Curso de sociología general 2. Pierre Bourdieu
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Segunda cuestión que puede plantearse: ¿a qué tipo de acciones sociales pertenece esa invención? Cuando lo pensamos, vemos que los semanarios, de preferencia culturales, muy a menudo recurren a lo que llamo “efecto de palmarés”: una cantidad considerable de artículos se presentan en forma de balances. Por ejemplo, el “balance de la década” publicado en La Quinzaine Littéraire[38] de enero de 1980 con el título “Todos los ensayos” es un documento muy interesante. Consiste en una serie de palmarés firmados por los autores de palmarés: vemos así a Catherine Clément[39] de Le Matin de Paris (que dice: El anti-Edipo, Conversaciones de Deleuze, Televisión de Lacan, etc.), y además a Max Gallo, Jean-Marie Rouart, Jean-Paul Enthoven, Jean-François Kahn, Robert Maggiori, Christian Delacampagne, etc. Diez nombres de personajes –esta es una de las apuestas de la descripción que voy a proponer– proponen simultáneamente su palmarés de las producciones intelectuales gracias a algo del todo arbitrario, 1980, que es una cifra redonda: “¿Qué pasó en los últimos diez años?”.
Un golpe de fuerza simbólico
Se sitúa en la misma clase [de acciones], con una forma relativamente más discreta, lo que podemos llamar “profecía del fin de los tiempos” o “profecía de los nuevos tiempos”: todas las proposiciones en que aparece la palabra “nuevo”, como “nuevo filósofo”, “nueva economía”, y asimismo “el fin del estructuralismo”, “el fin del marxismo”, “Marx ha muerto”, etc.[40] Esas proposiciones son muy interesantes desde un punto de vista sociológico porque se presentan como constataciones: “Es el fin de…”. Últimamente, así se anunció “el fin de las ciencias sociales”; tal vez sea eso lo que me despertó [risas en el auditorio]. Otra propiedad de esos procedimientos es la de actuar con mucha intensidad sobre quienes los producen. Creo que Catherine Clément (porque a menudo podemos remontarnos al origen del acto profético) fue la primera en decir “es el fin de las ciencias sociales”, y de inmediato la siguieron los otros profetas. Esta es una propiedad de campo: si Catherine Clément (da la casualidad de que es la primera en la lista) dice “es el fin de las ciencias sociales”, tenemos la certeza de que, algún tiempo después, Christian Delacampagne o Jean-Paul Enthoven también lo dirán. Esas proposiciones se presentan como constatativos. Se dice “las ciencias están terminadas” sin definir qué son las ciencias sociales.
Pero ¿esos constatativos no serán performativos que dicen “¡viva el fin de las ciencias sociales!” [risas en el auditorio], “las ciencias sociales al paredón, y los científicos (¡yo entre ellos!), también”? ¿Por qué esos performativos se disfrazan de constatativos? ¿Qué son esos golpes de fuerza? Una propiedad de los golpes de fuerza simbólicos es que se enmascaran. Es una de las propiedades de lo simbólico: la violencia simbólica es una violencia que se ejerce sin parecer tal. Por consiguiente, el hecho de que un performativo pueda tomar la apariencia de un constatativo es de extrema importancia. Pero ¿por qué puede tomar la apariencia de un constatativo? ¿Frente a quién? He hecho estos análisis cien veces y dudo de si repetirlos: cualquier autoridad simbólica –eso es lo que dicen, me parece, los teóricos de lo performativo– supone un espacio social dentro del cual ella funciona, supone campos dentro de los cuales esa autoridad se ha acumulado. Se dirá: “Esta gente nos informa y[, si pensamos que] nos informa, es porque está bien informada”. Por nuestra parte, podríamos decir: “Pero, en fin, ¿no es un performativo? ¿No toman sus deseos por realidades?” –cosa que es un reflejo muy higiénico–, aunque de inmediato nos achacarían ignorancia, tanto más, por ejemplo, cuanto más provincianos seamos (porque estamos lejos, no sabemos, y los informadores bien informados –es decir, parisinos– están ahí para decirnos de antemano –profecía– lo que todo el mundo sabe en los medios bien informados).
