Voces al margen: mujeres en la filosofía, la cultura y el arte. Diana Erika Ibarra Soto

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Voces al margen: mujeres en la filosofía, la cultura y el arte - Diana Erika Ibarra Soto

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Una vez más esta masculinidad poseedora es un monstruo, una bestia insaciable, que devora para reconfigurarse en un futuro momento salvador (Bacchilega, 2010).[8] Conozco mujeres que siguen afirmando: “Los hombres sólo quieren una cosa, y cuando lo obtienen se van”. Qué pobre visión de la masculinidad, se les niega razón, autodominio y conciencia.

      Más tarde en el mito, al encontrarse Venus con Ceres y Juno, reclama su ayuda para castigar a la joven amante. Ellas dicen, aludiendo a la juventud de su hijo Eros, que tal hermosura motiva a que entienda la necesidad del amor, e incluso preguntan:

      ¿Qué dios, qué mortal podría tolerar que tú sigas sembrando pasiones por el mundo cuando en tu propia casa prohíbes el amor a los Amores y les cierras una escuela que está abierta para todos: la del mundo femenino y sus debilidades (Alpuleyo, V, 31).

      Esas debilidades son condición humana, no femenina, pero tal pareciera que el sexo masculino, dioses y hombres, no pueden más que caer ante la pasión de una mujer hermosa. Piénsese en la violencia que esto supone. Por una parte, asigna bestialidad a los hombres al ser incapaces de contenerse, fruto de la belleza contemplada, por otra impone un ideal de belleza, ligando la realización en cuanto a mujer, a ella, no da espacio a las variantes de edad, condición de salud o física.

      Lo grave en este sentido es que si los hombres, en este caso el dios, son incontrolables bestias que obedecen sus instintos, entonces no son responsables de los actos que comenten en ese estado. El “crimen por honor”, el “estado temporal de locura”, la interpretación animalista del instituto sexual excusa los crímenes sexuales, como el rapto, la violación o el acoso aludiendo falsamente a una naturaleza masculina incontrolable. No, los hombres pueden y deben contenerse, son tan racionales como las mujeres, o pasionales, según se quiera ver. Razón y pasión juegan en lo humano, pero es precisamente lo humano lo que permite el juego entre ambas potencias y no la rendición de lo uno a lo otro.

      En la historia Eros tiene razón, Psique se equivoca y lo paga con creces, no debió de haber roto el trato con su esposo. Eros no es un monstruo, es un dios hermoso y joven. Psique se enamora del amor (Alpuleyo, V, 23). Ante su incredulidad y búsqueda de afirmación acerca la lámpara que tiene en la mano y una gota de aceite cae sobre el cuerpo de Eros. Stilla Olei Ardentis, la indiscreta delatora de su transgresión. Eros, al verse expuesto, guarda silencio y emprende el vuelo. Más tarde viene el reclamo, se acerca y espeta: “Pero tus insignes asesoras me van a pagar en seguida el precio de sus perniciosas lecciones. En cuanto a ti, me daré por satisfecho con dejarte” (Alpuleyo, V, 24).

      El suicidio por amor: with or without you

      Ante el abandono, Psique decide por la muerte, no le importa la vida que lleva en el vientre ni la angustia de sus padres: “Psique corrió hacia el río inmediato y se tiró al agua de cabeza” (Alpuleyo, V, 25). La princesa no tiene un plan de vida propia lejos de ser la “esposa de”. Este evento, precedido de las lagrimas que derramaba ante la falta de pareja nos lleva a la hipótesis de si sería lo mismo “este” que “aquel”. “Este” era un dios, lo que quizá agrava la pena, pero lo cierto es que Psique no sabe estar sola. Se hace cargo de su error al traicionar la palabra dada, pero eso también lleva la atención de si así se debe obedecer cualquier cosa por amor. El motivo de la duda tenía fundamentos, ella no conocía la cara de su marido ni su identidad. Su disposición se esperaba que fuera absoluta, no questions ask. La expresión “el amor es ciego” cobra un nuevo significado, Psique no había visto a su amante esposo. ¿Realmente no tenía que haberle visto? ¿No tenía que preguntar más datos sobre él? ¿No tenía el derecho se saber con quién tenía sexo para ejercer un consentimiento real? ¿Es acaso la desobediencia de Psique el gran error que comete en el mito? Quizá sea la moraleja de Apuleyo, pero yo lo leo de un modo distinto: es gracias a la desobediencia que, no lo niego, por medio de un doloroso camino, Psique puede alcanzar la inmortalidad, una que involucre la conciencia de lo que implica amar y a quién se ama. La inmortalidad se la gana ella, no sólo es una dádiva por intervención de Eros. Si fuera así, ¿por qué no dársela desde el primer momento? Pero para este punto tuvo que pasar un camino arduo.

