Curso de sociología general 2. Pierre Bourdieu
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De resultas, hay un efecto de ley, la vis formae:[63] estábamos ante un asunto informal –cuando de un almuerzo o de las relaciones entre X e Y se dice que son “informales”, se dice que no hay etiqueta, no hay código de deontología, que las reglas no están objetivadas–, mientras que aquí hay un efecto de forma. Creo que es muy importante comprender esto; por ejemplo, con respecto al efecto jurídico:[64] el efecto de forma es el tipo de efecto producido cuando algo se objetiva, se escribe, se publica, se hace público. Lo público es universal, oficial: no suscita vergüenza. Aquí, el hecho de que los periodistas puedan publicar sin vergüenza sus juicios es sorprendente e interesante. No podrían publicar la lista de los mejores matemáticos, sería una vergüenza… Que puedan publicarse como publicadores y aptos para juzgar es muy interesante. Las personas que respondieron, cuya lista se presenta, fueron elegidas como aptas para responder y se eligieron como dignas de responder, con mayor o menor hesitación. Hubo también personas que no respondieron[65] porque rechazaban el juego, rechazaban que se les otorgara legitimidad: hay ausencias sistemáticas que pueden señalarse sin dejos de parcialidad. Por ejemplo, uno de los mejores clasificados según los criterios internos al campo de producción para productores no respondió a un cuestionario destinado a elegir a los más eminentes. En otras palabras, esa serie de pequeñas decisiones individuales (“¿respondo o no?”; “tengo algunas reservas”; “espero quince días”; “¿la envío o no la envío?”; “¿cómo me eligieron?”, etc.) produce un sentido objetivo que tiene todos los efectos que yo describo.
Productores para productores y productores para no productores
Continúo un poco: ese palmarés enturbia la frontera entre el campo de producción restringida (el campo de producción para los productores) y el campo de producción ampliada (el campo de producción para los no productores). Está claro que se trata de subcampos dentro del campo de producción cultural y esta oposición vuelve a encontrarse dentro de cualquier campo de producción cultural; en la situación en que estamos, no es verdad en todos los campos: están los productores para productores (la poesía de vanguardia, etc.) y los productores para no productores, con, desde luego, todas las franjas intermedias. Si recuerdan lo que dije, las personas sobrerrepresentadas en la población de los electores y al mismo tiempo en el palmarés son quienes se sitúan en la zona que no es ni una ni otra cosa, metaxǘ (μεταξὺ, como dice Platón),[66] bastarda, y de los cuales no se sabe si son esto o aquello. El interés de los bastardos es legitimar la bastardía, hacer que desaparezca la distinción en cuyo nombre son bastardos. El interés inconsciente de las personas que están en la frontera del campo de producción restringida y el campo de producción para los no productores, esto es, los periodistas –el periodista es típicamente el que publica para el gran público–, consiste en decir “todos los gatos son pardos”, abolir la diákrisis (διάκρισις), el corte. Una de las apuestas de las luchas simbólicas en el mundo social es el principio de división, y la ortodoxia es el poder de decir: “Hay que ver esto aquí y esto allá”, “no confundan lo sagrado y lo profano, lo distinguido y lo vulgar”. Enturbiar las taxonomías o imponer una taxonomía que ya no diferencie las cosas que estaban diferenciadas es cambiar las relaciones de fuerza dentro del campo. Es cambiar la definición del campo (quién pertenece/quién no pertenece a él) y, de resultas, el principio de legitimación.
Ustedes notarán la dificultad que hay para describir esto: el análisis se torna forzosamente finalista. No hay que decir “quisieron esto”, “lucharon por”, “es una revolución”, “es una categoría dominada desde cierto punto de vista pero dominante desde otro aquella que ha tomado el poder con esa revolución que es la imposición de un palmarés”. No, hay que hablar de lo que yo llamo allodoxia (ἀλλοδοξία), conforme al Teeteto de Platón. Se ve a un tipo a lo lejos y alguien dice: “¿Quién es? ¿Teeteto? –No, era Sócrates”; se toma una cosa por otra.[67] El interés del concepto radica en indicar que nos equivocamos de buena fe. Es un error de percepción ligado a las categorías de percepción de quienes las utilizan: este no tiene suficiente potencia de discriminación y confunde cosas que una persona dotada de mayor agudeza visual diferencia. La allodoxia designa lo que le pasa a la gente que percibe cosas para las cuales carece de categorías, y a menudo carece de esas categorías porque no tiene interés en tenerlas. Pueden reunir todo lo que he dicho y decir que esas personas no quieren ver esta diferencia y, al mismo tiempo, no pueden verla. Es una ley social muy general: no se quiere lo que no se puede, no se puede lo que no se quiere. Cada uno, con toda inocencia, en su pequeño acto individual, va a contribuir a poner en el palmarés a Dumézil al lado de tal o cual escritor periodista.
