Curso de sociología general 2. Pierre Bourdieu
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Lo que voy a presentar ahora es la continuación de mis análisis [del año pasado]. Voy a recordar muy brevemente su línea sin entrar en detalles. En un primer momento, explicité los usos teóricos de la noción de habitus. Intenté exponer en qué aspecto esta noción permite escapar a varias alternativas filosóficas tradicionales, en especial la alternativa entre el mecanicismo y el finalismo, que me parecen funestas desde el punto de vista de un análisis realista de la acción social. En un segundo momento, tras indicar que las nociones inseparables de habitus y campo debían funcionar como un par, comencé a analizar la noción de campo, entendido como espacio de posiciones. Insisto un segundo en la relación entre habitus y campo para disipar cierto tipo de equívocos que me parecen muy peligrosos. Quienes me leen o utilizan conceptos como habitus o campo tienden a disociar estos dos conceptos. Por ejemplo, cuando se trata de explicar una práctica (el hecho de mandar a los hijos a tal o cual escuela, el de cumplir una u otra práctica religiosa, etc.), los sociólogos tienden a dividirse –más inconsciente que conscientemente– entre quienes pondrán el acento sobre lo que está ligado a la trayectoria, a las condiciones sociales de producción del productor de la práctica –es decir, el habitus– y quienes pondrán el acento sobre lo que está vinculado a lo que podemos llamar “situación” –aunque el año pasado demostré que era una palabra inadecuada–, lo que está ligado al campo como espacio de relaciones que imponen una serie de coacciones en el momento en que se efectúa la acción.
Por ejemplo, el análisis que hice un momento atrás acerca de la relación pedagógica ponía más el acento sobre el campo que sobre mis propiedades, mientras que, para dar cuenta plenamente de mis angustias y vacilaciones, habría que tomar en cuenta la situación tal como la analicé y las propiedades asociadas a mi trayectoria, a las condiciones sociales de mi producción, etc. Según los objetos, los momentos y las inclinaciones intelectuales de los distintos productores de discursos sociológicos, puede tenderse a poner el acento sobre uno u otro, cuando en realidad lo que está en cuestión en cada acción –ese era el principio inicial de mis análisis– es siempre la relación entre, por un lado, el agente socialmente constituido por su experiencia social, por la posición que ocupa en el espacio social, y dotado de una serie de propiedades constantes –disposiciones, inclinaciones, preferencias, gustos, etc.–, y, por otro, un espacio social en el cual esas disposiciones encontrarán sus condiciones sociales de efectuación. Desde la perspectiva que propongo, la acción en un sentido muy lato (que puede ser tanto la formulación de una opinión como la producción de un discurso o la realización de una acción) siempre es producto de la efectuación de dos potencialidades, dos sistemas de virtualidades: por un lado, las virtualidades ligadas al productor, por otro, las potencialidades inscriptas en la acción, la situación, el espacio social. Esto quiere decir que en cada uno de nosotros hay potencialidades que quizá nunca se revelen, porque jamás encontrarán sus condiciones sociales de efectuación, el campo en el cual podrían efectuarse. Así, por ejemplo, lo demuestran los escritos sobre la guerra de 1914, que fue una suerte de conmoción colectiva sobre la cual los escritores de la década de 1920 no dejaron de reflexionar: una situación como la guerra es la oportunidad de revelación de potencialidades que, sin ella, habrían quedado sepultadas en las disposiciones de los agentes. Y uno de los estupores provocados por las situaciones de crisis obedece al efecto de revelación que pueden tener al inducir o autorizar la expresión, la revelación de potencialidades ocultas, debido a que estaban previamente reprimidas por las situaciones corrientes.
