Curso de sociología general 2. Pierre Bourdieu

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Curso de sociología general 2 - Pierre  Bourdieu Biblioteca clásica de siglo veintiuno

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existe, y existe como objetivación de un juicio universal.

      La cuestión es muy complicada porque, al mismo tiempo, además de la ley del interés bien comprendido, otra ley empuja a la allodoxia. Si digo que mi alter ego es el igual de alguien cuyo igual sé que de ningún modo soy, me igualo con aquel cuyo igual sé que no soy. Al plebiscitar mis distintos alter ego, mi interés, entonces, está en decir: “Él es el más grande, porque él soy yo”. La cosa funciona hasta cierto punto, como en Proust; si uno dice: “El salón de Mme. Verdurin está muy bien”, muestra que uno mismo no está muy bien ni muy alto; si dice: “X, de quien todo el mundo sabe que no está muy bien, está muy bien”, se juzga a sí mismo. El clasificador es clasificado por sus clasificaciones. Entonces, las listas son soluciones de compromiso entre el alter ego y lo inigualable. Se dirá “Dumézil, un valor seguro” –esto, para clasificar al clasificador: me clasifico al clasificar–, y al lado tenemos… Habrá que remitirse a la clasificación, no quiero decir nombres, lo que se percibiría como una maldad cuando en realidad es ciencia. (Si me ocupara de los nambikwara, a todo el mundo le parecería simpático, para nada etnocéntrico, humanista; pero como me ocupo de mis contemporáneos más cercanos, dan escalofríos especiales que no se producen cuando uno lee Tristes trópicos. Se estima que eso no es verdaderamente científico, pero yo creo que las personas cercanas, las contemporáneas, son mucho más complicadas de analizar; puedo decirlo porque hice las dos cosas). Así, existe interés, pero, pese a todo, hay límites: uno no puede, sin descalificarse, dar la sensación de no marcar la diferencia entre lo que es precisamente la apuesta del juego entero.

      La lista produce de resultas otro efecto simbólico no querido por nadie: comienza por Lévi-Strauss y sigue por Foucault, Lacan, etc. Si, para decirlo de algún modo, se la hubiera liberado por completo del efecto “el juez es juzgado por su juicio”, habría sido otra lista. Tengo en mente un conteo obtenido por la integración de los juicios en una situación más libre, en la que se pidieran ya no tres nombres, sino diez. Ahora bien, yo lo había previsto de inmediato: al pedir diez nombres, la dispersión es mayor, los grandes quedan más sumergidos, desaparecen porque hay más libertad. Con todo, se puede producir el efecto “de todos modos, sé juzgar, sé que el gran libro de la década es el de Fulano”; se hace eso para el primer nombre y después se pueden agregar nueve “amigotes”. “Amigotes” es un término inadecuado: se corre el riesgo de entender “se sostienen entre sí”, como si fuera un complot. Ahora bien, esto nada tiene que ver con un complot, ¡esas cosas se hacen con plena inocencia! Por lo demás, se trata de otra propiedad de esos universos: los golpes simbólicos funcionan tanto mejor cuanto más creen en ellos quienes los dan. Si fueran truquitos cínicos (“me gusta mucho Delacampagne, digo entonces que es el mayor filósofo contemporáneo”), perderían gran parte de su eficacia. De ahí el término allodoxia: en doxa hay creencia; lo creen, los desdichados…

      La próxima vez dedicaré cinco minutos a algo que mencioné muy rápidamente, la diferencia entre el juicio científico y el juicio nativo: el juicio científico sabe a partir de dónde se enuncia y, por ende, produce un punto que ya no está en el campo, cosa en la que creo profundamente. Retomaré esto e intentaré demostrar de qué manera este análisis reflexivo sobre la posición a partir de la cual produzco el discurso sobre las posiciones me hizo encontrar en el análisis del palmarés lo que no había visto en un primer momento. Una última cosa: el error de la muestra mal construida es muy banal en los sociólogos; si quiero estudiar a los escritores del siglo XIX, haré una lista y preguntaré qué es un escritor,

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