Curso de sociología general 2. Pierre Bourdieu
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No tengo el número de Lire –espero que puedan conseguirlo–, pero intento describirlo. Está el palmarés con fotos y biografías de los cinco primeros, a continuación la lista y luego comentarios producidos por los productores del cuestionario: los inventores de la técnica, por lo tanto. A la pregunta “¿Sartre sigue ahí?”, dicen que no saben cómo responder, que es una lástima o que, si hubiera uno, sería más bien Fulano. Esos comentarios parecen desprenderse del palmarés, pero ya sería un buen reflejo preguntarse si no son los principios inconscientes de producción del palmarés. Y en un rincón, bien al final, se indica la lista de las cuatrocientas cuarenta y ocho personas interrogadas.
Si esas personas se mencionan por su nombre, no es por una intención científica (no es para que Bourdieu pueda hacer el análisis…), es porque esa gente merece ser mencionada: son personas cuyo nombre es relevante, y por eso se las ha interrogado y están legitimadas para dar su opinión sobre la cuestión. Se las ha elegido por sus nombres propios: por consiguiente, se les devuelven sus nombres. En esta restitución hay incluso una jerarquía. Las personas cuyo nombre es muy importante tienen derecho a la cita de los considerandos de sus respuestas. Leemos: “Yves Montand –¡el pobre! [risas en el auditorio]– nos dice que se sintió muy turbado” (invento… para no citar los ejemplos verdaderos que ustedes encontrarán… [risas en el auditorio]). Su respuesta es muy interesante porque roza una cuestión importante: “Pero ¿con qué derecho [puedo juzgar]?”.[43] Si se le pregunta, es porque se le otorga el derecho [a juzgar]: solo se le hace una pregunta a alguien si se le otorga el derecho a dar una respuesta. Yves Montand se siente legitimado porque se le ha hecho la pregunta, pero eso le plantea un sacrosanto problema porque, a la vez que está legitimado, no cree tener la competencia –la palabra “competencia” es interesante: es una palabra jurídica–, no se siente competente, es decir, no solo capaz (“capacidad”), sino estatutariamente fundado para responder, ya que tiene derecho a responder y, por lo tanto, está legitimado para juzgar.
Esa es la cuestión fundamental: ¿quién está investido del derecho a juzgar en materia de desempeño intelectual? Lire da la lista de las personas que respondieron y, en el caso de los más eminentes, los considerandos, y –aquí es donde me parece que la sociología produce sus efectos– de hecho la cuestión que el palmarés planteaba tácitamente era la siguiente: ¿quién es el juez en materia de producción intelectual? ¿Quién tiene derecho a juzgar? ¿Quién está justificado para juzgar? Lire da la lista de los elegidos y la lista de los electores. Para comprender el principio de selección implementado en la lista de los elegidos, hay que buscar el principio de selección implementado en la lista de los electores. Los electores fueron elegidos según un principio no enunciado que se reproduce de manera inconsciente en la lista de los elegidos. Miremos la lista de los electores, a quienes se clasifica por categorías: “escritores”, “escritores-profesores” o “universitarios”, “escritores-periodistas” y “periodistas”.
Cuando se observan las listas, sorprende la vaguedad de las taxonomías. Por ejemplo, hay gente incluida entre los “periodistas”, cuando, en nombre de los criterios que llevaron a clasificar a otros entre los escritores, podrían haber sido escritores. Así, Max Gallo está entre los periodistas, mientras que Madeleine Chapsal está con los escritores.[44] No quiero ser hiriente con uno ni con otra, no juzgo. Otro ejemplo: a Jean Cau, Jean Daniel, Jean-Marie Domenach, Paul Guth y Pierre Nora se los considera “periodistas”. Están junto a Jean Farran, Jacques Godet y Louis Pauwels, lo que no debe de ser muy placentero para algunos de ellos. Y entre los “escritores” encontramos a gente como Madeleine Chapsal, Max Gallo, Jacques Lanzmann, Bernard-Henri Lévy, Roger Stéphane. Hay ahí una fluctuación típica de las categorías. Un sociólogo procedería de otro modo, decidiría tomar un indicador objetivo del grado de participación en el periodismo: la frecuencia de aparición en una cantidad precisa de diarios o el hecho de ser contratado por un diario –este sería un mejor criterio–, los ingresos promedio obtenidos con el periodismo, etc. Aquí, la taxonomía es vaga y es manifiesto que, en opinión de Lire, todos los escritores son periodistas y todos los periodistas son escritores. Lo mismo para los escritores-profesores:[45] personas que manifiestamente escriben mucho en los diarios están categorizadas como escritores-profesores, mientras que otras que ya no escriben en los diarios aparecen entre los periodistas.
