Tiempo pasado. Lee Child
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Читать онлайн книгу Tiempo pasado - Lee Child страница 19
—¿Por qué está ahí?
—Alguien falló al tirarlo al cesto. Quizás rebotó en el borde, y salió rodando. Pasa todo el tiempo. A las empleadas no les importa.
—Vuelve a tu tumbona, Shorty —dijo ella.
Él volvió.
Un largo minuto después ella se le sumó.
—¿Qué hice? —dijo él.
—Es lo que no hiciste —dijo ella.
—¿Qué no hice?
—No pensaste —dijo ella—. Mark nos dijo que esta es hasta ahora la primera habitación que reacondicionaron. Dijo que de hecho la acababan de terminar. Nos pidió que le hiciéramos el honor de ser sus primeros huéspedes. Así que ¿por qué hay adentro un bastoncillo usado?
Shorty asintió. Despacio pero seguro. Dijo:
—La historia de lo de su coche fue rara, también. Peter debe ser una especie de saboteador. ¿Cuándo lo van a entender?
—¿Por qué mentirían con respecto a la habitación?
—Quizás no mintieron. Quizás un pintor usó el bastoncillo. Para retocar una marca de último minuto en la tintura de la madera. Eso pasa, también. Quizás cuando llevaron adentro los muebles. Difícil de evitar.
—¿Ahora crees que está todo bien con ellos?
—Con lo del coche, no. Si el de ellos no arrancaba esta mañana, ¿por qué no habían llamado todavía al mecánico?
—El teléfono no funcionaba.
—Quizás sí en ese momento. Quizás sí a primera hora de la mañana. Nos podríamos haber sumado. Podríamos haber dividido el recargo que cobran por venir hasta aquí. Eso lo habría vuelto más razonable.
—Shorty, olvídate del recargo que cobran por venir hasta aquí, ¿vale? Esto es más importante. Se están comportando de manera rara.
—Yo te dije eso al principio.
—Pensé que simplemente no te caían bien.
—Por una razón.
—¿Qué vamos a hacer?
Shorty miró alrededor. Primero a la entrada al camino entre los árboles, y después al espacio de carga del Honda muerto, donde la maleta hacía presión sobre los amortiguadores.
—No sé —dijo él—. Quizás podríamos remolcar el auto con un quad. Quizás tienen las llaves puestas. O están en algún gancho adentro del granero.
—No podemos robar un quad.
—No sería robar. Sería tomar prestado. Podríamos remolcar el coche tres kilómetros hasta la carretera, y después traer el quad de vuelta hasta aquí.
—¿Después qué? Lo único que tendríamos sería un coche muerto en el borde de la carretera.
—Quizás podría pasar alguien que lo remolque. O podríamos conseguir cualquier tipo de transporte y olvidarnos del coche. Antes o después el condado va a venir y lo va a tirar.
—¿Tenemos una soga para remolcar?
—Quizás hay una en el granero.
—No creo que un quad sea lo suficientemente potente.
—Podríamos usar dos. Como remolcadores tirando de un transatlántico a la entrada del puerto.
—Eso es una locura —dijo Patty.
—Vale, quizás podríamos usar un quad para cargar solo la maleta.
—¿Quieres decir arrastrarla?
—Creo que tienen una plataforma en la parte de atrás.
—Demasiado pequeña.
—Entonces podríamos acomodarla entre el depósito de gasolina y el manubrio.
—No les va a gustar que dejemos el coche aquí.
—Qué lástima.
—¿Tienes idea al menos de cómo se conduce un quad?
—No puede ser tan difícil. Vamos a necesitar ir despacio, de todos modos. Y no nos podríamos caer. No como en una moto común.
—Es una posibilidad —dijo Patty—. Supongo.
—Esperemos hasta después de la cena —dijo Shorty—. Quizás haya línea otra vez y aparezca el mecánico y todo se resuelva bien. Si no, echamos un vistazo en el granero cuando esté oscuro. ¿Vale?
Patty no respondió. Se quedaron donde estaban, entregados en las tumbonas, manteniendo el sol bajo en sus rostros. Dejaron la puerta de la habitación bien abierta.
A cincuenta metros de distancia en el centro de comandos en la habitación de atrás, Mark preguntó:
—¿A quién se le pasó por alto el bastoncillo?
—A todos —dijo Peter—. Todos comprobamos la habitación y dimos el visto bueno.
—Entonces todos cometimos un grave error. Ahora están nerviosos. Demasiado pronto. Necesitamos controlar mejor el ritmo.
—Él cree que fue el pintor. Ella eventualmente le va a creer. No quiere estar preocupada. Quiere estar contenta. Se va a convencer sola. Se van a tranquilizar.
—¿Tú crees?
—¿Por qué les íbamos a mentir acerca de la habitación? No hay ninguna razón para eso.
—Tráeme un quad —dijo Mark.
Diez
Reacher volvió caminando a la lujosa oficina del condado que tenía los censos escaneados y los cubículos de un millón de dólares, y volvió a encontrar de turno en el escritorio al mismo tipo malhumorado. Una vez más Reacher pidió dos censos, el primero de cuando Stan tenía dos, y el segundo de cuando tenía doce, pero esta vez para el resto del condado afuera del límite técnico de la ciudad de Laconia.
—No podemos hacer eso —dijo el tipo.
—¿Por qué no?
—Está pidiendo en forma de donut. Con un agujero en el medio, que es Laconia, que usted ya vio. ¿Estoy en lo correcto?
—Acertó en la primera.
—No es así como están hechos los extractos. No hay con forma de donut. Puede ver un área, o un área más grande, o un área más grande aún.