Veamos un ejemplo que aclara esa relación y también muestra que pensar de manera profundamente relacional –como el habitus y el campo son sistemas de relaciones, cada acción es una puesta en relación de dos sistemas de relaciones– lleva a pensar en la lógica de la variación imaginaria: si tal sistema de disposiciones produce tal efecto en tal campo, podemos preguntarnos qué efecto habría producido en tal otro campo y proceder a distintos tipos de experimentos. Los manuales repiten que la sociología y la historia no pueden hacer experimentos, pero la posibilidad de una cuasi experimentación se ofrece de manera constante; cabe muy bien imaginar que se procede por variación imaginaria, como decía Husserl, pero sobre la base de experiencias reales.[11] Así, podemos preguntarnos cómo se ponen de manifiesto las disposiciones del intelectual advenedizo de primera generación en el campo intelectual francés en 1984, cómo se manifestaban en un campo dotado de otra estructura en la década de 1830, cómo se manifestaban en el campo artístico y el campo literario, cómo se manifiestan actualmente en Francia y en China comunista. Por ende, tenemos la posibilidad de hacer que, con los campos de referencia, varíen las posibilidades de actualización de habitus supuestamente constantes. Esto equivale a atribuir un sentido fuerte a la fórmula de Durkheim que asociaba la sociología al método comparativo.[12] La experimentación del sociólogo es el método comparativo. Evidentemente, la puesta en práctica de este método comparativo adoptó formas muy diferentes: Max Weber, por ejemplo, no podía escribir una frase sin agregar de inmediato “pero entre los griegos [o entre los] fenicios… pero entre los australianos… pero entre los bambaras”, mientras que, en Durkheim, el modo de variación privilegiado era en verdad más estadístico.[13] Sin embargo, la intención fundamental –forma parte del corpus común que mencioné al comenzar– es profundamente la misma. Solo que, habida cuenta de los límites de las capacidades humanas, se actualiza de manera diferente según las competencias específicas de los productores de sociología.
Sistema, campo y subcampos
La relación entre el habitus y el campo es una cuestión fundamental, incluso si, por las necesidades de la exposición, [el año pasado] me fue indispensable proceder por etapas y analizar en primer lugar lo que compete al habitus y luego lo que compete al campo, para más tarde exponer cómo funcionan ambos. En efecto, tras plantear esta relación fundamental entre habitus y campo, pasé al análisis de las funciones científicas cumplidas por la noción de habitus, y los problemas que esta permite plantear. A continuación, traté la noción de campo. Intenté presentar sus propiedades, procediendo de la misma forma que en el caso de la noción de habitus: expuse las funciones teóricas que desempeña, los problemas que permite plantear y los falsos problemas cuya desaparición posibilita. Recordaré y especificaré un poco la definición provisoria de la noción a la cual llegué entonces, y la conectaré con lo que voy a decir este año.
Definí el campo como un espacio de posiciones, cuestión que ya mismo querría aclarar en un intento por demostrar la diferencia entre campo y sistema. Este desarrollo merecería mucho tiempo, pero, como no es central desde el punto de vista de mi análisis, voy a atenerme a lo que puede ser útil para algunos de ustedes, habida cuenta de que en sociología hay una corriente que se inspira en la teoría de los sistemas para pensar el mundo social, y que extrapola al mundo social el pensamiento en términos de teoría de los sistemas,[14] con el peligro fundamental, a mi juicio, del organicismo incluido en esa teoría y en cualquier transferencia de modos de pensamiento inspirados, en sentido lato, por la biología (los efectos de autorregulación, de homeostasis y demás).
Hablar de campo es pensar el mundo social como un espacio cuyos diferentes elementos no pueden pensarse al margen de su posición en ese espacio. Por ende, el espacio social se definirá como el universo de relaciones dentro de las cuales se definirán todas las posiciones sociales. Para dar una idea simple de lo que entiendo por esto, podríamos decir que la cuestión que se le planteará al sociólogo que estudia un universo social (el universo del periodismo, de la medicina, de la universidad, etc.) será la de construir el espacio de relaciones donde estén definidas las posiciones ocupadas por cada uno de los agentes o las instituciones consideradas. De inmediato, una cuestión que plantean los usuarios de la noción de campo –y que yo no planteé el año pasado– es la de los límites de los campos y las condiciones en las cuales esos campos pueden definirse en concreto. Por lo demás, la práctica misma impone esa cuestión. Por ejemplo, el año pasado hablé de un campo literario, pero a veces también de un campo de producción cultural en el cual englobaba, además de los escritores, a los periodistas, los críticos, etc. Además,