Acaso ustedes piensen que hago una polémica gratuita, pero el efecto es muy importante: detrás de ese tipo de enunciados de los cuales la prensa está colmada, puede haber un golpe de fuerza, un efecto de autoridad cuyo fundamento es preciso examinar. He descripto un poco el mecanismo: ¿qué quiere decir “bien informado”? ¿Y “bien informado” a los ojos de quién? Una paradoja del “bien informado” es que uno tendrá más posibilidades de ser visto como “bien informado” cuanto peor informada esté la gente a la cual se dirige (esta es una proposición general de la que enseguida van a ver en qué resulta cuando se la traslada a la política). El palmarés que aparece en Lire, cuyo jefe de redacción es Bernard Pivot, pasa por ser obra de gente “bien informada”. Pero ¿qué significa “bien informada”? ¿“Informada” sobre qué? Cuando dije “bien informada”, ustedes habrán pensado sin duda “bien informada sobre el tema en cuestión: el estado de las ciencias sociales, el estado de la filosofía”. Pero hay una segunda proposición: “bien informada” sobre la relación entre el informador informado y la cosa en cuestión, en otras palabras, “bien informada” sobre los intereses específicos del informador bien informado y sobre el interés que este tiene en presentarse como bien informado acerca de lo que está en juego. Las estrategias simbólicas del tipo de las que enuncio se ejercerán con más fuerza en la medida en que lleguen a personas alejadas del lugar de producción del mensaje y no solo de la información sobre la filosofía, sino también de la información sobre las condiciones en las cuales se producen las informaciones sobre la filosofía. En otras palabras, si uno no tiene amigos en el periodismo, está jodido.
Digo las cosas de manera brutal para que sean claras. Podemos pensar en la famosa frase sobre los augures romanos que no pueden mirarse sin reír.[41] Estos augures [los periodistas] no son muy graciosos, pero deberían ser incapaces de mirarse sin reír porque saben que hablan de libros que a menudo no han leído; por profesión, estatutariamente, no pueden leerlos. Podríamos hacer una analogía con la relación entre el sacerdote y el laico, a los que Weber dedicó muy buenos análisis de los que volveré a ocuparme: el efecto de cierre del campo, el efecto de esoterismo, el efecto de secreto (una de cuyas formas mecánicas es el numerus clausus), contribuye a producir las condiciones de eficacia simbólica de la acción de las personas pertenecientes a un campo relativamente autónomo sobre las personas excluidas del campo. Así, estamos en presencia de un problema de relación clérigo-laico: hay que preguntarse cuál es la posición en el campo de esos clérigos [los autores de los palmareses] y preguntarse si sus tomas de posición, que se presentan como universales, no son la universalización de los intereses particulares (esto es Marx). ¿La eficacia simbólica específica de esas tomas de posición de apariencia universal no obedece, primero, a su posición en el campo, y segundo, al hecho de que, como el campo tiende al cierre, la conexión entre la posición y la toma de posición que, por método, hay que suponer tan pronto como uno tiene en mente la noción de campo, no puede ser hecha [por el lector] y, en todo caso, no puede ser informada? Esto significa que el lector provinciano de Le Nouvel Observateur puede no tener sospecha alguna –esto es el efecto de autoridad–, o bien decirse que “hay algo oculto” (como se dice en el ejército: “Hay interés en decir eso cuando es uno quien lo dice”), pero entonces queda desarmado.
La sobrerrepresentación de las categorías vagas y la cuestión de la competencia
¿Qué hacer frente a ese palmarés reproducido en la radio (“1º Lévi- Strauss, 2º Aron, 3º Foucault”, y así sucesivamente)? ¿Hay que criticarlo? ¿Ustedes esperan que yo diga: “No está bien, Fulano no debe estar tercero”? [risas en el auditorio]. No, hay que estudiar las condiciones sociales de producción de ese palmarés. Lo que este oculta, lo que está tácitamente incluido en las condiciones ocultas de su producción. En la revista nos dan el palmarés y por otra parte