Los poderes de la vida. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Así pues, mis queridos hermanos y hermanas, todavía quedan muchas cosas que deciros, y se os dirán. Para aquéllos que quieren perfeccionarse, para aquellos que quieren hacer un trabajo sobre sí mismos, todo está aquí. Que vengan y se les dará los argumentos, los métodos, los medios, los materiales, las condiciones para cambiar su vida. Porque eso es lo que debéis hacer: cambiar vuestra vida. Vivid una vida pura, intensa, luminosa, y ella se encargará de atraer hacia vosotros a los seres que os serán favorables, que os ayudarán, que os amarán. Vivid solamente esta vida y dejadla hacer, no sabéis hasta dónde puede ir para invitar a las criaturas que os convengan exactamente y llevarlas hasta vosotros. Y un día diréis: “No he buscado a mi alma gemela, no he buscado a mi bienamada, y sin embargo ha venido… desde las profundidades del universo, ha venido…” 9
¡Pero tratad de hacer comprender esto a los humanos! No emanan nada, no envían esta vida para atraer a un ser que les corresponda, y para encontrar a su alma gemela, escriben en los periódicos, van por todas partes a las recepciones, y hasta a los cabarets. Y allí la encuentran… ¡y de qué manera! La olla ha encontrado su tapadera, como se dice. Se encuentran para sufrir y tirarse de los pelos. ¿Por qué? Porque no es así cómo hay que buscar. Hoy, por primera vez, oís algo completamente nuevo. No busquéis a vuestra alma gemela, tratad solamente de vivir la vida divina y esta vida divina se encargará de encontrarla. Cuando la encontréis, diréis: “Sí, es a ti a quien buscaba desde hace mucho tiempo… Te conozco, estoy contigo desde hace miles de años…” Entonces, ya no hay más peleas, ya no hay más discusiones cómo se ven hoy… ¡un amor tan ordinario! Los hombres se encuentran y ya se están masacrando, porque se han buscado demasiado abajo.
Había una hermana de la Fraternidad, ¡una maravilla! Sí, su voz era una maravilla, es posible que en el mundo entero no hubiese otra voz semejante. Podía hacer fortuna, tener todo lo que quisiese, pero era tonta, quería casarse a toda costa. Cómo todavía era muy joven, ¡cuántas cosas le pude decir!… Que tenía que esperar, que después tendría cientos de candidatos, mientras que si se precipitaba haría una tontería y sufriría… Pero ella no me escuchó, y frecuentando los clubs nocturnos encontró a alguien; sí, en un club nocturno… La volví a prevenir una vez más, pero no pude hacer nada, se casaron. Una vez casados, casi se matan entre sí. Se pegaron… ¡era formidable! Se pegaron para subrayar mis palabras… Sí, mis palabras eran subrayadas, ¡y de qué manera! Al final se separaron: él se fue a América del Sur y ella se quedó en Francia. Después, claro, buscó un segundo marido, ¡y otra vez la misma historia! Después un tercero, y tampoco fue mejor. Ahora está sola… ¡y en qué estado!
Yo os digo: “¡No busquéis! Vivid primero y tendréis a miles de personas que vendrán junto a vosotros…” Supongamos que sea invierno, hace frío y todo el mundo tirita; pero si vosotros sois un fuego vendrán a calentarse a vuestra llama. Procurad primero tener el fuego, y todo el mundo vendrá a calentarse. Pero los hombres no tienen fuego, están helados y dicen: “¿Por qué no vienen?… ¿Por qué no me aman?…” Porque están demasiado fríos. Es así de sencillo, ¡tan sencillo! Pero la gente no lo ha comprendido. ¿Os asombráis, mis queridos hermanos y hermanas, de esta simplicidad? ¡La simplicidad! ¿Qué es la simplicidad? Es vivir, solamente vivir, pero vivir divinamente. Hay demasiadas cosas complicadas, sofisticadas, engañosas. Los hombres farolean, se dan importancia y se engañan mutuamente con bellas palabras. Incluso yo os puedo decir: “Si queréis, no creáis ni siquiera lo que os digo, pero tratad de sentir, tratad de ver si yo estoy viviendo la vida de la que os hablo y creed solamente en la vida. Yo sólo creo en la vida...”