La vaguedad de las taxonomías lleva a una lista tal que, en una alta proporción de la gente (más de la mitad), la distinción periodista/escritor es inválida. En el detalle, casi la mitad de la lista está constituida por personas a quienes, en verdad, no puede categorizarse como periodistas, escritores o profesores. Estamos en el rango de lo metaxǘ,[46] lo intermedio, lo vago, es decir, de la frontera. En gran medida, el cuerpo de jueces se reclutó entre personas que tienen por propiedad escapar a una categorización simple. Antes de comenzar la lista de los periodistas, los redactores de la revista indican: “Debe señalarse que muchos periodistas son también escritores”. No lo dicen en el caso de los escritores, lo cual indica que hay una jerarquía: estiman que unas cuantas personas incluidas entre los periodistas pueden sentirse ofendidas por estar en esa categoría, que los redactores reconocen tácitamente como inferior por el hecho de hacer esa advertencia. Las categorías, por lo tanto, son vagas y hay una sobrerrepresentación de las personas que tienen propiedades completamente indeterminadas.
Ahora, basta con poner en relación el palmarés tal como me he limitado a mencionarlo hace un momento y el cuerpo de los jueces para comprender el principio de ese palmarés –si lo leen, creo que se convencerán–, que es tener un sesgo en favor de los periodistas-escritores. En concreto, los escritores-periodistas están sobrerrepresentados, como si el principio del palmarés hubiera sido una suerte de cota de popularidad –como se dice en el ejército–, una suerte de prejuicio favorable en beneficio de los más periodistas entre los escritores o los más escritores entre los periodistas. Dicho esto, no es tan simple: con Lévi-Strauss no hay equívocos.
Instituir a los jueces
Para entender el procedimiento hay en primer lugar algo importante desde la perspectiva de la filosofía social, y es que las técnicas sociales pueden ser invenciones sin sujeto: si se necesitan horas para desmontar lo que se ha emprendido con ese palmarés, se debe en gran parte a que se trata de una invención infinitamente más inteligente que la suma de todas las inteligencias individuales, y en esto el sujeto del emprendimiento es un campo. El campo de los periodistas –y aquí voy al final del análisis antes de desplegar todos los considerandos– inventa esa institución, por trasposición o transferencia de una técnica análoga que los políticos utilizan de manera habitual; pero cuando se trata de políticos, uno está afuera. Cuando se es intelectual, se está en el mismo universo, se es juez y parte sin que así parezca (en todo caso, uno querría ser parte y, por lo tanto, juez). En virtud de la transferencia de una técnica utilizada en otro lado, los que se manifiestan en los efectos de campo son los intereses colectivos, pero no, de ninguna manera, en el sentido en que se habla de “intereses colectivos” en los sindicatos, jamás son la sumatoria de intereses. El palmarés es un palmarés, pero de manera colectiva; expresa una colectividad. Simplemente, el efecto simbólico de ese palmarés obedece al hecho de que la colectividad expresada no es la percibida por los receptores. En efecto, el palmarés se presenta como universal: “Son los cuarenta mejores escritores”; léase: “(tal como lo juzgan los escritores mismos)”. Es un juicio que se presenta como producto de una autoselección autónoma del campo intelectual, mientras que el análisis de los votantes pone de relieve que el cuerpo de votantes está dominado por personas que, precisamente, son sujetos de palmarés; está dominado por las personas cuyo rol social consiste en hacer los palmareses. Si se leen los detalles, se descubre que los autores mismos de la encuesta dicen que quisieron pedir el consejo de personas que tienen poder, que son influyentes en el campo. Voy a citar la frase: “Hombres y mujeres que por su actividad profesional misma ejercen influencia sobre el movimiento