Voces al margen: mujeres en la filosofía, la cultura y el arte. Diana Erika Ibarra Soto

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Voces al margen: mujeres en la filosofía, la cultura y el arte - Diana Erika Ibarra Soto

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de ser afirmada por el matrimonio es y ha sido un prejuicio recurrente. Apuleyo así la retrata. La mujer espera el matrimonio y su propósito de vida se cumple con esta unión. No hay una misión propia, un plan de vida, un objetivo personal, sino que se está a merced de la voluntad de un tercero.

      Este creo que ha sido uno de los grandes cambios de nuestra época. Las mujeres tenemos sentido más allá de un contrato de reproducción. No, el matrimonio no es un error. A diferencia de la interpretación de Simone de Beauvoir, Shulmith Firestone o Betty Friedan, el matrimonio es una legitima vocación de vida, pero no es la única. Quizá ahora estemos presenciando la posición contraria del péndulo y el matrimonio o la maternidad son vistos como limitantes, frutos de una tradición patriarcal, lo cual tampoco tendría que ser cierto, pero ante la innegable estrechez de miras que condena al llanto a aquella que no es afirmada por una pareja, se entiende la rebelión. Hay que reflexionar si esa dinámica no es vigente todavía al momento de no saber qué hacer con la invitación a una boda y no tener pareja, o sentir la presión del casamiento cuando dentro de los pares las otras amigas ya se han casado. Llegando incluso a cuestionar la propia valía cuando la persona en soltería se pregunta si hay algo mal en sí misma. En una conferencia, que en lo personal considero que es clave para entender el feminismo, Chimamanda Ngozi Adichie, pertinentemente comenta:

      Psique llora, porque al no estar casada su existencia no tiene sentido. Piénsese en la cantidad de veces que preguntamos por qué alguien no está casada y la vemos con pesar o lástima, incluso hay quien se atreve a preguntar: “¿Y por qué no estás casada?”. Como si se tuviera la atribución sobre la vida personalísima de cada ser humano. La soltería o la vida de casada merecen igual reconocimiento y optar por la primera es una opción no sólo válida sino buena, no importando si tiene detrás una motivación laboral, artística o religiosa. La vocación de la soltería existe y merece un reconocimiento social.

      No obstante, la historia de Psique y Eros terminará de manera distinta: su padre, agobiado por el infortunio, acude al oráculo de Mileto a solicitar su intervención para conocer cuál es la razón de tal desventura, encontrándose con una profecía de funestos acontecimientos:

      Sobre una roca de alta montaña, instala, ¡oh Rey!, un tálamo fúnebre y en él a tu hija ataviada con ricas galas. No esperes un yerno de estirpe mortal, sino un monstruo cruel con la ferocidad de la víbora, un monstruo que tiene alas y vuela por el éter, que siembra desazón en todas partes, que lo destruye todo metódicamente a sangre y fuego, ante quien tiembla el mismo Júpiter, se acobardan atemorizadas las divinidades y retroceden horrorizados los ríos infernales y las tinieblas del Estigio (IV, 33).

      El destino del amor o el amor como destino

      Los padres no harán otra cosa más que cumplir los designios. Pasivos, cumplen las instrucciones y Psique es dejada a su suerte en una roca. Por sencilla que parezca esta idea, todavía sorprende a la mente de quien espera el amor romántico. En este punto del mito, Psique es pasiva, se deja conducir, está resignada. Este esquema lo veo una y otra vez, incluso las parejas en las que el noviazgo resulta una verdadera tortura, se casan, “porque es lo esperado”, “porque es lo que sigue”, porque se busca esa validación social. Quizá la cultura griega tenía una visión del destino distinta, por más que se esfuercen los humanos, el hado está ahí. Testigo de ello es Edipo. Los contemporáneos en apariencia hemos adoptado una postura más libertaria asumiendo un protagonismo en nuestras decisiones, y sin embargo aceptamos el destino y lo seguimos, ese camino: estudio, trabajo, matrimonio, en tantos casos se sigue por inercia, sin convicción. El matrimonio se sigue percibiendo con un destino, y la falta de él una maldición. De ahí las palabras de Antígona: “Y ahora voy, maldecida, sin casar, a compartir en otros sitios su morada. ¡Ay, hermano, qué desgraciadas bodas obtuviste: tú, muerto, mi vida arruinaste hasta la muerte!” (Sófocles, 2000: 866-871).

      El amor romántico en este sentido ofrece una novedad. El matrimonio, por siglos fue un contrato, en las más de las ocasiones elaborado por terceros. Aquí el mito ofrece un aspecto distinto. Psique se une a Eros en una ceremonia aparentemente ilegal y se enamora de su esposo, al punto de vivir innumerables penurias por amor. En este sentido son interesantes las palabras de Anthony Giddens: “El amor romántico presupone que se puede establecer un lazo emocional duradero con el otro sobre la base de unas cualidades intrínsecas en este mismo vínculo. Es el precursor de la ‘pura relación’, aunque esté en tensión con ella también” (1998: 4). Empezamos a ver que en la historia de Psique no todos son desaciertos, o al menos, continuando con la idea de Giddens, hay elementos de tensión. El amor de Psique es libre, se da por que se quiere, no se obliga. Quizá Psique entra a la morada de Eros taciturna o temerosa, fruto de un sacrificio aceptado por su padre, pero permanece ahí por decisión y se enamora, tan genuino es el sentimiento, que estará dispuesta a perder la propia vida con tal de mantenerle. Tensiones, pues esa misma libertad, la condena.

      Él proveedor, ella una bella esposa obediente

      Eros al ser un dios o un ente masculino en la esfera pública, sabe lo que pasa fuera de ese “nido de amor”. Las hermanas de Psique la quieren embaucar para trastocar su feliz estado. Ante esta situación Eros la advierte. Si bien las palabras que elige Eros son de amabilidad como “consejo”, sin embargo, en la traducción al español se distinguen, “instruye”, y ella “suplica”, “arranca consentimiento”, lo que ratifica orden vertical en la pareja.

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