Tiempo pasado. Lee Child

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Tiempo pasado - Lee Child Jack Reacher

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en el estado.

      —Comprendido —dijo Reacher—. Gracias por la explicación. Quiero ver todo el condado.

      —¿Sigue siendo residente?

      —Esta mañana estuvo de acuerdo en que lo era. Y aquí estoy de nuevo. Claramente no me fui de la ciudad con todas mis posesiones. Diría que mi estatus como residente es más seguro que nunca.

      —Cubículo cuatro —dijo el tipo.

      Patty y Shorty oyeron que un motor se encendía en la distancia, ensordecedor como una moto, y se pusieron de pie y caminaron hasta la esquina a echar un vistazo. Vieron a Peter conduciendo un quad de vuelta a la casa. Ahora solo había ocho prolijamente estacionados.

      —A la primera vuelta de llave —dijo Shorty—. Espero que sean todos así.

      —Demasiado ruidoso —dijo Patty, decepcionada—. No lo podemos hacer. Se darían cuenta.

      Peter aparcó en la casa a lo lejos. Apagó el motor y volvió el silencio. Se bajó y fue adentro. Patty y Shorty volvieron a las tumbonas.

      —El terreno es bastante llano aquí —dijo Shorty.

      —¿Eso nos beneficia?

      —Podríamos empujar el quad. Con el motor apagado. Con la maleta arriba. Lo podríamos usar como un carrito para transportar muebles.

      —¿Podríamos?

      —No pueden ser tan pesados. Todo el rato se ve gente empujando motos. Ni siquiera tendríamos que hacer el esfuerzo como para mantenerlo de pie, y somos dos. Apuesto a que lo podríamos hacer sin ningún problema.

      —¿Tres kilómetros de ida y tres de vuelta? Lo que dejaría la maleta al borde de la carretera, y a nosotros de vuelta aquí. Por lo que después tendríamos que caminar otros tres kilómetros. En total nueve, seis de los cuales empujando un quad. Llevaría una buena cantidad de tiempo.

      —Estimo que alrededor de tres horas —dijo Shorty.

      —Depende cuán rápido podamos empujar. Aún no lo sabemos.

      —Vale, digamos cuatro horas. Deberíamos calcularlo como para terminar al alba. Quizás podríamos llegar a encontrar a algún agricultor yendo al mercado. Tiene que haber tráfico en algún momento. Así que deberíamos empezar en medio de la noche. Lo que es bueno. Van a estar dormidos.

      —Es una posibilidad —dijo Patty—. Supongo.

      Escucharon que el quad a lo lejos volvía a arrancar, a cincuenta metros de distancia, luego más cerca. Sonaba como que estaba pasando por el granero y yendo recto hacia ellos.

      Se pusieron de pie.

      El motor sonó más fuerte y la máquina rugió al doblar la esquina, con Mark conduciendo, levantando tierra. Había una caja de cartón atada en el armazón de atrás. Mark frenó hasta quedar detenido, y puso punto muerto, y apagó el motor. Sonrió con su sonrisa de “amo del universo”.

      —Buenas noticias —dijo—. Tenemos línea otra vez. El mecánico estará aquí a primera hora de la mañana. Llegamos tarde como para que viniera hoy. Pero sabe cuál es el problema. Ya lo ha visto antes. Aparentemente hay un chip electrónico cerca de donde los manguitos del radiador pasan por atrás del tablero. El chip se quema cuando el agua de las mangueras se calienta mucho. Está trayendo un chip de reemplazo que sacó de un desguace. Pide cinco dólares por eso. Más cincuenta de mano de obra.

      —Genial —dijo Shorty.

      Patty no dijo nada.

      Mark dijo:

      —Y me temo que yo quiero otros cincuenta por la habitación.

      Hubo un instante de silencio.

      —Muchachos —dijo Mark—, me encantaría deciros olvidaos, pero el banco me patearía el trasero. Esto es un negocio, me temo. Nos lo tenemos que tomar en serio. Y desde vuestro punto de vista no es tan terrible. Cien por el motel y cincuenta y algo para arreglar el coche, y os vais de aquí por menos de doscientos dólares todo incluido. Podría haber sido muchísimo peor.

      —Ven a ver esto —dijo Patty.

      Mark se bajó del quad y Patty avanzó primera hacia la habitación. Señaló hacia abajo al espacio debajo de la cómoda.

      —¿Qué tengo que mirar? —dijo Mark.

      —Ya verás.

      Miró.

      Vio.

      Dijo:

      —¡No lo puedo creer!

      Se agachó y se puso de pie con el bastoncillo.

      —Os pido mis más sinceras disculpas —dijo—. Esto es imperdonable.

      —¿Por qué nos dijiste que éramos los primeros huéspedes en esta habitación?

      —¿Qué?

      —Lo dijiste como si fuera una gran cosa.

      —Sois los primeros huéspedes en esta habitación. Definitivamente. Esto es algo completamente distinto.

      —¿El pintor? —dijo Shorty.

      —No.

      —¿Entonces quién?

      —El banco nos dijo que mejoráramos nuestro marketing. Contratamos a un fotógrafo para que tomara fotos para un nuevo folleto. Trajo con él a una modelo de Boston. Dejamos que se maquillara aquí, porque es la habitación más bonita. Supongo que estábamos tratando de impresionarla. Era muy atractiva. Pensé que habíamos limpiado bien. Obviamente no lo logramos del todo. Una vez más, os pido mis más sinceras disculpas.

      —También yo —dijo Patty—. Supongo. Por sacar conclusiones. ¿Cómo quedaron las fotos?

      —Ella estaba vestida de senderista. Botas muy grandes y pantalones cortos muy cortos. Una senderista un día de calor, claramente, porque su top tampoco era gigante. El motel estaba a sus espaldas. Se veía muy bien.

      Patty le dio cincuenta de sus dólares ganados con esfuerzo.

      —¿Qué os debemos por las comidas? —dijo.

      —Nada —dijo Mark—. Es lo mínimo que podemos hacer.

      —¿Estás seguro?

      —Absolutamente. Ese es dinero de mantenimiento. El banco no ve esos números. —Se guardó los cincuenta dólares y el bastoncillo en un bolsillo del pantalón. Dijo—: Y un poco hablando de lo mismo tengo algo para vosotros.

      Los guio hacia afuera al aparcamiento otra vez, de vuelta al quad, a la caja atada a la plataforma.

      —Estáis totalmente invitados a cenar esta noche, por supuesto —dijo—, y a desayunar mañana, pero igual todos nosotros entenderíamos totalmente si preferís comer solos,

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