta rapidez y esta inconsciencia cometerá al menos una falta, si no varias. Y una vez impresa esta falta, se acabó, ya no podrá corregirla; veinte o treinta años después, aunque se sepa el fragmento de memoria, si no se vigila, cometerá otra vez la misma falta en el mismo lugar, porque el cliché sigue ahí. Así que aconsejé a los músicos que empezasen aprendiendo sus fragmentos sin prisa, nota tras nota, poniendo todo el tiempo que hiciese falta para lograr un cliché impecable. Después podrán ir muy deprisa, rapidísimos; podrán incluso comer y dormir tocando, y tocarán sin faltas porque todo esta impreso en el subconsciente.
Lo que os digo aquí es absoluto. Si no aplicamos este método, nos vemos obligados a volver a empezar cuatro, cinco o diez veces, y todavía no se ha acabado, hay que prestar atención sin cesar y son muchos esfuerzos inútiles. Mientras que con la sabiduría y la inteligencia podemos economizar los esfuerzos, las fuerzas y el tiempo. No hay que darse prisa, sino trabajar con el primer cliché para que éste sea perfecto. Observad a un grabador: si tiene mucha prisa o está nervioso, traza sobre el metal una línea ligeramente desviada y después, se acabó, ya no puede corregirla o quitarla, ha quedado grabada. Debe empezar de nuevo y esto no es económico. Por eso he dado consejos a mis amigos, y aquellos que los aplican me dicen lo útiles que son.
Con el saber se evitan las penas, las decepciones y las amarguras. Pero los humanos, que no tienen instructores, se permiten cualquier cosa, y eso se graba. La naturaleza es fiel e implacable, lo graba todo. Uno se dice: “Hago esto por primera y última vez”, pero ya se ha grabado, y vuelve a hacerlo dos veces, tres veces, muchas veces... Un hombre había decidido no ir más al bar y decía: “Ésta es la última vez, se acabó, no beberé más... ¡Pero hay que celebrarlo!” y, evidentemente, siguió bebiendo. No sólo se graba el mal, el bien también. He conocido a ladrones que rezaban todos los días. Les preguntaba cómo podían continuar rezando cuando se dedicaban a semejante “oficio”... Y respondían que era un hábito que su padre les había inculcado cuando eran pequeños y que ya no podían desembarazarse de él. La naturaleza es pues fiel; el bien, lo mismo que el mal, todo se graba.
La cuestión está ahora en cómo eliminar las viejas improntas, los viejos clichés que ya están grabados para empezar una vida nueva y luminosa. Muchos tratan de cambiar su vida, pero lloran y se lamentan porque siempre vuelven a recaer en las mismas debilidades. Así que, ¿cómo escapar? Esforzándose en hacer lo contrario de lo que teníamos el hábito de hacer, poniendo otros clichés. Pero para eso debemos tener una vigilancia extraordinaria; si no tenemos esta vigilancia, nos olvidamos, y el viejo cliché sigue siempre manifestándose fielmente. Se dice en las Escrituras: “Estad vigilantes, porque el diablo está ahí, como un león rugiente que trata de devoraros...”16 Esta vigilancia precisamente es el secreto del cambio, y de ahora en adelante debéis aprender a hacer otros gestos, a pronunciar otras palabras, a mirar de otra manera,