Y si ahora me preguntáis: “¿Por qué hay tan poca gente que se decida a cambiar su vida, su manera de pensar, de sentir, de actuar? ¿Cuáles son las razonas de ello?” En primer lugar porque no tienen una idea clara de las ventajas que aporta un cambio semejante. Están persuadidos de que la vida que todo el mundo lleva, es la verdadera vida. La prueba está en que siempre dicen: “¡Es la vida!” Ante todo lo que sucede de triste y de abominable, repiten: “¡Qué le vamos a hacer, hombre!, ¡es la vida!” Y así, ¿cómo queréis que cambien? En segundo lugar, no creen que sea posible cambiar. Y en tercer lugar, para la mayoría de la gente, es muy difícil, y por eso no están muy decididos. Todo lo demás, es fácil: obtener diplomas, ganar dinero, es muy fácil… ¡pero cambiar de vida!… Y yo, ¡si creéis que cuando era joven era como soy ahora! En absoluto: era un pillastre, como muchos niños. No llegamos perfectos a la tierra, hacen falta años y años para mejorarse. Y cuando uno es un desvergonzado, un borracho, un ladrón, un asesino, no cambia tan fácilmente, a veces son necesarias varias encarnaciones…
Y ahí os mostraré que los cristianos no han comprendido gran cosa del pensamiento de Jesús. Jesús conocía la reencarnación, creía en ella, y dio pruebas de que creía en ella, pero los cristianos no se han dado cuenta. Porque, mirad: ¿cómo un hijo de Dios, tan puro, tan sabio, pudiera ser al mismo tiempo tan tonto como para pedir a los hombres, que son débiles y pecadores: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”? 10 ¿Acaso era verdaderamente psicólogo Jesús? ¿Acaso era inteligente? No, tal como lo presentan los cristianos, no tenía nada en la cabeza puesto que pedía a unos hombres tan enclenques y miserables que fuesen perfectos como el Padre celestial. En realidad, al pedir una cosa semejante sobreentendía la reencarnación, porque en una sola encarnación nadie puede llegar a ser como el Señor, ¡es imposible! O bien, aún otra ignorancia que se añade a la primera, es que los cristianos no saben lo que es el Señor. Para pensar que es tan fácil ser perfecto como Él, hay que imaginárselo apenas un poco mejor que se lo imagina la gente ordinaria, un buen hombre con una gran barba, como presentan a los ascetas y a los ermitaños. ¡Esto es la perfección para los cristianos! Por eso podemos llegar fácilmente a ella, yendo a la iglesia, escuchando los sermones de algún cura y santiguándonos con agua bendita… ¡Si fuera tan fácil! Pero, en su cabeza, es fácil.
Los cristianos están lejos de sospechar lo que conocía Jesús. No han profundizado los Evangelios, nunca han tratado de tener a Jesús como modelo, de hacer durante años un trabajo de identificación para poder captar lo que pensaba, comprender cómo consideraba las cosas. Además, ni siquiera saben que esta identificación pueda ser posible, y que es incluso el único ejercicio espiritual que permite entrar en el alma, el corazón y el espíritu de un ser, aunque éste haya desaparecido desde hace miles de años. Al identificarnos con él, es como si entrásemos en su cabeza.11
Los hombres – e incluso los sabios – no han comprendido por qué los Egipcios, por ejemplo, se disfrazaban y se ponían máscaras representando a ciertas divinidades o a ciertos animales, ni por qué aún, en ciertos países, en pueblos llamados primitivos, en Indonesia, en Malasia, en Nepal, en el Tibet, etc., los brujos se ponen máscaras de monstruos, procurando tomar la apariencia de ciertas entidades benéficas o maléficas. Es simplemente para poder identificarse, al menos durante unos minutos, con ellas. Y tomando su apariencia, moviéndose como ellas, haciendo ciertos gestos, desencadenan interiormente fuerzas, corrientes, y se impregnan tan bien de la naturaleza de estos seres, que llegan a sentir y a comprender todo aquello que no podían sentir ni comprender en su forma humana normal. No hay otras razones. Pero todos los que no han comprendido el significado oculto de estos disfraces los han ridiculizado diciendo: “¡Mirad que cosa más estrafalaria!” Sí, incomprensión, ¡ignorancia!… Así pues, si en los templos egipcios los sacerdotes tomaban el aspecto de Osiris, de Isis, de Seth, o incluso de toda clase de otras divinidades terroríficas, era para tener acceso a ciertas realidades o para emanar ciertas fuerzas, porque la identificación da la posibilidad de asemejarse, al menos durante unos minutos, a los seres con los que nos identificamos.
Supongamos ahora que hacéis este ejercicio con Jesús. Hacéis todos los esfuerzos para imaginaros que vivís hace dos mil años en Palestina, que andáis por aquellos caminos, que habláis a sus discípulos, y os imagináis todo eso como si fuese una realidad absoluta: descubriréis cosas extraordinarias. De esta manera podemos llegar a saber lo que