Chiribiquete. Carlos Castaño-Uribe
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En Chiribiquete, donde también aparece esta fase y donde documentamos el proceso de transformación entre Ajaju y Guaviare-Guayabero (particularmente en el Abrigo J-Agreste I y II en el extremo norte de la serranía), se observan los encapsulados rectangulares decorados por dentro, que incluyen unos apéndices muy pequeños, casi imperceptibles, en sus extremos. Estos representan la cabeza, la cola y las patas; es decir, estamos ante el proceso de transformación hacia la nueva expresión pictórica abstracta. En síntesis, en Chiribiquete hay ejemplos de una simplificación notoria de las extremidades de venados y jaguares, en los que se resalta el cuerpo rectangular con diseños geométricos, pero empiezan a desaparecer las extremidades para ser reemplazadas por circunferencias y arcos. Los pigmentos que se emplean para las pinturas incorporan nuevos colores y se hace más frecuente el uso del amarillo-ocre, blanco y negro. Ahora también aparece el color verde junto a dibujos hechos con carbón vegetal. Ocasionalmente, se observa el empleo de pinceles delgados y es más frecuente el uso del dedo como instrumento de pintura. La presencia del jaguar disminuye en las escenas y empieza a sobresalir el venado, ambos más esquematizados. En los comienzos de esta fase, el jaguar se muestra saltando y su imagen conserva la morfología anatómica básica del animal, a pesar de que en infinidad de dibujos las patas y la cola se representan con círculos, como si fueran espuma o burbujas. Este atributo se documenta en otros sitios en el Guaviare y el Orinoco, asociados a otras figuras geométricas como cruces o equis. Frecuentemente, se ven en escena felinos amarrados del cuello con cuerdas y figuras humanas que los sujetan. Algunos dibujos, posiblemente de venados, se hicieron con el cuello largo, parecidos a los camélidos andinos. Hay mayor número de tortugas de río, zorros y varias formas de aves, especialmente garzas, que también se labraron en los petroglifos. Las aves adquieren una importancia cada vez mayor: aumentan las zanconas, como garzas y garzones; los gallinazos, las águilas harpía, los búhos y otras especies no identificables. Se ve, además, una gran cantidad de elementos emblemáticos nuevos, ausentes en la fase Ajaju, tal como la representación de protuberancias en las articulaciones de las extremidades, o “rodillones”, en figuras humanas, fauna y flora, aspecto que luego se difunde hasta las islas de las Antillas, y que es muy característico en Cuba y República Dominicana. Ocasionalmente, encontramos representaciones que podríamos llamar cósmicas, acompañando muchas escenas con alusiones circulares y de media luna, asociadas con dibujos de dardos, lanzas y dos triángulos convergentes llamados popularmente “relojes de arena”, entre otros.
En Colombia, la Fase II Guaviare-Guayabero se localiza, por el momento, en algunos sitios en el extremo norte de la serranía de Chiribiquete; las serranías de La Macarena y La Lindosa sobre el río Guayabero-Guaviare; la serranía del Tunahí, en el interfluvio de los ríos Inírida-Guaviare-Guainía; la serranía de Caranacoa, en el interfluvio de los ríos Inírida-Guainía-Negro; y en algunos otros sitios de la cuenca baja y media del río Orinoco, compartiéndose con Venezuela.
Uno de los rasgos más sorprendentes del arte ritual de Chiribiquete tiene que ver con el hecho de que los conjuntos artísticos muestran una secuencia continuada de manifestaciones de uso pictórico desde el final del Pleistoceno hasta nuestros días –que en el caso más reciente está siendo efectuada, seguramente, por grupos indígenas no contactados o en aislamiento voluntario–. Se suponía que los elementos figurativos eran muy evidentes al comienzo y más abstractos al final, no obstante, la evidencia dentro de Chiribiquete muestra el uso de caracteres figurativos y abstractos que se han ido usando indistintamente a lo largo del tiempo, variable digna de ser analizada en el marco de los estudios de secuencia cronológica de las manifestaciones pictóricas. Lo que es muy evidente es que lo abstracto y geométrico se vuelve muy reiterativo por fuera de la serranía y lo figurativo es una constante más observable, como atributo fundamental del sitio. Fotografía: Jorge Mario Álvarez Arango.