La cuestión es muy complicada porque, al mismo tiempo, además de la ley del interés bien comprendido, otra ley empuja a la allodoxia. Si digo que mi alter ego es el igual de alguien cuyo igual sé que de ningún modo soy, me igualo con aquel cuyo igual sé que no soy. Al plebiscitar mis distintos alter ego, mi interés, entonces, está en decir: “Él es el más grande, porque él soy yo”. La cosa funciona hasta cierto punto, como en Proust; si uno dice: “El salón de Mme. Verdurin está muy bien”, muestra que uno mismo no está muy bien ni muy alto; si dice: “X, de quien todo el mundo sabe que no está muy bien, está muy bien”, se juzga a sí mismo. El clasificador es clasificado por sus clasificaciones. Entonces, las listas son soluciones de compromiso entre el alter ego y lo inigualable. Se dirá “Dumézil, un valor seguro” –esto, para clasificar al clasificador: me clasifico al clasificar–, y al lado tenemos… Habrá que remitirse a la clasificación, no quiero decir nombres, lo que se percibiría como una maldad cuando en realidad es ciencia. (Si me ocupara de los nambikwara, a todo el mundo le parecería simpático, para nada etnocéntrico, humanista; pero como me ocupo de mis contemporáneos más cercanos, dan escalofríos especiales que no se producen cuando uno lee Tristes trópicos. Se estima que eso no es verdaderamente científico, pero yo creo que las personas cercanas, las contemporáneas, son mucho más complicadas de analizar; puedo decirlo porque hice las dos cosas). Así, existe interés, pero, pese a todo, hay límites: uno no puede, sin descalificarse, dar la sensación de no marcar la diferencia entre lo que es precisamente la apuesta del juego entero.
La lista produce de resultas otro efecto simbólico no querido por nadie: comienza por Lévi-Strauss y sigue por Foucault, Lacan, etc. Si, para decirlo de algún modo, se la hubiera liberado por completo del efecto “el juez es juzgado por su juicio”, habría sido otra lista. Tengo en mente un conteo obtenido por la integración de los juicios en una situación más libre, en la que se pidieran ya no tres nombres, sino diez. Ahora bien, yo lo había previsto de inmediato: al pedir diez nombres, la dispersión es mayor, los grandes quedan más sumergidos, desaparecen porque hay más libertad. Con todo, se puede producir el efecto “de todos modos, sé juzgar, sé que el gran libro de la década es el de Fulano”; se hace eso para el primer nombre y después se pueden agregar nueve “amigotes”. “Amigotes” es un término inadecuado: se corre el riesgo de entender “se sostienen entre sí”, como si fuera un complot. Ahora bien, esto nada tiene que ver con un complot, ¡esas cosas se hacen con plena inocencia! Por lo demás, se trata de otra propiedad de esos universos: los golpes simbólicos funcionan tanto mejor cuanto más creen en ellos quienes los dan. Si fueran truquitos cínicos (“me gusta mucho Delacampagne, digo entonces que es el mayor filósofo contemporáneo”), perderían gran parte de su eficacia. De ahí el término allodoxia: en doxa hay creencia; lo creen, los desdichados…
La próxima vez dedicaré cinco minutos a algo que mencioné muy rápidamente, la diferencia entre el juicio científico y el juicio nativo: el juicio científico sabe a partir de dónde se enuncia y, por ende, produce un punto que ya no está en el campo, cosa en la que creo profundamente. Retomaré esto e intentaré demostrar de qué manera este análisis reflexivo sobre la posición a partir de la cual produzco el discurso sobre las posiciones me hizo encontrar en el análisis del palmarés lo que no había visto en un primer momento. Una última cosa: el error de la muestra mal construida es muy banal en los sociólogos; si quiero estudiar a los escritores del siglo XIX, haré una lista y preguntaré qué es un escritor,