      El amor duele

      “Impaciencia, indecisión, audacia, inquietud, desconfianza, cólera y, lo que es el colmo, odia al monstruo y ama al marido, aunque constituyen la misma unidad física” (Alpuleyo, V, 21). Así es como describe Apuleyo el estado de Psique al no saber quién era su marido. La tortura interna, la autorrecriminación se abren puerta en el mito después, en la soledad. La desazón en el amor, el querer y odiar al mismo tiempo a una mítica figura, ya sea producto de una idea fantasmática, ya sea por inconsistencia en el actuar. Psique no sabía quién era su marido, quizá lo idealizaba y la realidad superó su imaginación. Estos vaivenes sentimentales son populares. Se ama y se odia, con poco espacio de por medio. Quizá de ahí las fuertes palabras de Shulamith Firestone:

      Quizá una de las principales afecciones del amor romántico es que en él se cifra una gran expectativa de felicidad. ¿Qué no hay otras? Esto puede generar la idea del amor como trampa. El amor duele, probablemente por las expectativas tan altas que se tienen de él; es un sentimiento sublime, pero el sentido de la vida no debe centrarse únicamente en él. Si el único indicador de validación personal es el amor, entonces, al no lograrlo, el sentimiento de fracaso resulta comprensible. Y que hay de las vidas que no poseen un amor romántico, pero sí de filia (hermandad), ágape (virtud) o storge (familia), ¿estos amores no sirven para una vida lograda? El error no subyace en vivir un amor romántico, sino sólo en resumir la vida cara a un amor romántico.

      Pero este no es el único mal, sino que frecuentemente, al crear un sentido de dependencia se ejerce una dinámica de poder. Al depender del amado, se cede el control de la propia vida. Nada más sano que un amor trasparente e incondicional. Te amo porque lo decido, no porque te necesite, de lo contrario la verticalidad se hace presente, y con ella los chantajes, las amenazas o celos. Amar porque me aman implica una lógica de mal entendida reciprocidad. El amor debe ser un regalo incondicional en donde sólo la persona es responsable de su sentimiento. Amo porque decido amar. El amor no me hace feliz, soy feliz cuando amo, cuando decido “yo” entregar mi amor, pues es en esa única forma que amar se vuelve protagónico en la vida, pero no dependiente.

      Sí, esto no niega la posibilidad del dolor, pero sí de la dependencia, pues aun en el desamor sería la persona amante quien se hace responsable de su propia vida. Una vez más la reflexión de Eva Illouz resulta clarificante:

      Quizá en los tiempos actuales somos diferentes a Psique; ella se hizo cargo sola de su dolor, quizá no de la mejor manera, pero al menos fue suyo. Ahora la culpa de las fracturas en el alma se las endilgamos siempre a alguien más.

      Al fallar el amor Psique vaga, y en su errar opta por la venganza. Engaña a sus dos hermanas, haciéndoles creer que Eros, ante la falla que ella ha cometido, las ha preferido a ellas, una a una se lanzan de la roca, de la que alguna vez Céfiro sustrajo a Psique, pero ellas sólo encuentran el suelo, muriendo desgarradas a causa de su envidia. Psique busca a Eros y huye de Venus tratando de evitar el original castigo, en su camino solicita la ayuda de Pan (Alpuleyo, V, 25), Juno (Alpuleyo, VI, 4) y Ceres

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