Fase iii-papamene. Es la más tardía de las tres y, quizá, la más compleja de caracterizar. Debido a la falta de información adecuada, aún tenemos incertidumbre para interpretarla cabalmente por las dificultades conceptuales y cronológicas que todavía encierra. Hipotéticamente, durante esta fase desaparecen la mayor parte de elementos figurativos, a la vez que aumenta el uso de símbolos y expresiones geométricas. Esto constituye un cambio importante con respecto a las fases anteriores. El componente principal de esta fase es el uso generalizado de los elementos geométricos. Lo figurativo es casi una excepción. Además de los encapsulados, también menos notorios que en la fase anterior, resaltan los mismos elementos y composiciones que antes venían encapsulados, pero ahora sin ningún tipo de reticulado o encerramiento. Los diseños geométricos se van volviendo cada vez más visibles y centrales, mientras que las representaciones humanas y de animales son pocas y abstractas. Se intensifican las representaciones del Sol, ahora ya más realistas y acompañadas de figuras cosmológicas. Son habituales las volutas, algunas de ellas encapsuladas, las redes compuestas, los rombos que forman redes, los zigzags con varias líneas y rectángulos o cuadrados con filamentos en uno o sus cuatro lados (tipo tapetes). La decoración tipo “greca” compuesta, se constituye en un ícono importante y generalizado. También son frecuentes las representaciones fitomorfas, como espigas con hojas rectas o curvilíneas que salen bilateralmente de un tallo recto.
En Colombia, la típica fase Papamene se ubica en el altiplano cundiboyacense y los Santanderes, así como en buena parte de los abrigos rupestres en el río Orinoco. Los dibujos ya no se hacen, necesariamente, en sitios con amplios abrigos rocosos con muros, sino más bien en sitios con abrigos pequeños y dispersos. No obstante, hay lugares donde cierto número de pequeños abrigos, a poca distancia uno del otro, forman un número importante de rocas con dibujos. Es evidente que algunos abrigos y paneles rocosos en las serranías de Tunahí, La Lindosa y La Macarena son asombrosamente parecidos al arte rupestre del borde oriental del altiplano cundiboyacense y santandereano. Por ejemplo, muchos elementos lineales, zigzags, volutas y espirales concéntricas, cadenas de rombos y largos triángulos profusamente decorados –asociados a elementos típicos de la Tradición Cultural Chiribiquete de las fases Ajaju y Guaviare/Guayabero– sugieren vínculos con algunos sitios de la sabana de Bogotá e, incluso, con descubrimientos recientes de paneles rocosos en Venezuela (Novoa, 2009 comunicación personal). Lo anterior riñe con la idea de que algunas manifestaciones pictóricas del altiplano oriental tienen solo relaciones claras con la etnia muisca, que aprovechó mucho de lo esbozado por antiguos pobladores y lo adaptó a sus propios simbolismos e interpretaciones. Caso parecido pudo haber ocurrido con los carijona en la serranía de Chiribiquete que, aun cuando llegaron siglos después de las primeras manifestaciones gráficas, pudieron haber seguido recreando sus propios requerimientos simbólicos a partir de elementos iconográficos encontrados, mateniendo en pie una tradición pictórica.
El profesor Reichel-Dolmatoff pudo revisar un gran conjunto de fotografías y resultados de la investigación y de las excavaciones que ya habíamos realizado a comienzos de los años 1990 en Chiribiquete. Un poco antes de su muerte, en nuestra última reunión, estaba sumamente entusiasmado con las imágenes de varios de los abrigos que le habíamos dejado. En ese momento me contó que había escrito en el año 60 algo sobre la influencia evidente entre la región de los muiscas del altiplano y las pinturas de color rojo y motivos geométricos que habían fotografiado los investigadores del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Bogotá, en la serranía de la Macarena, con motivo de las expediciones que habían realizado sobre ese macizo aislado de la cordillera, lo que claramente le había llamado enormemente la atención. En una cita sobre el tema hecha por él sobre los cacicazgos del altiplano, se había referido en el año 60 a que estas iconografías localizadas en el “Cerro de las pinturas”, en la confluencia de los ríos