Tiempo pasado. Lee Child
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—¿Ahora a continuación qué pasa? —preguntó Steven.
—Yo sinceramente espero que Patty haga notar que los dos rubros son tremendamente distintos en sentido económico —dijo Mark.
—Yo sinceramente espero que Patty le pegue un puñetazo en la cara y le diga que se calle —dijo Peter.
—Ninguna de las dos —dijo Steve—. Ella se vuelve a exasperar.
Robert apretó play de vuelta. Patty se puso de pie de repente, moviendo la cama, y dijo: “Salgo a tomar un poco de aire”.
—Es brusca y nerviosa de verdad. Ahí mismo pasó de cero a cien en uno punto un segundo. Conté los fotogramas del video. No pude llegar al botón a tiempo. Después vi que iba a probar Shorty, así que la destrabé tarde. Pensé que si él la abría, cuando ella no había podido, de alguna manera ella se iba a culpar a sí misma más que a la puerta.
—¿Hay alguna manera de arreglar esto? —preguntó Mark.
—Hombre prevenido vale por dos. Supongo que necesitamos concentrarnos más.
—Supongo que es lo que vamos a tener que hacer. No queremos que se espanten demasiado pronto.
—¿Cuánto hasta que tomemos la decisión final?
Mark hizo una larga pausa.
Después dijo:
—Tomad la decisión final ahora, si queréis.
—¿En serio?
—¿Para qué esperar? Creo que ya hemos visto lo suficiente. Mejores que ellos no vamos a encontrar. Son de ninguna parte y nadie sabe que se fueron. Creo que estamos listos.
—Yo voto sí —dijo Steven.
—Yo también —dijo Robert.
—Yo igual —dijo Peter—. Son perfectos.
Robert hizo clic de vuelta a la transmisión en vivo y vieron a Patty y a Shorty en las tumbonas, bajo la ventana en la galería, tomando los rayos tenues del sol de la tarde.
—Unánime —dijo Mark—. Todos para uno y uno para todos. Mandad el correo.
Las pantallas volvieron a cambiar, a una página de correo electrónico salpicada con traducciones en alfabetos extranjeros. Robert tecleó cinco palabras.
—¿Vale? —preguntó.
—Envíalo.
Lo hizo.
El mensaje decía: “La habitación diez está ocupada”.
Nueve
Reacher dijo:
—Igual no entiendo. La señora observadora de aves aportó la identificación de Stan, y Stan podría haber sido presionado para que identificara a su misterioso amigo, seguro. Solo un paso extra. Una visita extra a su casa. Cinco minutos a lo sumo. Ese no es un problema de disposición de personal. Un solo hombre lo podría haber hecho de camino a comprar donuts.
—Stan Reacher estaba registrado como residente fuera de la jurisdicción —dijo Amos—. Solo ahí ya hay un montón de papeleo. Lo único que tenían en aquel entonces eran máquinas de escribir. Además de que deben haber asumido que probablemente de todas maneras mantuviera la boca cerrada, por mucho que lo presionaran, que tampoco podría haber sido tanto, porque habrían estado en territorio ajeno, probablemente con alguien local presente, y quizás abogados o padres también. Además deben haber asumido que el misterioso amigo ya debía haber desaparecido y estaría fuera del estado. Además que igual no estaban llorando por la víctima. Sin dudas la decisión fácil era dejarlo pasar.
—¿Stan Reacher era residente fuera de qué jurisdicción?
—El Departamento de Policía de Laconia.
—La historia era que había nacido y crecido aquí.
—Quizás nació aquí, en el hospital, pero después quizás creció fuera de la ciudad, en una granja o algo.
—Nunca me dio esa impresión.
—En un pueblo cercano, entonces. Lo suficientemente cercano como para estar en el mismo club de observadores de aves que una mujer que vivía arriba de un almacén del centro. Ponía Laconia como su lugar de nacimiento, porque ahí es donde estaba el hospital, y probablemente también decía que creció en Laconia. Como una simplificación de toda la zona en general. Como la gente dice Chicago, a pesar de que muchos de los suburbios técnicamente no son Chicago para nada. Lo mismo con Boston.
—El área metropolitana de Laconia —dijo Reacher.
—Las cosas estaban más dispersas en aquel entonces. Había pequeños molinos y fábricas por todos lados. Algunas docenas de trabajadores en viviendas pequeñas. Quizás una escuela de una sola aula. Quizás una iglesia. Todo era Laconia, sin importar lo que dijera el servicio postal.
—Pruebe con Reacher solo —dijo él—. Sin nombres de pila. Quizás tengo primos en la zona. Podría conseguir una dirección.
Amos volvió a acercarse el teclado y tecleó, siete letras, e hizo clic. Reacher vio cómo cambiaba la pantalla, reflejada en los ojos de ella.
—Aparece una cosa más —dijo ella—. Más de setenta y algo de años después que lo otro. Deben ser una familia relativamente respetuosa de las leyes. —Volvió a hacer clic, y leyó en voz alta—: Hace alrededor de un año y medio una patrulla respondió la llamada de las oficinas del condado porque un cliente estaba provocando disturbios. Chillaba, gritaba, se comportaba de manera amenazadora. Los uniformados lo tranquilizaron y se disculpó y no pasó nada más. Dijo que su nombre era Mark Reacher. Residente fuera de la jurisdicción.
—¿Edad?
—Entonces veintiséis.
—Puede ser un sobrino mío, muy, muy lejano. ¿Por qué estaba enfadado?
—Manifestó que un permiso de construcción estaba tardando demasiado. Manifestó que estaba renovando un motel en algún lugar fuera de la ciudad.
Después de treinta minutos al sol Patty fue dentro a usar el baño. Cuando estaba volviendo se detuvo en el tocador frente al final de la cama. Se miró en el espejo y se sonó la nariz. Hizo un bollo con el pañuelo y lo lanzó al cesto de basura. Falló. Se agachó para corregir el error. Era canadiense.
Vio un bastoncillo usado en la junta de la alfombra con la pared. No era de ella. No usaba. Estaba bien en las sombras, al fondo del espacio entre las cajoneras debajo del tocador, más allá de las patas de la banqueta. Servicio de limpieza imperfecto, sin lugar a dudas, pero entendible. Incluso quizás inevitable. Quizás las mismas ruedas de la aspiradora lo habían empujado aún más en su escondite.
Salvo que.
Gritó:
—Shorty, ven a ver esto.